XLVII. Fuera de control

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NIKLAS

No podía perder más mi tiempo, debía encontrar la forma de ponerme en contacto con mi compañero o el cuartel y hacerles llegar mi ubicación, pero me resultaba imposible cuando tenía ojos encima todo el tiempo.

Día a día me levantaba deseando cumplir mi propósito, aunque llevarlos a prisión no hacía parte de mis planes, además de que era estúpido encerrarlos cuando ellos tenían mucho poder y podían quedar libres sin siquiera haber pisado la estación.

Julen cada vez estaba de peor humor, no solo porque aún no encontraba Amanda, sino porque su única entretención había pasado a mejor vida y no paraba de decir lo débil que había sido y que pensó que duraría un poco más, al menos hasta verlo desposar a la mujer que tanto amaba.

Aún me afectaba pensar en el esposo de Amanda, en como fue perdiendo la vida en mis manos y yo no pude hacer nada para salvarlo. La impotencia y la rabia que sentí fue tanta que por un momento pensé en mandarlo todo a la mierda y acabar de raíz con el problema, pero no podía arriesgarme cuando llevaba años trazando con calma mi venganza. No podía simplemente matarlo, después de todo, la lealtad que le guardaban sus hombres era enorme y antes de que pudiese hacer algo, seguramente ya estaría muerto.

Escucharlo hablar solo despertaba esos deseos locos de callarle la boca con un balazo. Era despreciable todo lo que decía y hacía. Pero no podía perder el control, debía seguir como hasta ahora, fingiendo ser el mejor de sus hombres e incluso darle la razón en todas las estupideces que decía.

La madre de Julen y su tío no estaban de mejor humor. La tensión se sentía en el aire y entre ellos empezaban a notarse las diferencias. El viejo hacia todo lo que la mujer dijera, y era Julen el que siempre llevaba la contraria, no sabía si por provocar a su madre, porque quería dejar en claro que él era el que llevaba el timón o por mera diversión.

Por más que había tratado de estudiar a esa familia, me resultaba titánico entenderlos. Los tres eran unos dementes, pero permanecían juntos en todo, como si quisieran matarse pero protegerse a la vez. Se cuidaban la espalda sin importar la situación en la que estuvieran, aunque después se querían matar tratando de dejar en claro la posición de cada uno. Todos querían el poder, pero se sabía de sobra que la vieja era la que movía todos los hilos pese a que Julen muchas veces hacia lo que le daba la gana.

Personas como ellos, que no tenían ningún tipo de consideración con las personas y disfrutaban de todo el mal que hacían, no merecían vivir. La única manera que existía de erradicar el mal era haciéndolo polvo y una cárcel era darles privilegios y que siguieran haciendo de las suyas.

No veía la hora de acabar con toda la organización, derrocando desde el más fuerte hasta el más débil. Los haría sufrir uno a uno y sin piedad, tal como lo habían hecho con mi hermanita. El odio que me corroía era tan inmenso que a estas alturas y habiendo vivido lo peor, no sentía ningún tipo de arrepentimiento o remordimiento por mi decisión.

Mi carrera estaba en juego, eso lo tenía clarísimo, pero la paz que llegaría a mi vida sabiendo que ellos estaban muertos no se podía comparar con nada y bien valía la pena ir a la cárcel. Estaba dispuesto a todo con tal de liberar a Freya de las cadenas que aún la ataban, de darle un poco de sosiego a la chica que salvé y a todas esas personas que sufrían en sus manos.

—¡Son unos completos inútiles! —bramó Julen, lanzando todo lo que tenía sobre el escritorio al suelo—. ¿No pueden hacer ni una mierda bien? Se supone que son los mejores en lo que hacen, ¿cómo mierda no pueden encontrar a mi mujer?

—Creemos que la están protegiendo —comentó uno de los hombres—. Toda la evidencia que teníamos y nos llevaba a esa clínica era verídica, pero las grabaciones del lugar no nos llevaron a ningún lugar. Estuvo allí, eso nos aseguraron varias enfermeras, pero a la vez es como si nunca hubiese estado.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora