Apenas dos horas de vuelo y una impaciencia punzante ya me arañaba por dentro, un anhelo desesperado por descifrar el enigma, por entender el silencio que se había tejido a mi alrededor. Se suponía que entre nosotras existía un lazo de confianza lo suficientemente fuerte como para evitar secretos.
En la vorágine de mis pensamientos, una certeza helada me asaltó: cuando compartíamos risas y confidencias en Seattle, Emma ya llevaba consigo el secreto de una nueva vida.
¡Por el cielo!
Mi pequeña Emma, apenas una muchacha de dieciocho años, pronto sería madre. La sola idea la debió haber sumido en un mar de incertidumbre, y la actitud de mi madre, lo sabía en lo más profundo de mi ser, no estaría ofreciendo consuelo alguno. Si algo le llegara a ocurrir a ella o a esa criatura inocente, juraba que el parentesco con mi madre se desvanecería como humo.
-Keityn, tranquila, ¿sí? -La mano cálida de Demián aprisionó la mía, interrumpiendo el torbellino de mis miedos-. No sé con exactitud qué ha sucedido en tu casa, pero confío en que todo se resolverá. No te atormentes.
-Emma me necesita -articulé con la voz quebrada por la angustia.
-Ya casi llegamos, mi niña -me atrajo hacia su pecho en un abrazo reconfortante-. Intenta serenarte y pensar en un plan.
En otras circunstancias, encontrarme a solas con Demián en uno de sus elegantes helicópteros privados me habría parecido un sueño romántico hecho realidad. Pero en aquel instante, al borde de la desesperación, solo ansiaba tocar tierra firme lo antes posible.
Al descender del helicóptero, me lancé al coche que Demián había dispuesto para nosotros. Di las indicaciones precisas al chófer y, en cuestión de minutos, me encontraba frente a la imponente puerta negra de la casa de Enmanuel.
-Samantha -saludé a la compañera de Enmanuel con una cortesía forzada por la premura-. ¿Dónde está Emma?
-Me temo que has llegado tarde. Tu madre ha venido y se la ha llevado... a la fuerza -¡No!-. Emmanuel intentó detenerla de mil maneras, pero... -Dejé la frase inconclusa, mi corazón latiendo con una furia sorda, y me lancé de nuevo al coche, rumbo a mi antiguo hogar.
Corrí con la velocidad desesperada de quien persigue un fantasma, divisando a lo lejos la familiar puerta que daba acceso al jardín de mi infancia. Fue imposible ignorar el crescendo de la discusión que resonaba en el interior y los gritos desgarradores que reconocí como los de mi madre.
-Keityn... -Jean corrió hacia mí al verme cruzar el umbral-. ¿Qué haces aquí? ¿Te enteraste?
-Sí -me escabullí de su agarre, impelida por una fuerza invisible, y entré en la casa, dispuesta a enfrentar la tormenta.
El espectáculo que presencié al entrar era dantesco. Mi madre, poseída por una furia ciega, vociferaba y gesticulaba en solitario. Nadie a su alrededor osaba contradecirla o siquiera insinuar algo; todos permanecían sumidos en un silencio espectral, observándola con una mezcla de temor y resignación.
- ¿¡Dónde está Emma!? -exigí saber, la angustia atenazándome la garganta al no verla por ningún lado.
- ¡¡Tú!! -me señaló con un dedo acusador, los ojos inyectados en cólera-. Tú lo sabías y no dijiste absolutamente nada.
Qué recibimiento tan... cálido.
- No, fíjate que no -respondí con un tono cortante-. No tenía la menor idea del drama que se estaba representando, ni mucho menos de ese embarazo.
- Es tu culpa, siempre la has consentido.
- No voy a discutir contigo -sentencié, girando la cabeza hacia mi padre en busca de respuestas. Antes de que pudiera formular pregunta alguna, un leve movimiento de su barbilla señaló hacia el piso superior.

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Quédate.
Novela JuvenilEn un mundo donde las relaciones laborales y personales chocan, una joven se encuentra atrapada en un torbellino de emociones tras iniciar una aventura clandestina con su jefe, Demián Petrov, conocido cariñosamente como "Mi Señor Gruñón". Aunque al...