III. Julen Black

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Me senté en la barra de la cocina con mi portátil tan pronto preparé el desayuno. Mientras Will terminaba de prepararse para ir a su primer día de trabajo, me dediqué a buscar ofertas de empleo.

Aunque mi esposo me aseguró que no tenía problema alguno si mi decisión era trabajar o no, no me siento del todo cómoda quedándome en casa. Toda mi vida he trabajado, por lo que sería raro no hacer nada. Me gusta comprar mis propias cosas, mantenerme activa y aprender cosas nuevas.

Busqué largo rato ofertas de empleo que se ajustaran a mi perfil y apliqué a varias. En lo que leía una para ser secretaria en una de las industrias más importantes de Australia, no dudé un segundo y apliqué con la esperanza de quedar. Nunca trabajé en el sector automotriz, pero no está de más aprender si me llegasen a elegir.

—¿Buscando empleo tan pronto, mi amor? —Will besó mi frente y pasó por mi lado hasta la cafetera—. Pensé que tomarías unos días para conocer la ciudad y acoplarte.

—Puedo hacer las dos cosas. Mientras busco empleo, puedo ir conociendo Canberra, ¿no crees?

—Desde luego que sí —se sentó frente a mí y tomó una tostada del plato al tiempo que le daba un sorbo a su café—. ¿Qué vas a hacer hoy?

—Tengo planeado turistear un poco, ya sabes, no me gusta quedarme en casa.

—Ten cuidado, ¿de acuerdo?

Asentí.

—¿Cómo te sientes?

—Nervioso, pero demasiado feliz para preocuparme incensariamente.

—Lo harás bien, por algo te eligieron. Saben de antemano tus grandes capacidades.

Sonrió, sacudiendo la cabeza, como si un pensamiento perverso hubiese cruzado su mente en una mínima fracción de segundo.

—¿Qué estás pensando, Sr. Lester?

—Nada malo, Sra. Lester —miró la hora en su reloj de muñeca y se apresuró a comerse la tostada y tomarse el café—. El Sr. Parker debe estar esperándome, así que no puedo darme el lujo de llegar tarde en mi primer día.

—Adelante, Gerente Lester —me incliné sobre la barra y lo tomé de la corbata, antes de saborear sus labios con lentitud y dulzura—. Ten un bonito día, esposo mío.

Un suspiro brotó de sus labios y volvió a unir nuestras bocas, acariciando a su vez mi mejilla.

—Te amo, esposa mía —dejó un último beso antes de marcharse.

Esa sonrisa bobalicona no la pude borrar de mi rostro en ningún momento, todo lo contrario, entre más pensaba en nuestro futuro, en cómo serían nuestros hijos e incluso cuando estuviéramos viejos y solo nos pudiéramos apoyar el uno del otro, mi sonrisa crecía aún más.

Mi día fue bastante productivo. Visité el museo nacional de Australia, la galería nacional de Australia y el memorial de guerra australiano. Estaba encantada y feliz visitando cada lugar, aprendiendo algo distinto de un maravilloso país. Aunque tenía muchas ganas de ir al zoológico, el tiempo jugó en mi contra. Cuando menos pensé ya eran las seis de la tarde.

Tan pronto llegué a mi nuevo hogar, me cambié de ropa, poniéndome una cómoda camisa que caía hasta mis muslos. Me dejé el cabello en un moño a lo alto de mi cabeza y encendí la radio mientras sacaba del refrigerador todo lo necesario para la cena.

Me mecía al ritmo de las canciones que pasaban en la estación de radio conforme picaba los vegetales y adobaba el pollo. Aunque no era muy buena usando el horno, con la ayuda de un tutorial logré dejarlo a la temperatura correcta para hornear el pollo.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora