CAPÍTULO CUARENTA Y UNO.

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Este capítulo está re largo y tiene mucho de todoooo, espero que les guste. Recuerden votar y comentar <3.

Sin más, disfruten.

Las lágrimas caían por mis mejillas y la tierra húmeda se enterraba en mis rodillas y mis manos temblaban, mientras yo veía ese diminuto cuerpecito amarillo, ya tieso y sin vida

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Las lágrimas caían por mis mejillas y la tierra húmeda se enterraba en mis rodillas y mis manos temblaban, mientras yo veía ese diminuto cuerpecito amarillo, ya tieso y sin vida.

Mi madre estaba a mi lado, ella estaba acariciando mi cabello, mientras el aire cálido de esa primavera rozaba mis mejillas y hacía mecer todos los árboles y plantas que había alrededor.

—Lo lamento mucho, amor —había dicho mi madre con suavidad, arrodillada a mi lado, mientras que su cabello rojo era lanzado a todas las direcciones debido al viento que azotaba la ladera.

—Es mi culpa —lloré—. Siempre es mi culpa.

—Claro que no —había dicho rápidamente con esa paciencia que siempre la acompañaban—. La muerte es algo horrible y lamento que tuvieras que ver algo así...

No dije nada, solo lloré más desconsolada y mi madre suspiró fuerte, supe enseguida que estaba por decir algo más, pero se interrumpió cuando mi abuelo salió de la casa de campo y se acercó a nosotras con esa paciencia cariñosa que siempre lo rodeaban.

—No sabía yo que las reinas lloraban —dijo y mi madre sonrió un poco al escucharlo.

—N-no soy una reina —me quejé, sin dejar de llorar.

—Pero si tu vestido rosa es de toda una reina —opinó—. ¿Verdad, Jennifer?

Mi madre asintió.

—No lo soy.

—¿Ah, no? —su ceño se frunció y sus ojos claros, iguales a los de mi madre y a los míos, se llenaron de cariño—. ¿Entonces viví engañado todo este tiempo? ¿Cómo es posible? —lo miré enojada—. Siempre te daba el último trozo de mi tarta queriendo impresionarte y, ahora... ¿Me dices que no eres una reina?

Mi madre se rió suavemente, se puso de pie tras darme un suave beso en la mejilla y se marchó, lo hizo y, un segundo más tarde, quien se arrodilló a mi lado fue mi abuelo.

—¿Cuántos años cumpliste la otra semana? —me preguntó él con esa calidez de siempre, con ese amor.

—Siete —sequé mis lágrimas.

—Ya toda una señorita —lo miré y él estaba viendo al frente, hacia el lugar en donde se extendía toda la planicie verde y florecida de la finca—. Pero si hace poco eras una bebé.

—No soy una bebé.

—No eres una bebé, no eres una reina —sus ojos estaban llenos de una suave diversión—. ¿Entonces qué eres?

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora