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Hola, este cap fue muy difícil de escribir, nuestra Thaile es muy fuerte pero la pasó muy mal, espero no herir supsestibilidades porque intento llevar los temas a tratar con el mayor cuidado, si alguien se identifica con algún hecho lo lamento muchísimo y recordar que todo esto es ficción💜

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Thaile.

—¡Basta, Marc! —lo regaño cuando agita su muñeca en un inútil intento de quitarse la esposa, logrando que solo se nos maltraten las manos y mi carro patine por la autopista.

Hace otro intento y esta vez le propino un codazo que lo deja inconsciente en mis piernas.

Por terco, le advertí que no lo quería lastimar.

Reviso que no haya ninguna fuga de sangre; afortunadamente, no hay, aunque creo que tendrá un lindo morado en su pómulo.

Todo el camino intentó zafarse y tuve que tirar su celular por la ventana cuando intentó contestar una llamada de su hermano.

Y hablando de teléfonos y familiares inútiles, mi móvil se ilumina con el número de Blanca.

—¿Qué? —respondo activando el altavoz.

—¿Dónde estás, Ange? —pregunta—. ¿Sabes algo de Marc?

—No te importa y no, no sé nada de él —respondo a secas.

—Lo están buscando, salió despavorido de la mansión y...

—Soy su novia, no su puta niñera.

¿Su novia? ¡Ni lo fuiste ni lo serás!

Me reprende mi cerebro.

—¿Ange, qué está pasando? —sigue ella con el maldito interrogatorio—. Aquí hay una gente extraña y todo el mundo está tratando de localizarlo.

—Ah, cuando nos encuentren me avisas, ¿vale?

Termino con la llamada, no estoy para lidiar con ella ni con esos malditos que me expusieron. No tengo que ser adivina para saber quiénes le dijeron la verdad, y tampoco quiero saber lo que se deben estar maquinando su familia en su casa.

Un par de minutos más y llego a nuestro destino. Tengo que sacudirlo y me irrita que no reaccione de inmediato, pero finalmente se despierta, desorientado.

—Bájate —le pido apenas se incorpora, liberando su muñeca de las esposas y la mía.

Se niega, tocándose la mejilla lastimada, haciendo muecas de dolor. No me da otra opción; del maletero saco mi revólver y le apunto. Está sin municiones, pero él no tiene por qué saberlo.

—Bájate —repito, y su mirada se va al cañón que lo amenaza, pero sigo sin ver miedo en sus ojos, solo rabia y decepción.

Finalmente se baja lentamente y empieza a inspeccionar el sitio, tratando de reconocerlo. Estamos en un barrio degradado, lleno de indigentes acomodando sus cartones y sus sucias cobijas para recibir la noche. Hay dealers por doquier a los que maldigo y maldeciré toda mi vida, patean sin piedad a unos zombies que seguramente les robaron sus dulces o les deben dinero.

—¿Dónde estamos? —pregunta mientras recorre las calles.

—¿Cómo? —cuestiono, ignorando los escenarios—. ¿Tanto tiempo en el ministerio y no sabes quiénes son estas personas?

Su confusión se mezcla con la incomodidad. La realidad de este lugar y su situación lo están golpeando con fuerza.

Seguimos caminando, y dos niños de 4 o 5 años se nos ponen en frente, dejándonos pasmados por unos segundos. A pesar de que me gustaría ayudarles porque su falta de nutrición es obvia, sé que de nada serviría comprarles o darles algo; se lo arrebatarán apenas den la vuelta. Recuerdo a Joyce llegando con raspones y golpes en la cara por defender el poco pan o dinero que conseguía.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora