PRÓLOGO.

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Cinco llamadas perdidas de Franko Sberlyn.

Cinco mensajes de texto de Franko Sberlyn.

Sin duda alguna, mi padre, Franko Sberlyn; podía irse a la mierda aquel día.

—Que se joda— susurré, mientras caminaba por el campus oscuro de mi universidad—. Jódete.

La brisa del mes de noviembre me hizo estremecer, sin embargo, no detuve mi marcha decidida.

Los campus estaban silenciosos y oscuros, aun así, la universidad daba clases hasta las diez de la noche y no tuve miedo de meterme en problemas por estar ahí tan tarde y no en casa. Los estudiantes que trabajaban de día y veían materias después de la siete de la noche se movían de un lado a otro dentro de los edificios yendo a sus respectivas facultades.

Se suponía que mi última clase debió terminar a las ocho, pero entonces, ya faltaba poco para las diez y me moví con más prisa para llegar al lugar en donde tanto deseaba estar.

Después de rodear el gran lago y subir la colina, vislumbré el museo de artes y caminé hacia ahí. No tardé mucho en estar dentro del pulcro y frío sitio, las pinturas de siempre estaban por todas partes, sin embargo, no presté atención a ello, sino qué subí las escaleras del segundo piso y busqué el auditorio en donde siempre veían las clases de artes plásticas.

Me detuve en la puerta del lugar con la respiración alterada, mi teléfono sonó de nuevo con una llamada perdida de mi padre, pero la ignoré, organicé un poco mi largo cabello negro, toqué la puerta y entré sin más.

Llevaba menos de un mes viendo clases en ese mismo lugar, a la misma hora y con el mismo sujeto, aun así, no pude evitar el estremecerme y no fue precisamente por el aire acondicionado que rodeaba el sitio, sino más bien por la vista que regalaba él sentado firmemente detrás de un oscuro escritorio.

Debía admitir que jamás lo había superado desde la primera vez que lo conocí, poco importaba que ese primer encuentro estuviera ligado a un vaso de café siendo derramado en mis pechos.

Como casi siempre, el cabello rubio y ondulado le caía sobre la frente, mientras que sus ojos seguían la lectura en alguna clase de cuaderno negro que traía consigo.

En ese momento realmente estaba apuesto y elegante como ya era obvio en él, aun así, la vista no dejó de impresionar con intensidad. Aclaré mi garganta sin más, pero no se inmutó, él sabía que yo estaba ahí de pie, pero nunca levantó la mirada, era como si no deseara malgastar su tiempo en algo tan banal como un estudiante.

—Profe —lo llamé y traté de esconder la sonrisa que estaba en mis labios, caminé entre las sillas con pasos firmes, pero no me acerqué del todo.

No tan rápido.

—¿Sí? —preguntó, pero continuó sin verme.

—Tengo una pregunta —mentí descaradamente.

—La hora de consultar cuestiones quedó atrás, trabajo solo hasta las diez. Vuelve mañana.

Encendí la pantalla de mi teléfono y vi que eran las 9:57 y chasqué la lengua.

—En realidad faltan tres minutos —lamí mis labios— ¿Puedo hacerla aún? Si me lo pregunta, sigue usted en horario de trabajo.

Lo escuché suspirar exasperado a tiempo que se dignó realmente a levantar su mirada. Sus ojos verdes observaron mi rostro sin un ápice de expresión, pese a que yo sabía que estaba turbado por mi molesta interrupción.

Ya sabia que no me soportaba.

—¿En qué puedo ayudarle, señorita Hess? ¿No tuvo suficiente de mí esta mañana?

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora