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Habían pasado ya una semana desde que había terminado el juicio, una semana desde que Saúl estaba en la cárcel, una semana desde que Leo se había ido pero solo unos días de ser alguien divorciado.

Se sentía emocionado, pero no podía sentirse completamente feliz si no estaba Leo a su lado, y ahí el problema, el argentino no contestaba mensajes ni llamadas desde que se había ido.

No sabía si le había pasado algo o simplemente no quería hablar con él, porque los primeros mensajes solo le habían marcado en visto pero sin ninguna respuesta, y los siguientes a esos jamás llegaron al número.

Pero trataba de mantener la calma, pensar que solo no tenía señal o que había perdido el teléfono, pero mientras nadie se lo confirmara no podía tenerlo seguro.

Era de esas personas que al ver un número desconocido nunca contestaba pues casi siempre eran para ofrecerle algún servicio inútil, pero desde hace un día cada llamada le era importante.

Aunque esa no era de algún número desconocido.

Contesto la llamada para hablar con Hirving, había regresado a Nápoles después del juicio para continuar con los partidos de su equipo, y no podía estarse dando el lujo de volver a faltar después de sus meses ausentes, a pesar de que no fueron seguidos, pues asistía una que otra vez cuando podía.

Pero de cualquier manera se mantenía en contacto con el guardameta mexicano.

La idea de regresar a jugar le mantenía agobiado. Aun cuando seguía su sueño de seguir protegiendo la portería por mucho tiempo más, sus condiciones médicas ya no eran las mejores. Si podía jugar, pero con regulación, cosa que le fastidiaba.

—¡Guille!— unos brazos le rodearon por el cuello en un abrazo sin dejarle reaccionar ante la acción.

Había abierto la puerta principal para salir hacia el estadio de salerno. Durante la semana había estado asistiendo a los entrenamientos para poder demostrar que aún estaba en forma para seguir jugando. Pero a diferencia de los días anteriores, el argentino estaba sobre su puerta esperando a que saliera, o quizás a otra cosa, aunque juraría nunca haber escuchado el sonido de la puerta o del timbre.

—Leo… ¿dónde habías estado? Los mensajes no llegaban a tu teléfono, empezaba a preocuparme.— tenía tantas preguntas y ninguna respuesta.

—Estuve en Rosario, vi a mi padre para hablar con él. Y sobre los mensajes… perdí mi teléfono.— eso ni siquiera era cierto, el teléfono que ocupaba se había roto y no por un accidente, pero prefería no hablar sobre su viaje a Argentina.

—¿Está todo bien?

La mirada de Leo estaba perdida, sin punto fijo alguno, solo observaba sin un lugar específico. Asintio ante la pregunta del mexicano, alejándose de él para darle espacio.

— Vas de salida ¿no? Yo creo que es mejor que me vaya…

—No,— puso su mano sobre la del menor para impedir que se fuera una vez más.— lo que iba a hacer puede esperar.

Leo se negó, pero el mayor solo seguía insistiendo y de un momento a otro término de copiloto en el carro del mexicano. De alguna manera acepto acompañarlo a dónde fuera que iría, después de todo no le dijo a dónde irían.

—¿A dónde vamos?

Llevaban ya un rato dando vueltas sobre las calles de Italia, y no sabía si era porque el no conocía el lugar, pero sentía que no tenían una dirección exacta.

—Ya verás.

Cómo detestaba ese tipo de respuestas, si algo odiaba eran las sorpresas, sobre todo porque la mayoría no eran muy agradables, pero si lo pensaba bien, si la sorpresa venía por parte de Guillermo podría aceptarla.

𝘔𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘢𝘴 𝘗𝘪𝘢𝘥𝘰𝘴𝘢𝘴 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora