Capítulo 53 | Ethan

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Vamos lento, pero seguro. Eso dice Ben. Yo me comprometí a ser sincero y dar todo de mí, pero sabemos que avanzar no sería tan sencillo o rápido. En las sesiones que hemos tenido, le he contado poco a poco toda mi historia y cómo me afectaron los sucesos por los que he pasado. Hoy, dijo que, en lugar de hablar como siempre, él me contaría algo que espera me ayude y comprenda. Recordé la primera vez que nos vimos, afirmó que me vio en el hospital Royal Infirmary, aunque en ese momento le mentí, pero, ahora soy sincero con él, así que terminé admitiendo que sí estuve allí. El lugar en dónde mi madre murió.

Ben y Karla llevan varios años casados, pero, unos meses después de la boda, se enteraron de que ella era estéril. Intentaron varios tratamientos en diferentes clínicas, dentro de las cuales estaba ese hospital. Creyeron que esa sería la ocasión en que finalmente lo lograrían, pero, desafortunadamente, no lo fue. La fertilización in vitro consiste en hacer la fecundación de forma externa, extrayendo los óvulos, para fecundarlos con los espermatozoides en el laboratorio, y después implementarlo en el útero. Sin embargo, este procedimiento puede llevar mucho tiempo, ser costoso e invasivo. Ben me comentó que en aquel momento estaban contentos porque todo pareció salir exitoso después de muchos intentos y hospitales, pero, desafortunadamente, ese día en que me vio, les dieron la noticia de que algo no salió como lo planeado y ya no había embrión. Lloraron y sufrieron por mucho tiempo, siguieron intentando, pero nada parecía salir como lo deseaban.

Dos años más de intentos, pagos y procedimientos, hasta que decidieron detenerse. Él me contó que toda la situación no solo estaba acabando financieramente con ellos, sino también emocionalmente. Tomaron la decisión de aceptarlo, que, si no podían tener hijos, debía existir una razón, eran muy jóvenes y no les estaba haciendo bien luchar solos. Pero, por un milagro, unos años más adelante, Karla quedó embarazada, y ahora tienen un pequeño niño que los acompaña. Ethan, hay momentos en los que parece que todo se derrumba, pero, en realidad, ese es el comienzo. Debemos ser pacientes, solo así podremos ver mejores cosas venir.

Esa frase se quedó todo el día en mi cabeza. Es increíble pensar cómo el mundo es tan pequeño y que nunca podemos saber por todo lo que ha pasado alguien, hasta que esa persona lo admita personalmente. Ambos estábamos allí, en ese hospital, sufriendo por diferentes razones que nos atormentaban. De cierta manera, poder hablar de todo y sentir cómo sale de mí, es reconfortante. Cuando Tate me lo pidió la primera vez, no dudé en rechazarlo, estaba seguro que me destruiría, pero ahora no me siento presionado, al contrario, es liberador.

Después de acabar mi sesión, me dirijo a la casa de Tate. Anoche me comentó que el día de hoy se hará una especie de reunión, estarían los chicos y quería que todos disfrutáramos un rato juntos para comer, jugar y hablar. Cada vez me siento más cómodo en su círculo, sin embargo, cuando se enteraron que estábamos saliendo oficialmente, la única persona que no nos sonrió o felicitó fue Ty. Cuando estuvimos solos, el guitarrista me llevó a un salón vacío y me advirtió, o para ser más conciso, me amenazó con respecto a su chica (ya con eso me había hecho cerrar las manos en puños), aún no confía en mí y sigue sin creer que ya no soy la misma persona de antes, me dijo que siempre termino mal y no desea que arrastre a Tate conmigo, sin dejar de repetirme que no es un juego, no es como las demás chicas. ¡Joder, lo sé! Por alguna razón, con ella todo es diferente, por eso decidí solo asentir, darle la espalda y salir de allí. Hasta entonces, me ha dedicado miradas desde lejos, advirtiendo, de cierto modo, que siempre está vigilando.

Nos concentramos en los juegos de mesa, por un tiempo. Nunca se me dio este tipo de pasatiempo, pero todos parecían disfrutar ver a las fichas avanzar y comenzar sus retos, que olvidé lo aburridos que pueden llegar a ser. Después de repartir unos snacks, Antony tomó control del entretenimiento y le preguntó a Tate si él podía conectar su consola al televisor, por lo que, luego de varios minutos y de que se encargara de colocar todo en su lugar, empezó el juego. Íbamos por turnos o, en ocasiones, por grupos, depende la canción. De hecho, por votación del público, el guitarrista y yo, fuimos obligados a bailar juntos. Fueron, definitivamente, los tres minutos más agonizantes de mi vida, no sé si fue la rabia, la competencia o querer ganarle, que, después de terminar (y ganar), quedé rendido sobre el sillón. Me bastó un solo vistazo, para notar que Tate también estaba cansada. Claro, a ella no le agrada demasiado el ejercicio, seguramente no es de sus juegos favoritos.

La persona correcta en el momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora