50| sospechas confirmadas

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Desde el último encuentro tan desagradable que habían tenido, y/n no se dignaba a verlo; podía pasar encerrada en su habitación por varias horas, sin comer y apenas tomando unas gotas de agua. Leía los libros de filosofía y literatura antigua que había en las repisas de su habitación, iba al baño y dormía por largos periodos de tiempo.

Y solo medio veía a Semi cuando iba a dormir en su cuarto, en esa sofá individual, y escuchaba sus ronquidos exhaustos. No podían dejarla sola ni para descansar.

5 días así, ya era una fortuna que no se hubiera desmayado por inanición y deshidratación. Pero tal vez si mantenía su mente despejada, ocupada de en donde se encontraba y con que clase de gente estaba, su estancia forzada se podría hacer más amena y pasar con más rapidez.

La realidad es que de vez en cuando se escabullía por las noches y buscaba algo ligero para saciar ese vacío en el estómago que se había quedado con ella, pensaba que era hambre pero tal vez solo era una lenta y repulsiva depresión que comenzaba a consumirla desde adentro, y la única cosa que podía llenar ese sentimiento era comer unas galletas, frituras, trozos de fruta; etc.

Esa noche no fue diferente; se paró a mitad de la madrugada, con el estómago rugiendo y pidiendo ser llenado de una vez por todas. Pero apenas se puso de pie, pudo notar la clara ausencia de Semi en su habitación, un sofá vacío y una tranquilidad impecable sin sus irritantes sonidos al dormir.

Caminó hasta el cuarto del chico, y entre abrió la puerta para no molestarlo, topándose con que le había ganado el sueño al joven después de bañarse. Tumbado en su cama, boca abajo, y roncando como madera vieja que cruje debajo de tus pies.

— Que horror.

Después de asomarse a la cocina y comer solitariamente unos trozos de queso manchego, la tentación invadió su ser y su mirada se dirigió hasta la puerta de la entrada.

Sin pestillo.

Las llaves colgando en un adorno de pared.

Era la oportunidad perfecta: todos dormidos, puerta abierta, un silencio sepulcral y la ruidosa ciudad de Tokio durmiendo.

Y/n camina en puntitas hacia la puerta, donde su pulso tiembla al sostener las llaves, miedosa de que pueda hace ruido suficiente como para llamar la atención de Eita. Suspira profundo, y decide actuar, pues ha esperado bastante por un milagro; espero que la policía la encuentre y los arreste, y esperó a sus chicos con los que tanto convivio para que lleguen y les den su merecido. Pero no ha pasado nada.

Nadie se había preocupado por ella. Tal vez no la estaban buscando.

Tal vez Kita ya tenía alguien más en su cama.

Con ese pensamiento llenando sus ojos de lagrimas saladas, se nubla su vista y decide correr, abrirse paso y buscar un elevador. Solo hay puertas, pero no hay mucho mas. Corre de una en una, jalando desesperada cada uno de los pomos dorados, pero ni una sola se abre.

Así se dirige a las escaleras de incendios, que por el momento son su única alternativa para alejarse de ese piso. Llega al siguiente, marcado con el número 6 y repite la misma acción, pero el resultado es el mismo: ni una sola puerta se abre.

No solo busca un elevador, una puerta, una salida, pero también tiene como objetivo encontrar a Tooru, que ha de estar retenido en alguna parte del edificio, detrás de algún lugar lo deben tener.

El descenso de y/n continúa, llega hasta el piso número 4, cada vez más cerca del lobby y poder tener acceso a un teléfono y poder hacer una llamada que logre ubicarla y salvar su vida. Le importa poco sólo ir en una camisa larga color gris y sus bragas, después de todo esta sola, no hay nadie que pueda verla.

White Violin || Shinsuke. KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora