Parecía.

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Archie recuerda que siempre han sido su papá y el contra el mundo. 

Hasta que él llego. 

Silencioso, amable, cálido. Sonreía con frecuencia y parecía que tenía todo el tiempo del mundo. Archie no estuvo tan feliz que se diga cuando llegó a su vida, le parecía demasiado mayor, demasiado anticuado. Pero descubrió que el parche de canas entre su cabello era un lunar y que solamente era un año mayor que su papá.

No fue a prisas, ni corriendo. Fue con paciencia que fue haciendo su lugar entre los dos. Le acompañaba cuando el trabajo de su papá le dificultaba alguna actividad y de verdad que disfrutaba de su compañía, leer en absoluto silencio tirados  en alguna parte de Central Park.

Le agradaba porque no parecía interesado en quitarle su lugar. Que admitirlo o no, ese era el temor de Archie. Que tratara de reemplazarle. Pero no, respetaba tiempos y aunque no era tan inteligente como lo es su papá o él, parecía que adivinaba cuando hablar o qué decir. 

Tiene en su memoria aquella tarde de Abril cuando le sentaron en la mesa y aunque tuviera solo once años, le hablaron como un adulto. 

—Estamos enamorados, Archie. —aseguró su papá. —Pero no queremos que te sientas incómodo o que trato de imponértelo. 

—Creo que esa parte ya la sabes, ¿no, chico? —preguntó él, sonriendo tranquilo. 

—Sí, note como lo veías. —contesta mientras las mejillas de él se manchan. —Eso significa que... ¿vivirás con nosotros?

Él sonríe, negando. —No. Tu papá y yo iniciaremos despacio, tenemos que convivir los tres.

— ¿Más?

—Sí, más. —continúa. —Esto es de aprender, Archie. Yo adoro a tu padre y te adoro a ti y lo primero es adaptarnos. 

Y lo hicieron con facilidad. Conoció al general en las oficinas donde su papá trabajaba. Aunque él solo iba a entregar reporte de misiones realizadas en Afganistán o los lugares ultra secretos donde el ejército le asignaba. Apareció una mañana de martes y nunca se marchó.

Y aunque se veía mortalmente serio con su uniforme militar, su acuosa mirada serena, siempre tenía una sonrisa que regalar. Tenía una nobleza sobrenatural, una sencillez de carácter que a veces Archie envidiaba. 

Pero lentamente, Morgan Mountbatten se hizo un espacio en su corazón. Archie recuerda la primera Navidad que compartieron como una familia. 

— ¡Archie! ¡Date prisa! —gritó desde la sala. — ¡Santa estuvo aquí!

— ¡No puede ser! —aúllo cuando vio las pisadas blancas de lo que parecían botas. — ¡No puede ser!

— ¡Y mira lo que te ha traído! —le extendió la caja. — ¡Ábrelo!

Archie tenía doce años y aunque ya no creía en Santa, su corazón se lleno de felicidad al ver todo el trabajo que él había hecho para envolver aquel obsequio de navidad como si un verdadero Santa Claus lo hubiera empacado.

— ¡Es el juego de química de la tienda! —chilla cuando se rebela la letra cuadrada. — ¡Ah, es fantástico!

Fueron años maravillosos donde vio a su papá feliz, completo. 

Ahora estaba ahí, sentado en un extraño silencio en compañía de su padre. Su padre de verdad. 

Tony Stark se sentaba con espalda recta, como Archie también tiene la costumbre hacerlo. Su cabello es un oscuro azabache y sus ojos verdes, o celestes cuando está molesto, son fríos. No expresan nada de calor, de amabilidad. No hay nobleza en ellos, todo en Tony Stark es grandeza, altivez, orgullo. 

Sentado en esa mesa, con los cubos de lego en las manos, Archie desearía que fuera Morgan quien estuviera ahí, sentirse querido, apreciado. En los ojos de Morgan siempre hubo calor, humanidad, amor.

— ¿Qué te pasa, mocoso? —pregunta Tony con las oscuras cejas juntas.

Cuando mira  Tony, entiende porque a veces su papá le amonesta. Es pura ciencia la que hay, fríos y carentes de sentimiento. Archie sabe que también es capaz de hacer esa mirada. 

—Creo que quiero ir a dormir. —declara agobiado de tantas emociones y recuerdos que empiezan atorarle la cabeza.

—Mientes. —declara Tony.

—No.

—El virus te delata.

— ¿Qué?

—El virus se refleja en tus ojos cuando mientes. —explica. —Al mentir alteras tu frecuencia cardiaca y tu presión arterial.

—Y eso mueve al virus. —concluyo Archie. — ¿Papá sabe eso?

—Seguramente. —Tony no sigue con el trabajo de armar aquella obra maestra. —Te fuiste por unos minutos, ¿estás bien?

No desde que le conoció. Sabía la verdad, su papá le contó parte por parte cuando Archie quiso saber quién diablos lo había engendrado. Lo vio cientos de veces en las noticias y hacía las comparaciones con facilidad. Archie se miraba más reflejado en el extraño hombre que se metía en problemas constantemente que en Peter. 

Cuando estaba más pequeño, su papá le decía que era hijo solo de él. Pero para Archie eso no funcionaba, no lograba comprenderlo. No había patrones similares con su papá, incluso hasta sus rasgos eran más afilados que la cálida sonrisa de su papá.

— ¿Archie? —insiste Tony.

—Crees que... —duda, finalmente quitando su mirada de los legos. — ¿Qué hubiera pasado sí lo hubieras sabido desde el principio?

— ¿Qué cosa?

—Yo. —lo estudia, su rostro frío y calculador. —Sí papá te lo hubiera dicho...

Tony se queda en silencio, con las cejas juntas y el pensamiento casi reflejado en sus verde mirar. —No lo sé, supongo que igual que ahora.

—Ahora es mil veces más fácil, papá ya hizo todo el trabajo.

— ¡Yo que sé, niño! —se defiende dejando los legos también. —Es raro y confuso, la mayoría del tiempo no lo creo y de repente estoy en una maldita cocina armando un estúpido juguete-

— ¡Yo no te he pedido nada!

— ¡Yo no sé que darte!

Y de repente ambos están de pie, con los hombros hacia atrás. Listos para morder. 

— ¿Qué sucede? —pregunta la tranquila voz de Peter después la puerta. 

La armadura de Tony ni siquiera se había terminado de armar cuando ya desparecido por una de las ventanas. Archie ruge y en un parpadeo se interna en su habitación. 

Peter, adormilado y confundido, cierra la ventana antes que la nieve empiece a colarse. Se cuestiona sí ir a enfrentar a Archie y preguntar qué sucedió, o dejar que el niño siga marchando a su ritmo de procesar y continuar. 

Se desploma en el sofá después de encender la chimenea. Bosteza y cuando está por dormir nuevamente, Archie aparece con las mejillas encendidas. 

—Creo que fue un error. —declara desde el borde del sofá.

— ¿El qué?

—Dejarlo entrar en nuestra vida. —escupe con la furia de un adolescente. 

—Te dije que no era fácil. 

—Tampoco tan difícil.

—Ven acá. —levanta los brazos y Archie se acomoda lentamente sobre su regazo. —No enloquezcas, Pumpkie. 

—Me irrita.

—A todos. —contesta divertido. —Pero... ¿Qué pasó? Parecían llevarse bien.

—Parecíamos, papá. —declara con la voz ahogada contra el gigante suéter amarillo.

Peter rasca la cabeza del niño hasta que siente su respiración acompasada. Se quedan ahí, solos nuevamente. Aunque no tanto.

De noches estrelladas. [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora