Capítulo 29 | Ethan

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Me encuentro en la casa de uno de mis compañeros de trabajo. En realidad, ninguno de ellos es mi amigo. Además, en su mayoría, todos son bastante mayores que yo. Estamos en un tipo de reunión para beber, ya que no estábamos trabajando y queríamos despejar nuestra mente.

Se encuentran un poco borrachos, con varias botellas vacías de licor sobre la mesa. Hablan entre ellos, y a veces me gritan que me les una, pero únicamente puedo estar en el sillón más alejado. Solo necesité un poco de whisky y tequila, para recordar sitios como este.

Cuando me encontraba en secundaria, o incluso en el primer año de la universidad, cada fin de semana se organizaba una fiesta en alguna discoteca. Todo el mundo se volvía loco, todos terminaban enrollándose con todos, era una verdadera locura.

En esa época no me gustaban las fiestas, al menos no las que eran tan desastrosas, no le veía sentido. Ahora sí que lo veo. Las fiestas, el alcohol, las multitudes, incluso la droga. Todo tiene el mismo objetivo. Olvidar y disfrutar.

La participación en una fiesta es para despejar la mente de la triste realidad en la que todos estamos atrapados.

La diferencia es que, en ese entonces, yo aún tenía esperanza.

- ¿Ya te vas, amigo? Aún no llegan las chicas- me pregunta un tipo, frente al umbral de la puerta.

- Notablemente. Tengo otras cosas con las que lidiar.

- Bueno, hombre. Tú te lo pierdes.

Si no quiero que me echen en mi primer día, al menos debo intentar llegar a tiempo y sobrio. De quedarme más tiempo, eso no sería posible.


La iglesia se encuentra tan llena de gente, que no puedo ubicarme sobre a cuál salón se supone que debo dirigirme.

Estaba intentando hacerme espacio entre un grupo de servidores, cuando la vi. Claramente, por su altura, no es alguien fácil de encontrar, pero puedo decir que, por su aspecto, es totalmente lo opuesto.

Está dirigiendo un grupo de chicos jóvenes a la habitación del fondo, concluyo que ahí es donde nos ubicaremos el día de hoy, así que me dirijo hasta allá. Noto que está a punto de cerrar la puerta, pero no sin antes buscar a alguien entre la multitud. Cuando me encuentra con la mirada, sus hombros parecen relajarse, así que hala de mi brazo para adentrarme al salón y cerrar la puerta.

No es un lugar muy espacioso, pero parece contar con lo necesario. Un tablero en el frente y quince sillas ubicadas, de tal forma, para que todos tengan acceso a copiar. Realmente es lo único que necesita. A pesar de sonar un poco hipócrita de mi parte, lo que más se requiere es la disposición.

- ¡Qué bien que llegaste! Sé que hay mucha gente, pero es horario de los servicios y no podemos hacer nada al respecto. Si todo sale bien, pronto todos podremos estar allá también, recibiendo la palabra.

Ella llama la atención de los chicos y escribe en un tablero, presentándome como su nuevo instructor. Así que me dedico las próximas dos horas a concentrarme en ellos.

Aunque es difícil iniciar casi desde cero, el haber sido antes un estudiante también, me ayuda a poder identificar las mejores formas para enseñarles.


- ¿Quieres quedarte un rato y luego almorzar con nosotros?

No tengo idea de por qué esta chica se esfuerza tanto, no tiene sentido. Además, no parece del todo cómoda cuando interactúa conmigo. No quiero amigos en este momento.

- Lo siento, nena. Tengo cosas que hacer- Me regala una pequeña mueca, pero, finalmente, asiente. Tomo eso como una despedida y me dirijo hacia mi apartamento.

Ahora camino. No he vuelto a subir a una moto desde el accidente, no me puedo permitir un carro o pagar por un taxi con los ingresos que tengo actualmente, y subirme a medios de transporte públicos me da pánico, por lo que mi única salida es caminar.

Lo único bueno es que me relaja ver el cielo, los árboles, las hojas caer, las personas caminando (a veces con expresiones relajadas y otras frunciendo el ceño, nunca se sabe qué pasa por la cabeza de cada persona) e imagino cómo sería mi vida de ser todo diferente, tal y como lo quería.

Pero ese pensamiento no dura mucho, no permito que lo haga.


- ¿Cómo estás, jovencito? ¿Tienes tiempo? ¿Podrías ayudarme con el lavamanos? De un momento a otro, empezó a correr el agua como loca- dice la Sra. Bennet, antes de que termine de buscar las llaves para entrar.

- Claro, déjeme ver.

La Sra. Bennet se mudó hace aproximadamente un año. Definitivamente la conocí en mi peor época (si es posible clasificar qué es peor en mi vida). Al comienzo ignoraba cada vez que ella intentaba presentarse u ofrecerme algún bocadillo. Sin embargo, un día estaba saliendo de mi apartamento y la encontré tirada en la entrada de su casa, con las bolsas de compras por todo el piso. Cuando la vi, mi corazón se detuvo, esa podía haber sido mi madre en su lugar. Ella a veces se desmayaba y no me hubiese perdonado que, en algún momento, de no estar yo, alguien la hubiese ignorado y abandonado.

Ese día la ayudé y ella me lo agradeció por semanas. Unas tardes después, me pidió ayuda con la instalación de un televisor, accedí a colaborarle y desde ese entonces, si ella necesita ayuda, me pide el favor y luego me lo agradece con algún bocadillo, el desayuno o un postre. Depende de la hora.

En realidad, le agradezco el gesto, no suelo comer mucho en casa. No soy muy bueno en la cocina, de hecho, eso fue un eufemismo, ¡soy un maldito caos en la cocina! Literalmente el agua se me puede quemar.

A lo mejor la señora Bennet lo sabe y sintió compasión por mí. Si no como algo que ella me da, me decido por pedir algo a domicilio. Tal vez no es muy saludable o económico, pero es práctico. Cocinar me recuerda a mi madre y no quiero esforzarme en algo, para que luego me salga mal y duela.

Ella me estaba enseñando y así se quedará. Solamente ella es apta para hacerlo.

La persona correcta en el momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora