XLIV. Monstruo

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AMANDA

La casa a la que me trajo el Agt. Stevenson parecía deshabitada, no había ni un solo ruido, se podía incluso escuchar el impacto de un alfiler caer al suelo. La soledad, la tristeza y el dolor rezumbaban en cada rincón, era como si las paredes lloraran y sangraran cada segundo e hiciera un frio que calaba hondo en los huesos.

El agente me guio a una habitación en la segunda planta y me instó a acomodarme a mi gusto, dejándome en completa soledad. El cuarto era pequeño, pero tenía todo lo necesario y contaba con su propio baño privado, algo que me tranquilizó mucho sin saber por qué.

Desde la ventana se podía ver todo el jardín, donde pude ver a una señora de edad cortando algunas flores y llevándolas a su nariz, antes de que el agente se acercara a ella y hablaran por unos minutos.

La mirada de la mujer cayó en la ventana donde estaba fisgoneando y su sonrisa me dio paz desde la distancia. La vi asentir repetidas veces y responderle algo al agente, después le dio un abrazo que parecía muy maternal, así que decidí alejarme de la ventana y darles privacidad. La señora me recordó algunas facciones de Niklas, eran bastante parecidos físicamente.

Recorrí la habitación, todo estaba impoluto, como si llevara mucho tiempo sin ser usada, pero bien cuidada y limpia sí estaba. En el armario había algunas prendas de hombre. No sé por qué me dio la sensación de que aquella habitación era de Niklas. En el baño había varias cosas masculinas, lo que confirmó mi suposición. Me sentía extraña, pero a salvo que era lo más importante.

Suspiré y me senté en la cama sin saber qué esperar o hacer. Mi cabeza aun daba vueltas con todas las palabras que me había dicho el Agt. Stevenson y no dejaba de pensar en mi esposo, mis padres y mis suegros, deseando y pidiéndole a Dios que se encontraran con bien y que no permitiera que ese monstruo les pusiera una mano encima.

Una fotografía llamó mi atención y me hizo sostener el portarretratos en las manos. Era Niklas siendo muy joven junto a una chica muy parecida a él, de cabellos castaños y largos, ojos marrones y la sonrisa más dulce y bonita que había visto en mi vida. El rostro de la chica era angelical, con facciones bastante delicadas y le conferían un aire aristocrático. Tenía un cuerpo hermoso, resaltando cada curva que la conformaba a la perfección incluso estando en un simple y bonito vestido veraniego.

Me quedé mirando a la chica fijamente, era muy hermosa, pero entre más la miraba, más me terminaba de apreciar en su reflejo. Nuestros cabellos eran del mismo color y, aunque mis ojos eran mucho más claros que los suyos, no había duda de que teníamos bastantes similitudes. Nuestra nariz, la boca, el color de nuestra piel. Ella era un poco más voluptuosa y había diferencias marcadas entre nosotras, aun así, teníamos cierto parecido que me hizo acelerar los latidos del corazón con mucha fuerza.

Me parecía demasiado a Freya. No me quedaba ninguna duda de que ella era la hermana de Niklas, la esposa de Julen y la chica que vivió un infierno en carne viva en sus manos. Yo era un reemplazo, la semejanza de lo que había sido ella, y no es que me molestara porque sinceramente no lo hacía, pero entendía por qué se había empecinado conmigo, después de todo, me parecía demasiado a su esposa.

—Ese día Nick estaba cumpliendo años —dijo la voz de una mujer, sacándome de mis pensamientos—. Recién había salido del ejercito y volvía a casa, pero fue el día más feliz de nuestras vidas. Reímos como nunca y disfrutamos de un año más de vida juntos antes de que decidiera entrar a la marina. Fue el último día que mis dos hijos se vieron, ya sabes, cada uno tomó distintos caminos.

Alcé la mirada, encontrándome con los ojos marrones y llorosos de la mujer mayor. Su sonrisa era nostálgica y transmitía tanto dolor que de inmediato se formó un nudo en mi garganta.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora