Capíulo 26 | Tate

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Nunca antes me había preguntado en cuántos segundos puede cambiar la vida. Ahora lo sé, a mí me tomó cinco segundos, nada más que eso. A pesar de que lo había comprendido en tan poco tiempo, no quiero aceptarlo.

Me encuentro mirando el techo del hospital, pensando qué era lo que había hecho mal, o por qué siempre todo debe terminar de esta forma para mí.

De alguna manera, las líneas negras que están sobre mí, me resultan tan interesantes, la forma en la que contornean el blanco monocromático de todo el techo. Hay una gran ventana a mi costado derecho, las cortinas pálidas que se mueven junto al viento me dejan visualizar a las aves que vuelan sobre los edificios. Me pregunto si podría ser como ellas, libre y sin preocupaciones.

Ni siquiera me había convertido en madre por suficiente tiempo, pero no significa que el dolor sea menor. En el momento en que lo pensé, salí corriendo al hospital, rogándole a Dios que todo fuese solo algún pequeño contratiempo, pero se me cerró la garganta cuando el doctor me dijo que acababa de tener un aborto espontáneo, que es algo normal ya que soy muy joven.

Pero no puedo aceptarlo. No quiero. No es justo. Solo una semana atrás, había asistido a su segunda ecografía ya que cumplía tres meses. Había escuchado por primera vez su corazón, sus pequeños latidos, había sentido, en lo más profundo de mi ser, lo real que era, y lo mucho que ya lo amaba. No es posible que ahora me digan que ya no está.

No puedo aceptarlo.

- Tate, bebita, han pasado dos semanas, por favor, háblame, ¿sí? ¿Podrías al menos mirarme?- Meg suena rota, claro que lo está. Pero ella es fuerte, yo no lo soy.

- Duele, me duele mucho- Las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas. Nuevamente.

- Claro que duele, pero, Tate, las cosas suelen suceder por una razón. Además, en este momento Sam está en el cielo, él está feliz ahora- Por supuesto que lo sé, todas estas noches me he estado repitiendo a mí misma que todo tiene una razón, que debo seguir adelante, pero es tan complicado. Siento que las cosas siempre terminan mal para mí, como si no tuviese un propósito al que llegar. No culpo a Dios. Él no tiene la culpa, la tengo yo.

      ********************

Me tomó dos meses aceptar la situación. Los meses más largos de mi vida. Incluso, a veces, en medio de mis llantos, le empezaba a hablar a mi panza, a pesar de que ya no había nada allí. Nada que me escuchara.

Meg me arrastró a un psicólogo que, definitivamente, no quería ver, ¿por qué querría hablar con alguien acerca de mis desgracias? Aunque no esperaba que realmente me ayudara.

Después de otros cinco meses de largas terapias, charlas, lágrimas, aceptación y oración, lo conseguí. Volví a sonreír. Ahora mis sonrisas son dedicadas a Sam, él querría que yo fuera feliz y lo recordara con amor. Es lo menos que puedo hacer por él, me esforzaría al máximo.


Me costó demasiado retomar el ritmo, pero intenté mantenerme lo más ocupada posible.

Conseguí un trabajo de medio tiempo en una cafetería, me enfoqué en mis estudios, pasaba tiempo con Meg para disfrutar y ser entendida, pero también solía pasar mucho tiempo en la iglesia.

A pesar de ser mi peor época, he descubierto un talento que había permanecido oculto todo este tiempo. Canto, y no lo hago nada mal según mi público. Decidí que esa sería mi forma de agradecerle a Dios por haberme permitido conocer a Sam, por darme el privilegio de saber cómo se siente y por encargarse de cuidarlo de ahora en adelante.

La persona correcta en el momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora