XXXII. Devastación

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Me vestí con mi mejor máscara y brindé una falsa sonrisa a todas las personas que estaban reunidas en el enorme salón tan pronto llegamos. Unos se acercaban a Julen y lo saludaban y él no perdía el tiempo en presentarme como su mujer, otros nos miraban desde la distancia y se murmuraban entre ellos, haciéndome sentir incomodidad, otros tantos solo movían su cabeza o su mano como señal de saludo y seguían en lo suyo, sin prestar demasiada atención a nuestra presencia.

Para la mayoría de las mujeres, sin importar su estado civil, era demasiado evidente que mi presencia les desagradaba. Se comían con la vista a Julen y me daban miradas despectivas en cuanto podían. Muy pocas me daban alguna sonrisa sincera, me daban el saludo e intercambiaban un par de palabras conmigo.

Poco me importaba si les había caído mal mi presencia, puesto que no estaba para complacer a nadie. Es más, deseaba con todas las fuerzas de mi corazón largarme de ese lugar y muy lejos de Julen, pero solo era una rehén presa de los miedos y de alzar la voz.

Quise y tuve la oportunidad de pedir ayuda, pero ¿alguien de los presentes sería capaz de creerme? ¿Serían capaces de ir en contra de un hombre poderoso y que exudaba seguridad, control y sensualidad? ¿Podría alguien ayudarme a salir de esta tortura? Nadie me ayudaría, eso lo tenía bastante claro y no podía hacer más que fingir agrado y que era una mujer afortunada y enamorada del hombre que la había secuestrado, el mismo que se jactaba de decir que era mi dueño entre palabras camufladas que solo yo podía entender.

Me sentí usada y que no valía nada. Julen se burlaba de mí en cuanto podía, haciéndome saber que había obtenido lo que quería y no iba a descansar hasta hacerme completamente pedazos. Sin embargo, no era necesario, ya lo había conseguido desde el momento en que ideó desaparecer a mi esposo y, peor aún, retenerme en contra de mi voluntad.

Caminé de su brazo bajo la mirada de las personas y la envidia de las que deseaban estar en mi lugar. Cuan equivocadas estaban todas esas mujeres que me lanzaban miradas despectivas, pero suponía que nadie en ese salón conocería la verdadera cara de ese hombre perfecto y hermoso que les atraía en demasía. Ni siquiera yo misma alcanzaba a conocerlo, porque desde que mostró su lado posesivo y algo violento, lo mejor que pude hacer por mi propio bien fue no provocarlo.

—Ahí está mi madre —indicó, llevándonos hacia una mujer mayor que se veía muy bien conservada que conversaba con un hombre casi de su misma edad—. Madre.

—Ah, pero miren quien llegó, mi bebé —sonrió ella, acercándose a abrazar a su hijo y darle besos en cada mejilla—. Pensé que no vendrías, incluso apostamos con tu tío, pero no me culpes, con eso de que estás en tu luna de miel, ya sabes.

—Aquí estoy para consternación mía y de mi mujer —dijo divertida y la mujer rio con gracia, como si hubiera dicho el mejor de los chistes.

La mirada azulada y experimentada de la madre de Julen se posó en mí y me repasó con lentitud, esbozando una sonrisa brillante y muy parecida a la de su hijo, provocando nervios en mi interior. Su sonrisa era tan intimidante como la de Julen.

—Es un gusto conocer al fin a la mujer que le robó el corazón, los suspiros y hasta la vida misma a mi único y bello hijo —me abrazó sin más y besó mis mejillas con la misma efusividad que lo había hecho con Julen—. Mi bebé no se quedó corto, eres realmente hermosa, Amanda.

—Un gusto conocerla, señora...

—Oh, no. Quítame el señora, querida —sonrió divertida—. Para ti soy madre, ¿de acuerdo? —enredó su brazo en el mío y le dio la espalda a Julen y al hombre con el que hablaba—. Vayamos a caminar y hablar un poco. Tengo tanto que contarte de mi bebé. ¿Te dijo alguna vez que fue el mejor en el instituto y en la universidad?

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora