CAPÍTULO SEIS.

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Debía reconocer que mis manos estaban temblando cuando finalmente llegué a la galería de arte

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Debía reconocer que mis manos estaban temblando cuando finalmente llegué a la galería de arte. La noche ya se encontraba encima de la ciudad de Londres y la lluvia tampoco se hizo de esperar como ya era obvio.

Seguí las indicaciones que me dieron para llegar al auditorio plano en donde el maestro Vandeleur daba sus clases de arte, me quedé ahí en la puerta oscura sin saber qué hacer y recordé las palabras que me había dicho más temprano mi mejor amiga.

Discúlpate con él, Francheska —pidió— lo conozco hace algún tiempo y jamás ha mostrado interés por castigar o conversar con un estudiante, por tal, aquello no lo hace por su prometida, lo hace por él porque claramente lo irritaste y te lo va a cobrar a lo grande.

Mierda.

Era obvio que estaba jodida y la maldita de la Lory tampoco puso alguna clase de empeño por ayudarme, estaba claro que ella no buscaba una tregua conmigo, aun así, pese a que yo tampoco se lo volvería a dejar fácil, ya después me encargaría de su estúpido ser, por ahora y más importante, debía enfrentarme a Aleksander Dreey Vandeleur.

Tragué saliva y abrí la puerta del auditorio sin más, mis ojos se ajustaron rápidamente al lugar y descubrí que el sitio estaba conformado por dos partes. La primera era una baja tarima que constaba de un escritorio, una silla y un gran tablero. Si se bajaba de aquella pequeña estructura se encontraba al frente cinco hilas de mesas negras que cada una traía seis puestos, aquellas claramente eran el lugar en donde los estudiantes tomaban notas. Sin embargo, eso no era todo, hacia la parte derecha del auditorio había una gran área despejada que tenía taburetes bajos y aquellas cosas en donde se ponían los cuadros o los papales para ser pintados.

No sabía el nombre.

También existían estanterías repletas de pinturas, pinceles y demás cosas que yo no conocía. Terminé de entrar en el sitio y caminé por en medio de las sillas, todo estaba solo y despejado. Por un momento llegué a pensar que Aleksander se había ido y me salvaría de aquel suplicio, pero he de decir que mi alivio no duró mucho porque de repente una puerta que estaba hacia el lado izquierdo del auditorio se abrió y escuché voces.

—Has mejorado mucho, Dahara —me petrifiqué al escuchar la voz de él— estoy orgullosa de ti.

Fruncí el ceño al escuchar esas palabras y mis ojos se movieron hacia el rubio cuando lo vi salir del otro lugar. Siendo sincera, me quedé sin aire cuando lo analicé en total silencio, aceptando el hecho de que se veía más atractivo que nunca.

La chaqueta había desaparecido y confirmé de nuevo que casi nunca usaba corbata. La camisa blanca de su traje tenía las mangas arremangadas hasta sus codos y sus manos estaban levemente manchadas con algo que perecía ser carbón. Todo él se veía un poco desaliñado y, aun así, seguía viéndose imponente, perfecto y adictivo.

Abrí la boca para llamarlo, pero no llegué muy lejos porque detrás de él salió una chica de cabellos rojos. Aquella llevaba en sus manos lo que parecía ser una pequeña pizarra.

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora