Capítulo 31. Ha sido idea suya.

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Desperté al día siguiente todavía desnuda y con Gavi pegado a mí. No quería moverme de ahí, pero me di cuenta de que el pestillo no estaba puesto y me daba miedo que entrara alguien, así que me levanté con cuidado para no despertarlo, me puse el bikini y una camiseta suya, y salí despacio de la habitación.

Fui a la mía, me duché y volví a ponerme la camiseta y también la sudadera que me había dejado cuando fuimos a buscar a Ana y la cual todavía no le había devuelto. Ni pensaba hacerlo.

Bajé al comedor, donde ya estaban mis amigas y me senté en el sofá.

-¿Hoy vamos a salir? -preguntó María.

-Buf, no sé, yo me quedaría en casa -dije desganada.

-¿Has dormido mal o algo? -dijo María frunciendo el ceño-. Tienes cara de cansada.

Yo negué con la cabeza y me encogí de hombros.

No he dormido, básicamente.

-Buenos días -dijo Gavi una vez había bajado las escaleras.

-Buenos días -contesté y me giré para mirarlo.

Cuando lo vi casi se me cayó el alma al suelo. Iba sin camiseta y llevaba la espalda llena de arañazos.

-Para unos más que para otros -dijo Andrea alzando las cejas.

Gavi la miró con el ceño fruncido y yo intenté reprimir una sonrisa mientras me tapaba la boca con la mano.

-Ahora entiendo la cara de cansada -murmuró Sonia.

Yo mordí mi labio inferior y me levanté quitándome la sudadera yendo hacia Gavi.

-Toma, mejor póntela -dije al llegar donde él.

-¿Por? -preguntó extrañado.

-Hazme caso -aseguré.

-Nah, creo que me voy a ir a bañar -dijo rechazando la sudadera.

Yo volví a ponérmela y me encogí de hombros.

Salimos todos hacia la terraza para desayunar y yo intentaba no mirar demasiado al sevillano. Me levanté para poner un poco de música, y me quedé de pie al lado de la silla tomándome un zumo.

-Me gusta la sudadera -dijo Sonia.

Yo la miré y asentí.

-Podrías dejar de quitarme la ropa -habló entonces Gavi.

-Lo dices como si te quitara todo, hijo -me quejé.

-Ah, ¿Qué llevas debajo? -preguntó.

Yo sonreí.

-A ver, levanta la sudadera -pidió.

Yo negué con la cabeza. La camiseta que llevaba debajo también era suya.

Entonces se levantó él para levantarme la sudadera y mis amigas y yo empezamos a reír cuando la enseñó.

-Bueno, si quieres te la devuelvo, pero no llevo nada más debajo -avisé.

Él me miró sin soltarme de la cintura y negó con la cabeza.

-A ver si te vas a venir conmigo al agua otra vez -murmuró.

-Como quieras, llevo tu ropa -dije encogiéndome de hombros.

Entonces me apretó con fuerza contra él llevándome hasta el borde de la piscina.

-La ropa no es lo único que me pertenece -susurró para que no lo oyeran.

-¿Ah, no? -pregunté divertida.

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