XXI. Odio

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No tenía ni la menor idea de cuántos días habían pasado, de igual manera, ¿qué sentido tenía contar el tiempo estando encerrada en este infierno? Hiciera lo que hiciera, ese loco no me iba a soltar por más que gritara o le suplicara al borde de la desesperación. Solo se limitaba a observarme en silencio, ignorar mis preguntas y hablar de una manera que me aterraba y dejaba en claro que debía irme de ese lugar lo antes posible.

La mayor parte del tiempo me mantenía encadenada, solo me liberaba para poder asearme y hacer mis necesidades, y me tenía tan vigilada que ni siquiera podía tener privacidad usando el baño. Una mujer de mediana edad era la que se encargaba de alimentarme, pero ni bocado había podido probar. La comida no tenía sabor, tampoco era como que se me antojara o tuviese gran apetito. Lo único que quería era irme muy lejos de ese loco o morir.

Pensar en mis padres me daba fuerzas, pero cuando mi mente se llenaba de recuerdos de mi esposo y el dolor se incrustaba en mi ser, lo único que podía desear era escapar para buscarlo. Aunque ese demonio me había dado a entender que sí tuvo que ver con la desaparición de mi esposo, puesto que, cada vez que se lo preguntaba tendía a ignorarme, guardar silencio o hacer de cuenta que no había dicho nada. Su omisión decía mucho de esa idea que se implantó en mi cabeza con mucha fuerza.

Como cada día, la mujer entró con la bandeja de comida, pero esta vez, en lugar de intentar dármela, me liberó de las cadenas que sujetaban mis muñecas antes de salir y echarle seguro a la puerta.

La rabia y la desesperación por seguir encerrada me llevó a tirar la comida al suelo, gritar y llorar presa de frustración a la vez que tiraba de las cadenas que sujetaban mis pies con la intención de liberarme, pero aquellas cadenas pesaban demasiado y eran tan gruesas que nada las podía quebrantar.

Caí al suelo y golpeé con fuerza la cama, llorando y pidiendo que me liberaran. Esto era peor que el infierno, una pesadilla que me estaba llevando a la locura poco a poco. Prefería mil veces la muerte que seguir encerrada en manos de ese psicópata, temiendo lo que pudiera hacerme. Aunque aún no se había acercado a mí ni había intentado tocarme, las intenciones en su mirada eran claras cada vez que venía.

Escuché nuevamente los seguros de la puerta y no me inmuté en darle una mirada al hombre que había entrado a la habitación, como siempre, para persuadirme que debía alimentarme o enfermaría. En realidad, buscaba aquello; enfermar hasta morir, que seguir siendo su maldita presa.

Su suspiro llenó la habitación y quedó a pocos pasos de mí, pude ver sus pulcros zapatos a centímetros de mi cuerpo, aun así, no me levanté del suelo y tampoco le di cara.

—¿Por qué te gusta complicar todo? —preguntó en voz baja y suave—. Si no comes vas a enfermar y aquello sería difícil de lidiar. Además de que no me gustaría verte sufrir.

Una risa irónica brotó de mis labios y las lágrimas se arremolinaron en el borde de mis ojos.

Es un maldito loco y cínico.

—Amanda —se agachó a mi altura y sujetó mi mentón con suavidad, levantando mi rostro—, aunque no lo quieras creer, me preocupo mucho por ti. Desde el accidente no has comido y tampoco has tomado los medicamentos que te dio el doctor. Por favor, no hagas más difícil esto y coopera conmigo, ¿sí?

Lo miré largo y tendido con un odio que se cernía en mi carne como una voraz llamarada deseosa de consumirlo hasta hacerlo todo cenizas, antes de escupirle la cara y darle una sonrisa irónica.

—Prefiero mil veces la muerte que permanecer aquí con un maldito loco enfermo —siseé.

—No voy a permitir ni que mueras, ¿entiendes?

—¿Qué hará? ¿Obligarme a comer? ¿No entiende que si estoy sufriendo es todo por su maldita culpa? Desde que lo conocí lo único que ha hecho es arruinar mi vida, alejarme del hombre que amo y...

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora