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Thaile.

Después de unas rondas más, en las que sentí cómo canalizaba toda la frustración por no saber qué había pasado con su amigo, Marc y yo nos vestimos, listos para la cena. El anochecer nos alcanzó en su habitación.

—Creo que tendré que salir más seguido con mi amigo... —bromeo mientras él me sube el cierre del vestido. Suelta una risita y me susurra al oído:

—No me provoques, chérie... que nos están esperando.

Me giro para mirarlo y veo en su sonrisa una mezcla de satisfacción y de algo más profundo, como si intentara mantener una fachada relajada mientras algo le preocupa en el fondo. Le rozo la mejilla con mi mano, sin necesidad de palabras, porque ambos sabemos que lo que pasó en esa habitación fue más que una simple liberación física.

Él toma mi mano y la lleva a sus labios, dejando un beso suave en mis dedos, sus ojos buscando los míos como si quisiera decir algo que no se atreve a pronunciar. Siento cómo mi corazón late con fuerza al notar la conexión que hemos compartido, algo que va más allá de lo físico.

—Marc... —susurro, intentando captar la chispa de emoción que se esconde tras su expresión contenida.

—Shh, chérie... —me interrumpe suavemente, inclinándose para plantar un beso en mi frente— No digas nada. Ahora no.

Cierro los ojos, dejando que ese momento de intimidad se grabe en mi memoria. Su presencia es cálida, reconfortante, y me aferro a él, aunque sea solo por un instante más.

Finalmente, me suelta, pero no sin antes rozar sus labios con los míos en un beso que es tan breve como intenso. Es un beso que habla de lo que no decimos en voz alta, de los sentimientos que aún no hemos explorado del todo, y que deja un rastro de deseo suspendido en el aire.

—Vámonos antes de que se pregunten qué hacemos —murmura, con una media sonrisa que logra aligerar la atmósfera.

Asiento, aunque no puedo evitar sentir una punzada de anhelo cuando se aleja para dirigirse hacia la puerta. Él me ofrece su brazo, y yo lo tomo, disfrutando de la sensación de su calor a través de la tela de su camisa.

Bajamos al gran comedor, donde la atmósfera ya parece cargada de tensiones no resueltas. Elías, Blanca, Roger y Rosie ya están sentados. Agradezco que Charlotte no esté presente, porque su presencia solo añadiría más tensión al ambiente.

—Provecho —desea Alice después de asegurarse de que todos tengamos comida en nuestros platos antes de retirarse con una leve inclinación de cabeza.

El silencio en la mesa es opresivo, y me encuentro deseando que alguien diga algo para romperlo. Veo a Rosie jugar con su comida, su carita refleja una mezcla de confusión y tristeza. No sé si sigue pensando en lo que pasó con su agresor o si está lidiando con algún otro conflicto interno. Me da un vuelco en el estómago, pero me esfuerzo por mantener la calma exterior.

—¿Lograste descansar, querido? —pregunta Blanca a Marc con su habitual tono suave. La pregunta me hace escupir el trago de agua que acababa de tomar, porque lo último que hizo fue descansar.

Marc le sonríe con cortesía y asiente, pero yo puedo notar la ligera tensión en sus hombros. Trato de enfocar mi atención en mi plato, esperando que la incomodidad pase. Sin embargo, el silencio solo se rompe por los sonidos de los cubiertos y platos, lo que hace que el ambiente sea aún más pesado.

De reojo, observo cómo Blanca ayuda a Nicolás a cortar su bistec, y no puedo evitar que mi mente viaje al pasado. Recuerdos vagos de mi infancia aparecen, recuerdos de una vida más simple, antes de que todo se volviera tan complicado.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora