XXXIX. Libertad

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—Gracias, Niklas —susurré, limpiando las lágrimas que no dejaban de caer, lágrimas que en ese momento me permitía derramar con una emoción incomparable—. Gracias por lo que hiciste por mí. Espero que salgas con bien de esa casa y pronto pueda agradecerte en persona...

Recordé entonces que me había dado un teléfono y lo busqué por todas partes de mi cuerpo, pero no lo sentí por ninguna parte. Se debió caer en algún punto del bosque cuando corría o cuando me caí sin que me diera cuenta, pero aún tenía aquel mensaje tan reconfortante en un trozo de papel y un localizador que no dejaba de emitir aquella luz roja, la luz que me daba esperanzas y me decía que pronto mi infierno acabaría.

Me aferré a esas dos cosas con todas mis fuerzas y me senté no muy lejos del gran caudal, recostando mi cuerpo en el tronco de un árbol a esperar al compañero que había mencionado Niklas, deseando que no tardara demasiado tiempo en venir por mí.

Mi corazón latía lleno de emoción, me sentía tan feliz porque al fin sería libre, al fin podría ver a mis padres, abrazarlos, volver a casa, estar con ellos hasta olvidar el dolor en mi corazón. Aunque no podía sentir una felicidad completa, puesto que mi esposo ya no estaba a mi lado y aquello me partía el alma en pedazos, si es que aún me quedaba una... pero yo, yo haría lo que fuera por encontrar su cuerpo y despedirlo como se lo merecía, ya que no pude decirle un último adiós.

Miré mis manos y nuevas lágrimas se deslizaron por mis mejillas al ver una vez más que ya no tenía mi alianza de matrimonio, pero estas eran unas lágrimas más gruesas y que denotaban todo el dolor que había llevado adentro por eternos meses y aún me seguía destrozando por completo. Lloré con cierta impotencia, preguntándome una y otra vez por qué mi vida había acabado de esta manera tan cruel y despiadada, por qué me había pasado todo esto, por qué me habían destruido por completo, por qué la vida me había arrebatado al amor de mi vida, al hombre que fue mi primer amor y seguía creyendo fervientemente que sería el último.

En ese instante de flaqueza pensé en Will, en si su muerte había sido dolorosa o, por lo contrario, había cerrado sus lindos ojos sin sentir dolencia alguna. Me preguntaba si había pensado en mí, si me había llamado, llorado o extrañado en su último soplo de vida. Quería creer que sí, así como yo lo necesité muchas noches y lo seguía necesitando con todas las fuerzas de mi ser.

Anhelaba tanto su calor, sus palabras, sus besos. Necesitaba sentirme protegida entre sus fuertes e incomparables brazos, pero Julen me lo arrebató, quitándome parte esencial y vital de mi alma. Quería llegar a casa y fundirme en su aroma y que me dijera al oído que todo esto no había sido más que una horrible pesadilla y qué él seguía ahí para mí y hacerme feliz, pero para entonces ya no tenía casa a donde ir. Estaba sola en un país desconocido y lejos de mi familia.

No sé cuánto tiempo pasé ahí sentada, esperando a un hombre que no sabía si iría por mí y aferrada a la esperanza de que sí lo haría. Lloré mucho, no podía controlar las lágrimas que abandonaban mis ojos, pero quería suponer que era mi forma de drenar el dolor que había soportado y el comienzo de una nueva etapa de mi vida que no sabía cómo lidiar ni mucho menos cómo la iba a continuar. Me sentía en pausa, que todo a mi alrededor se había detenido y que solo podía esperar en un punto muerto lo que fuese que la vida me tuviera deparada. Pero más maldita y destrozada no podía estar, así que todo lo podía esperar a este punto de mi vida... si es a que esto le podía llamar vida.

La noche cayó con rapidez, me consumió en un abrir y cerrar de ojos, haciéndome entrar en pánico. Solo el sonido de la naturaleza me acompañaba, y hacía un frío que me helaba los huesos, pero todo parecía en calma. Una calma sospechosa, como la pasividad de un desastre natural poco antes de atacar con toda su furia.

Tenía los ojos bien abiertos, alerta a todo movimiento, pero entre más entraba la noche, más se me dificultaba ver. La oscuridad allí era horripilante, los grandes y tupidos árboles impedían que la luz luna se filtrara e iluminara alguna parte. Me sentía tan fuera de mí y con mucho miedo al no poder nada a mi alrededor.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora