Capítulo 3
Arielle Vandenberg
Ansiedad.
Mi mirada baja a mi pantalón deportivo, se ha roto en la rodilla y no solo eso está a empezando a sangrar por un raspón que se produjo en la caída.
──Yo… yo creo que tengo unas toallitas por acá. ──dice Rhett, el hermano de mi psicóloga mientras conduce buscando en uno de los compartimientos de la camioneta. ──. Debí darle un puñetazo a ese idiota…
Para en un semáforo, y saca las pequeñas toallitas húmedas y me extiende varias. Un pequeño mechon de su cabello sale de la cola que lleva alta haciéndolo verse mucho más atractivo.
──Dolerá un poco pero lo mejor es que limpies el área.
──Gracias. ──susurro con nerviosismo tomándolas.
Paso con temor las pequeñas toallas por la raspadura que me hice chillo entre dientes y niego ante el ardor, no me percato que estaciona la camioneta a un costado hasta que lo siento muy cerca de mi.
Elevo mi mirada para notar que está a escasos centímetros de mi rostro, me arrebata las toallitas higiénicas, toma un poco del agua que lleva en un termo y la humedece.
──Aprieta mi antebrazo. Prometo que arderá solo un poco. ¿Si? ──asiento con temor, me aferro a su brazo musculoso y cierro mis ojos con fuerza.
Siento unas pequeñas gotas caer en el sitio lastimado, y luego el ligero roce que busca limpiar la zona, hundo mis uñas en su piel y soporto lo más que puedo sin gritar, apretando mis labios con fuerza.
──Eso es… listo, Arielle de apellido que aún no se pronunciar. ──susurra llamando mi atención. ──. Viste, solo fue un poco.
──Si, gracias…
──Ok, ¿A dónde te llevo?
──A mi casa… ──digo.
──¿Y tu familia? Verán que te fugaste de clases.
──Mi mamá está en su negocio.
──¿Y tu papá? ──pregunta intrigado. ──. ¿También en su trabajo?
Le desvío la mirada y me enfoco en las personas que caminan en medio del día ajetreado.
──Si, imagino que sí. ──susurro con pesar, juego con mis manos con nerviosismo. No debí montarme en su camioneta.
No se ni porque lo hice, mi cabello cae como una cortina ocultando mi rostro. Es mi escudo protector.
──Sabes, Arielle deberías descubrir un poco más tu rostro. Tienes cara de Angel… ──susurra poniéndose en marcha, mi corazón late con fuerza al escucharlo.
Siento mis mejillas arder. El espacio empieza a reducirse e intento respirar para no darle rienda suelta a mi ansiedad. Mi dedos van hacia el botón que debería bajar la ventanilla pero parece bloqueado.
──¿Puedes… bajar la ventanilla, por favor? ──pido con respiración agitada.
La baja inmediatamente, y la brisa ingresa llenando mis pulmones cierro mis ojos y recargo mi cabeza en el asiento, disfrutando de esta pequeña libertad que me hace sentir en paz con mi mente.
──Gracias. ──suelto.
──De nada. ¿Me dirás tu dirección? ──pregunta. ──. No puedo seguir conduciendo sin rumbo fijo.
Me giro para verlo, su perfil es perfecto… sexy y seguro.
──¿Podrías no llevarme a mi casa? Yo… solo quiero desconectarme de todo, un rato, unos minutos…
No dice nada, solo asiente y cruza en una de las calles más transitadas de la ciudad llevándome no sé a dónde, solo sé que no quiero llegar a mi casa para encerrarme en mi habitación, no lo conozco, no se si tiene otros planes, si estoy molestando.
Detallo el edificio hemos Llegado al jardín botánico de Atlanta, es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad tiene miles de flores y hacen hermosos espectáculos en el. Toma su cazadora y apaga el motor de la camioneta.
──¿Vamos? ──pregunta, sujeto mi bolso y bajo con este. ──. Aquí siempre se puede calmar la mente, y sobre todo respirar.
Susurra detrás de mí, lleva una gorra en sus manos la cual me extiende, la tomo sin dudarlo y me la coloco, sonríe al verme con ella iluminando todo, haciendo que mi corazón se detenga por un pequeño instante. Me incita a seguirlo y eso hago en total silencio.
Se apresura para llegar a la taquilla donde compra nuestros pases, me mantengo a cierta distancia de él, la última vez que vine era una niña de cinco años aproximadamente y fue con mis padres.
──Tenia años sin venir. ──susurra. ──. ¿Sabías que son más de 12 hectáreas?
Niego intentando alcanzarlo. El olor de las flores relaja mi cuerpo, detallo las bellezas que crean con las platas. Esculturas, fuentes y demás.
Inmensos dragones, piezas de ajedrez, leones pero lo que más llama mi atención es una mujer de la cual cae agua de su mano, se siente tan relajante y es tan perfecta que cuesta creer que sean flores.
──Solía sentarme aquí por largas horas cuando mi papá llegaba a casa de sus viajes. ──dice llamando mi atención. ──. Sentía paz cuando se iba y cada que volvía la tempestad llegaba. Aquí me llenaba de fuerza. ¿Desde cuándo sufres de ansiedad?
Trago grueso ante su pregunta.
──Vivien… ──niega.
──No, hiperventilas y eres retraída, callada y pensativa. ──susurra. ──. Se nota…
──Desde hace algunos años.
──Siéntate.
Ordena con tono suave, dejó caer mi bolso al césped y me siento en este cruzando mis piernas, el imita mi acción pero deja caer por completo su cuerpo acostándose.
Lo detallo de reojo, y hago lo mismo. El sol brilla con intensidad, su gorra me resguarda un poco, cierro mis ojos y solo escucho el agua correr, las aves que vuelan y el leve viento que acaricia el alma sin saberlo.
──¿Qué edad tienes Arielle?
──18.
──Bueno por lo menos no iré preso por secuestro. ──dice y río con fuerza, por alguna razón sigo riendo y sus orbes se posan en mi, sonríe en demasía y pellizca mi mejilla tomándome de sorpresa.
──Deberías reír más seguido.
──Debería.
Las horas pasan con un silencio cómodo de fondo, donde ambos vemos el cielo y disfrutamos de la calma que nos rodea o de esa calma que hemos creado para ambos. La desconexión del mundo fue real… muy real.
──Creo que es hora de irnos… van a descubrirte sino llegas.
Detallo la hora de mi reloj y me levanto apresurada, tomo mi bolso, y lo sigo muy de cerca, reviso mi teléfono y no hay ninguna llamada de mi madre. Se gira obligándome a detenerme de golpe chocando con su pecho, mis manos tiemblan tocando este y sonríe divertido.
──Toma la llave de la camioneta, espérame allí.
──¿Por qué?
──Solo hazlo, Arielle. Ya voy para allá.
Asiento dudosa pero sigo mi camino viéndolo regresar al jardín, llegó al estacionamiento detallando su auto de frente.
¡Mierda! Era él…
No puede ser.
Quito el seguro y subo a esta con el corazón a millón, al rato lo noto saliendo apresurado del jardín baja las escaleras lo más rápido que puede y sube para sonreírme agitado.
Le extiendo las llaves y enciende el motor poniéndonos en marcha. En uno de los semáforos se levanta la camiseta con cuidado y mi mirada va hacia ese lugar, lo que saca llama mi atención y me quedo casi sin habla ante el intenso color.
──¿Qué? ¿Qué hiciste? ──inquiero mirando hacia atrás.
──Es un souvenir.
──Es una Dalia… una Dalia. ──digo. ──. Una Dalia turquesa.
Me la extiende y la tomo con delicadeza.
──Las tienes en tu bolso y en tus cuadernos, supuse que te gustaría. ──musita. ──. Ahora. ¿Me darás tu dirección?
Una inmensa sonrisa se dibuja en mis labios, mis ojos pican pero me mantengo a raya
──Gracias…
──Tu dirección, por favor.
No puedo creer lo que tengo en mis manos, suspiro con fuerza y le indico mi dirección, no dice nada, solo conduce pero al entrar a la urbanización frunce su ceño y más cuando le indico cuál es la casa, eleva su mirada hacia mí ventana y se gira de golpe.
──Eras tu…
Asiento con una sonrisa en mis labios, me acerco a él y dejó un beso en su mejilla.
──Era yo.
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Respira
RomanceA veces olvidamos que la vida consiste en tomar un largo respiro y continuar con el camino. Si algo he aprendido es eso... ha apreciar hasta esa pequeña bocanada de aire fresco que inhalas y expande tus pulmones haciéndote sentir vivo y pleno. Vol...