VIII. Mal humor

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En silencio caminamos hasta la recepción, donde nos dieron nuestras respectivas habitaciones y nos guiaron al restaurante. Aunque en realidad quería ir a mi habitación, hablar con mi esposo por un rato y dormir hasta el siguiente día, no podía ignorar mi estómago. Mis tripas gruñían a medida que caminábamos por el amplio comedor y el olor a la comida llenaba mis fosas nasales.

Una vez en nuestra mesa, el Sr. Black sacó la silla para mí y le agradecí en un susurro, sintiendo que su mirada se volvía diferente.

Él tomó lugar frente a mí, pero no apartó su mirada de mí incluso cuando una de las camareras trajo la carta. ¿Acaso tenía algo en la cara y por eso me miraba tanto? ¿Estaré despeinada, con el maquillaje corrido o tendré micos en la cara y por eso me observaba de esa manera tan inquietante?

Su mirada me ponía tan nerviosa con cada segundo. No me gusta que las personas se me queden viendo tan fijamente, menos un hombre.

—¿Qué te gustaría comer? —inquirió con voz suave y profunda—. Las gambas en este lugar son deliciosas.

—No, gracias, la única vez que probé las gambas tuve una mala experiencia con ellas y no me gustaron en lo más mínimo.

Mi jefe rio divertido, mirándome con curiosidad.

—Pero si son muy ricas.

—A mí no me parece, además no las pelan. ¿Qué gracia tiene que vendan camarones si nos los pelan como se supone debe ser?

Volvió a reír y pidió a la camarera un cóctel de gambas, así como una ensalada y una botella de vino más dos copas. No tuve más opción que acceder, después de todo, el hombre era mi jefe y no quisiera llevarle la contraria.

—Debes retirarle la cáscara a la gamba, la cabeza y las patas para poder comerla.

—¿De verdad? —fruncí el ceño—. Nadie me dijo eso, pensé que ya venían listas para comer y no fue así. Fue la única comida que no me gustó.

—Algunos alimentos de mar no están completamente listos para comer incluso si te lo sirven en un restaurante, en este caso, las gambas. Debes quitar la cáscara tú misma, pero no tienes que preocuparte, en este cóctel ya vienen listas para que no pases dicho trabajo.

—Hubiese sido bueno tener un guía turístico que me lo dijera antes de discutir con la camarera por el mal servicio que me brindaron —susurré, entre avergonzada y divertida—. Pensé que eran como los camarones.

—Ahora lo sabes, así que espero que te guste el cóctel de gambas.

—Le daré el beneficio de la duda solo porque me lo recomienda, Sr. Black.

Sonrió ladeado.

—No seas tan formal conmigo, Amanda. Puedes tutearme.

—No me sentiré cómoda si lo hago.

—¿Por qué no? —enarcó una ceja—. Eres mi secretaria, pero cada vez que te diriges a mí tan formal me siento demasiado viejo.

—No lo tome personal, Sr. Black. No puedo evitar dirigirme a usted con respeto, después de todo, es mi jefe.

—De acuerdo, algún día te haré cambiar de opinión —aseguró divertido, y pude notar los dos hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando sonreía.

Ahora fui yo quien rio, justo cuando dos camareras traían lo que mi jefe había ordenado. En ese momento, mi teléfono sonó y me apresuré a sacarlo, sonriendo aún más grande al ver el mensaje que me envió mi esposo:

«¿Ya estás instalada? Quiero ver a mi preciosa y sexi esposa».

«Ya estoy en el hotel, pero en este instante estoy cenando con mi jefe. Supongo que tendrás que esperar un poco más para ver a tu preciosa y sexi esposa, Sr. Lester», respondí, mordiendo mi labio inferior.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora