Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
Espero que el capítulo les guste mucho, según yo, esta vaina de hoy se encuentra llena de muchas emocioneees. 😛
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24 De noviembre del 2019 — España.
El clima estaba errático aquella mañana, quizás era porque la noche anterior había caído una fuerte tormenta que empapó todas las calles de la ciudad e incluso inundó algunos espacios.
El día de ayer había sido triste, pero no solo por la lluvia, sino también porque fue mi cumpleaños número dieciocho y no lo había celebrado con quien tanto amaba.
Mi novio.
Respiré lentamente cuando llegué a las escaleras de bienvenida de la gran casa campestre y no me estremecí nunca, ni siquiera cuando la neblina de esa temprana mañana congeló mi piel a tal punto que la sonrojó.
En mi mano derecha estaba apretando una bolsa del supermercado, la cual estaba llena de pastillas para el dolor de cabeza y bebidas para la resaca.
Me sentía extraña y no sabía como explicarlo. Algo dentro de mí había comenzado a palpitar más despacio después de que Tristán me avisó la noche anterior de que no podía ir a mi reunión de cumpleaños —. Una reunión que yo había organizado solo para los dos—; aun así, eso no fue lo que me mató. Lo que terminó por joderme fue la llamada suya que había recibido aquel día a las cinco de la mañana.
«—Estoy enfermo, tráeme pastillas y algo para beber —había sonaba ebrio—. No tardes, Francheska».
Nunca hubo un "Buenos días, amor" un "Feliz cumpleaños atrasado" o, más importante, un: "Lo lamento por haber herido tus sentimientos, Francheska".
Llevaba cuatro años de mi vida en una relación con él, lo había conocido a los catorce y lo amé desde entonces y, aun así, Tristán con el paso del tiempo me había dicho muchas cosas, pero nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia me dijo algo como: "Lo lamento, Francheska".
Siempre esperé que se lamentara por cómo me hacía sentir en ocasiones, pero no lo hizo y aquel día no fue la excepción.
Hice lo que me pidió. Me levanté a las cinco de la mañana, me cambié, busqué una tienda que estuviera abierta y una hora y media más tarde me encontraba ahí de pie viendo las escaleras de su casa y...
No sentía nada.
Quizá no lo hacía porque yo ya sabía qué estaba pasando ahí y jamás se había dado bien el aceptar las cuestiones que me herían.
Respirando lentamente, subí las escaleras hacia el gran portón y justo cuando iba por la mitad del trayecto. La puerta se abrió sin más y quien salió de la casa de mi novio fue una rubia que conocía muy bien.
Ella me vio y se quedó petrificada. Sus ojos claros dieron con los míos y no supo qué hacer, aparte de cerrar la puerta lentamente y mirarme apenada.