Capítulo 68. Sólo era un decir.

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-Voy a prepararos la habitación -avisó Belén levantándose del sofá.

Los tres asentimos y Gavi relevó el sitio de su madre.

-Yo me voy ya también, si pasa cualquier cosa avisadme -dijo Pedri mirándonos.

-Gracias por venir -lo miré desde mi posición.

Él se agachó un poco para posar un beso sobre mi cabeza, y dio unos golpecitos de ánimo en el hombro de Gavi antes de dirigirse hacia la puerta.

Tomé aire y me giré hacia Pablo, para apoyar la cabeza en su pecho y pasar el brazo por encima de su abdomen.

-No salimos de una y ya estamos en otra... -suspiró.

Yo asentí levemente.

-Todo parece surrealista -murmuré sin saber qué decir.

El sevillano volvió a tomar aire y acarició mi brazo con calma.

-Siento haber tirado el anillo -dije incorporándome un poco para mirarlo.

-No te preocupes, yo habría hecho lo mismo -contestó sin darle importancia.

Asentí y me quedé observándolo. No quería que se le notara, pero en sus ojos todavía podía ver perfectamente la rabia y la angustia. Ni me imaginaba cómo lo había pasado al llegar a casa y ver que no estaba.

-Podrías haberme dejado una nota o algo -habló como leyéndome la mente.

-Me daba miedo que entraras con ella o algo y la viera también -me justifiqué.

-¿Pero cómo iba a entrar con ella, Dani? -se alarmó.

Yo levanté la mano sin explicación.

-No lo sé, Pablo. O que entrara ella y lo viera o yo qué se -murmuré cansada-. No podía pensar nada con claridad, estaba atacada. No sé ni cómo se me ha ocurrido venir aquí, no sabía lo que hacer -volví a angustiarme.

-Vale, vale, tranquila -pidió mirándome con pena.

-Han sido las peores horas de mi vida -aseguré tratando de no llorar de nuevo.

Él asintió y me atrajo hacia su pecho, apretándome con fuerza.

-Ni me lo imagino -balbuceó.

Cerré los ojos, pero no duré mucho así, porque todas las fotos y la situación se aparecían en mi mente.

-Ya podéis subir -avisó Belén asomando al salón.

Gavi se levantó primero, cogiéndome después en brazos, para subir hacia la habitación.

Me sentó en la cama, y después de darle las gracias a su madre nos despedimos de ella mientras cerraba la puerta.

-No sé si voy a poder dormir -suspiré metiéndome bajo las sábanas.

-¿Quieres que te cante una nana? -preguntó el sevillano imitándome.

-No quiero tener más pesadillas, gracias -ironicé.

Él sonrió a mi lado y yo lo miré embobada.

-Esta conversación me suena -alzó un poco las cejas.

-¿Quién diría que volveríamos a tenerla unos meses después en tu cama? -sonreí levemente.

-Yo ya sabía que iba a acabar así -aseguró con superioridad.

Yo rodé los ojos.

-Sí, estoy segura de que sabías que íbamos a acabar fingiendo un matrimonio y denunciando a una loca por amenazarme con colgar fotos mías casi en bolas -lo miré incrédula.

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