46. ¿Cita en la iglesia?

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Si obedecen a Dios y le sirven, Dios les concede días de paz y bienestar; pero si no obedecen, la espada les espera y mueren sin llegar a tener entendimiento.
–Job 36:11-12–

Capítulo 46:
¿Cita en la iglesia?

   El sol ya se había escondido, dándole de esa manera presencia a una luna llena con un cielo cargado de estrellas. El reflejo de la luna se miraba en el agua del gran río, quien traída pequeñas olas hacia la orilla. 

   Samuel y Raquel se encontraban sentados a la orilla del río, mirando hacia el horizonte y al cielo estrellado mientras bebían de sus vasos de refresco. Algunas veces compartían miradas y sonrisas mientras conversaban de temas particulares, dejándose llevar por el ambiente agradable que se había creado entre los dos.

   Hacía un poco de frío, por esa razón Raquel llevaba puesto el suéter que se había guardado sin querer en su bolso. Por lo menos para algo le sirvió.

   Samuel, por otro lado, aún vestía su bermuda y su franela sin mangas que había utilizado durante todo el día. Sus pies estaban descalzos para sentir la arena, y su cabello castaño estaba desordenado.

   Por algunos momentos Raquel volteaba a mirarlo cuando él tenía la vista puesta hacia el frente, y él hacía lo mismo cuando era ella quien miraba hacia el frente. Sus corazones laten aceleradamente en sus pechos por la cercanía que tienen, y sus manos en la tierra tan solo están a unos centímetros de poder tocarse.

—El río en esta hora me da mucho miedo. Todo se ve tan oscuro que hace pensar muchas cosas sobre lo que puede haber dentro.

—Tengo entendido que hay serpientes y pirañas.

—¿Qué?

—Es lo que he escuchado. Según dicen que nunca han visto más serpientes por aquí, pero estoy seguro que si alguien se le ocurre nadar en medio del río se encontrará con muchas sorpresas.

—¿Y las pirañas?

—También las hay, pero por esta zona no hay muchas.

—Pero igual hay algunas.

—Exacto. Así que prefiero no meterme al agua —dijo Samuel, bebiendo luego de su vaso de refresco.

—¿Alguna vez has ido a aquella isla que se ve allá? —preguntó Raquel, señalando la isla que se veía a una cierta distancia. Desde lejos se podían apreciar las luces que dejaban ver que estaba habitada.

—Solo una vez. Los padres de José nos llevaron a conocerla de día.

—¿Y es chévere?

—Sí. Realmente es agradable. Las personas van hasta allá básicamente a beber y pasar un rato agradable a solas o con amigos.

—¿Y fueron en lancha?

—Sí, hay unas que nos llevan hasta allá. También hay yates, pero eso sólo los manejan sus dueños. Y también hay motos de agua, pero no son lo mío.

—¿Le tienes miedo a las motos de agua?

—A las motos no, al río sí.

Tóxicos: Muy DañinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora