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Thaile.

Después de una fría ducha que alivia mis dolores, me siento en la cocina para el desayuno que preparó Nicolás. El café está amargo y me hace arrugar la cara mientras abro mi ordenador portátil. Las pestañas abiertas en mi navegador reflejan la encrucijada en la que me encuentro.

En la primera pestaña, reviso mi página en la dark web. Tengo el informe listo para mi cliente, pero mi duda sobre seguir en el negocio me lleva a escribir un mensaje de renuncia. Antes de enviarlo, lo elimino. La ACCIA ha complicado las cosas y no estoy dispuesta a ir a prisión.

[Estará todo listo]

Aseguro al cliente mientras le reporto mi plan con la ACCIA.

[Genial, espero que esta vez no haya contradicciones]

El mensaje de respuesta llega después de unos minutos y lo cierro antes de abrir la siguiente pestaña.

En la segunda ventana, estoy inscribiendo al niñato en un programa de clases en casa. Completo la solicitud de matriculación y me doy cuenta de que solo tengo que esperar la resolución, ya que las clases ya han comenzado.

—¿Seguro que no quieres ir a una escuela normal como un niño normal? —Le pregunto por milésima vez mientras él juega con algo en su regazo.

—Sí —responde con firmeza, su expresión inmutable.

La tercera pestaña es para intentar hackear el sistema de seguridad de la ACCIA, pero los márgenes de error en la pantalla me indican que el sistema es impenetrable. Desisto de la idea, sabiendo que cualquier intento adicional podría atraer la atención no deseada hacia mi departamento.

Cierro mi portátil y me doy una última capa de maquillaje para cubrir la tonalidad verdosa que se me formó en la nariz debido a los golpes. Me dirijo hacia la puerta, pero el niñato me detiene con un objeto en la mano.

—¿Le podrías dar esto a Rosie? —Me muestra una corona de papel (origami) que ni siquiera sabía que sabía hacer.

—¿Tengo cara de mensajera? —Le respondo, irritada.

Se encoge de hombros, un gesto que me exaspera aún más.

—Tú no me quieres llevar a su casa... —Alega con un tono de resignación.

El problema es que si mato a su papá y me libro de la ACCIA, tendríamos que huir, y la amistad que él valora se perdería en el proceso. Tengo que explicarle que no es cuestión de querer, sino de necesidad.

—Si que te gustó, eh —Lo molesto y, tras dudarlo, tomo la corona de papel, blanqueando los ojos.—Lo primero y lo último que le envías. —Sentencio mientras le doy la espalda.

Siento que me saca la lengua y me giro para verlo hacerlo descaradamente.

—Solo por eso te vas a ir a una escuela militar —le advierto, causando que sus ojos se abran de sorpresa.

—¡No quiero ser militar! —Chilla, pero ignoro su protesta mientras me dirijo hacia la mansión Turner.

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Alice me recibe en la entrada, y veo al secretario Marc en el jardín principal acompañado por un par de policías.

—¿Qué pasó? —Le pregunto a la señora que, a pesar de su actitud habitual, muestra un atisbo de preocupación.

—El señor está poniendo una denuncia por la desaparición del joven Francisco —Responde con una mezcla de desdén y formalidad.

—¿Desaparición? —Intento sonar angustiada.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora