70| ocaso

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— Por fin el pequeño caniche rebelde aprendió a obedecer, ya era hora— el pelirrojo hace su entrada triunfal con su jefe y amigo, quien sonríe con arrogancia al escuchar el mérito que le fue dado. Pudo domar a la mujer más necia que ha conocido, lástima que solo será temporal tenerla cerca de él.

— Sí, un dolor de cabeza menos.

Ushijima se pasea por la habitación y llega hasta el gran ventanal con vista amplia a la ciudad, mira hacia abajo: los coches, la gente, los guardias custodiando la entrada al edificio. Todo parece ir bien y las cosas al fin se acomodan en su lugar. Le da un gran trago a su bebida y se relame los labios al terminar para quedarse en silencio mientras contempla la presencia de Tendou que sigue ahí de pie.

— Pero ahora, ¿que haremos con su amigo? Ahora que ya se doblegaron ambos, no es muy útil que digamos...

— ¿Ese debilucho sigue con vida? Pensé que lo habían matado ya— Wakatoshi responde, no muy complacido de escuchar esa revelación.

Tendou asiente y después niega, se balancea sobre sus talones— Goshiki y Shirabu no son muy buenos eliminando gente, pero si le dieron una golpiza.

— Tiene voluntad y supervivencia de acero, vamos a darle ese mérito.

El silencio reina en la habitación después de esa conversación, uno espera las órdenes de su jefe mientras que el otro medita su siguiente movimiento y cuestiona— ¿Que tan grave dejaron a Oikawa?

— No ha despertado en días, apenas puede respirar.

— Bien, desháganse de él. Dejen que la calle lo mate, no quiero ni un solo cabo suelto.

Tendou sonríe, esa curva tétrica e incómoda que solo puede reflejarse en su rostro cuando está complacido de cumplir con una orden como esa. Hace una reverencia para burlarse de su jefe, su leal rey al que le sirve sin cuestionar y aconseja sin esperar nada a cambio. Al salir, se dirige hasta la recepción del edificio para encontrarse con Semi, quien juega a las cartas con el portero de la puerta.

— Saca la basura a la calle, lo ordena el jefe.

El de cabello cenizo se queda inmóvil en su lugar, apretando ligeramente las cartas en sus dedos.

— ¿Se ha echado a perder?— pregunta discretamente, siguiendo el código correcto para que el pobre anciano ahí presente no sospeche a que clase de basura se refieren.

— Casi, así que más vale que lo hagas ahora.

Eita se disculpa con el viejo y va hasta el sótano, aquel lugar húmedo y frío donde se guardan los autos y tienen recluido a Tooru; apenas se puede notar que su pecho se estira y contrae cuando respira. Lo carga sin delicadeza, como un costal de papas roto e inservible que ni siquiera pesa para depositarlo en la cajuela de la camioneta BMW negra que está a su disposición.

Da un par de vueltas recorriendo el atardecer dorado que se ciñe en el vidrio del carro, buscando entre callejones y avenidas cuál sería un lugar apropiado para dejarlo botado y abandonado a su suerte. Encuentra uno, cerca de un restaurante de comida china; es arriesgado, una calle bastante concurrida donde la gente fácilmente puede verlo cometiendo aquel atroz acto.

Que en realidad es un acto de clemencia, de piedad. Semi elige ese lugar de último momento ya que quiere hacer mínimo una acción buena y misericordiosa con el pobre chico que tiene en su cajuela, ya sufrió demasiado como para darle una muerte lenta y solitaria. Es el mejor amigo de la mujer que tienen presa, a la que prometió hacer todo lo que pudiera para ganarse su aprecio. Frena justo en aquel callejón sin salida, contemplando el contenedor de basura escondido y pegado a la pared. Sus puños se aprietan en el volante y ve el retrovisor varias veces, buscando y recolectando en su reflejo las pocas agallas que le quedan para poder bajar el cuerpo inmóvil de Tooru.

White Violin || Shinsuke. KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora