XLVI. Malas noticias

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Los días fueron pasando con una lentitud que me terminaba de agobiar y poner el doble de ansiosa. No había ninguna noticia que me diera la calma que necesitaba, aún así, no perdía la esperanza y día a día pedía porque mi familia estuviera a salvo.

El agente no había vuelto desde aquella tarde que resultó desastrosa y llena de emociones, pero quedó en venir tan pronto tuviese alguna noticia.

Tenía que llenarme de paciencia y esperar, pero si Julen enloquecía —que aquello podía pasar en cualquier momento—, tenía muy en claro que ellos estaban en peligro y que no había nadie que pudiera hacer algo para salvarlos. Él no se tocaría el corazón para matarlos, eso ya lo tenía clarísimo y de solo imaginar me llenaba de tanto miedo.

La convivencia con las dos mujeres no era mala, todo lo contrario, la madre de Freya era un amor, siempre preocupándose porque comiera y me sintiera a gusto. Hablábamos mucho, paseabamos por el jardín y rezaba conmigo todas las noches por mi familia y yo le retribuía la oración pidiendo sanación y protección para los suyos. Ella se estaba convirtiendo en una madre amorosa y protectora conmigo, algo que me hacía sentir bien y que no me hacía sentir sola como muchas veces me sentía.

Freya era un tema aparte y la comprendía. Solía mantenerse en silencio, llorando o estallando en ataques que hacían llorar a su madre y luego a ella, pero no podía juzgarla cuando podía escuchar sus gritos y súplicas cada noche, cuando el sueño le llegaba y las pesadillas se hacían presentes. El trauma de ella era mucho más fuerte que el mío.

Algunos días estaba en calma y paseaba conmigo por el jardín, con esa máscara cubriendo su rostro y esos vestidos que no dejaban ver ni un poco de piel. A veces me hablaba y me contaba alguna que otra vivencia en manos de Julen, otras simplemente no dejaba de llorar, tratando de comprender por qué le había tocado esa vida a ella y por qué Dios había sido tan injusto de dejarla viviendo en ese infierno que la tenía completamente consumida.

Quería ser un apoyo para ella, darle ánimos, pero yo no era la mejor consejera cuando estaba viviendo mi propia tortura, a veces recordando lo que Julen me hizo, pensando en mis padres o solo imaginando lo que él pudiese hacerles. Pero no iba a negar que hablar con ella quitaba un peso de mis hombros, esperaba a que ella le sucediera lo mismo, puesto que las dos podíamos entender nuestro sufrimiento a la perfección.

Esa tarde soleada no me apetecía ir al jardín, así que me encontraba sentada en la marquesina de la casa leyendo un libro, en calma y sintiendo la suave brisa cálida que golpeaba mi rostro. La Sra. Suzanne tejía a un costado en completo silencio mientras Freya bebía una taza caliente de café pese al calor que hacía.

La calma nos inundaba, nos tenía presas a cada una en nuestra mente, cuando escuchamos el motor de un auto. Lo que más me sorprendió fue la velocidad con que Freya se ponía en pie y se adentraba a la casa, susurrando un «por qué precisamente hoy» por lo bajo que nos hizo reír a mí y a su madre. No me quedaban dudas de que ella sentía algo por el agente, pero estaba tan cerrada en su dolor que no veía lo mucho que le brillaban los ojos a él cuando la miraba.

El Agt. Stevenson se bajó de su auto con una caja en sus manos y un semblante serio, aunque trató de regalarnos una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—¿Y Freya por qué saliendo huyendo de mí? Parece que vio al diablo —quiso saber, viendo hacia donde ella se había ido—. ¿No quiere verme?

—No pienses eso, Bruno. Sabes que mi niña es feliz cuando vienes a visitarla. Ella fue al baño, le urgía como no te puedes imaginar.

Sonreí y miré al agente, detallando su semblante serio, antes de que él asintiera y posara sus ojos en mí.

—Traje muchas cosas para que se diviertan y no pasen el día en completa quietud . Sé lo mucho que se deben aburrir aquí —dejó la caja sobre el suelo de madera y suspiró—. ¿Podemos hablar, Amanda? Es algo muy serio lo que descubrimos.

Mi corazón se paralizó por unos instantes, pero me vi moviendo la cabeza e indicándole el camino al jardín. Caminamos en silencio hasta detenernos en una banca en medio de los rosales. Mi mente iba a mil al igual que mi corazón, pensando en lo que iba a decirme, y basándome en su expresión, no podían ser buenas noticias.

—¿Qué sucedió? —rompí con el silencio, jugando con mis manos sobre mi regazo—. ¿Encontraron a mi familia?

—Lo que te voy a decir es impactante y muy doloroso para ti, así que necesito que seas muy fuerte —empezó diciendo y asentí, mis lágrimas acumulándose en el borde de mis ojos y mi corazón latiendo cada vez más frenético—. Tus padres y tus suegros están muertos.

—No, eso no puede ser verdad —reaccioné poniéndome de pie y dando cortos pasos hacia atrás.

—Lo siento mucho, Amanda, de verdad tenía la esperanza de que ellos estuvieran con vida. Mi amiga, la misma que investigó de sus muertes, me confirmó que los cuerpos de ellos eran los legítimos. El cuerpo que se supone era el tuyo pertenece realmente a una joven canadiense que habían reportado como desaparecida unas semanas después de haber llegado al país, y el cuerpo que decía ser de tu esposo, es de un australiano que había sido asesinado brutalmente hacia más de cinco meses, el mismo tiempo que llevaba William de desaparecido...

Sacudí la cabeza sin parar, sintiendo que el oxígeno escaseaba en mis pulmones. Sentía un dolor tan agudo en el pecho, como si me hubieran hundido un puñal de púas en todo el centro y ahora estuviera cerniendose en mi carne con brutalidad, desgarrando muy lentamente mi corazón y todo a su paso.

—Dime que es mentira, que puede haber una falla...

—El estudio se hizo en cada cuerpo, necesitaba asegurarme de que sí se trataba de ellos, ya que en el informe tu familia los reconoció y aquí teníamos otra información.

Vi borroso todo a mi alrededor antes de que las lágrimas salieran a borbotones y un grito agudo brotara de lo más profundo de mi ser, quemando mi alma violentamente. La poca fuerza y esperanza a la que me aferraba se desvaneció en cuestión de segundos, y caí al suelo, completamente destrozada y sintiendo que allí mismo me habían asesinado de la forma más cruel que podía existir.

No mis padres, ellos no tenían nada que ver en este asunto. ¿Por qué los había matado? ¿Qué de malo les había hecho? ¿Por qué me los quitó? Ellos solo vinieron por mí, buscando darme calma y tranquilidad cuando me sentía desvanecer.

¿Por qué Julen tenía que ser tan despreciable y malo? ¿Por qué se había ensañado conmigo y mi familia? ¿Por qué? ¿Por qué me quitó a las personas más importantes en mi mundo entero?

Sentí un par de brazos a mi alrededor que me apretaron con fuerza, pero no podía encontrar sosiego alguno. Lloraba, gritaba y pataleaba entre los brazos que me sostenían, tratando de entender por qué me había tocado vivir algo tan atroz como esto.

Mis padres... las personas más dulces y comprensivas de este mundo habían quedado en medio del camino de ese psicópata y a él no le importó deshacerse sin mucho esfuerzo de ellos. No tenía ni cargo de conciencia cada vez que le preguntaba por ellos y su respuesta era que estaban bien, que confiara en su palabra cuando me decía que se encontraban a salvo en casa.

Mis suegros... ¿Cómo podía decirle a mi esposo que ellos habían muerto por mi culpa? ¿Cómo podía decirles que me perdonaran por haberlos hecho parte de este infierno? Ellos solo venían buscando señales de vida de su hijo, y un maldito psicópata terminó arrebatándoles la oportunidad de encontrar a su único hijo.

—Oh, Amanda, debes ser fuerte —una voz quebrada se escuchó a lo lejos y más sentí que me hundía en un pozo sin salida.

—No mis padres, no ellos que eran tan nobles y buenos. ¿Por qué ese maldito monstruo me los quitó? ¿Por qué hace todo esto? ¡¿Por qué?!

Seguí llorando y gritando a viva voz, sin tener el poder de mí misma para controlarme. Parte de mi alma la habían arrancado cruelmente y por más que me dijera que era mentira, sabía que el agente no me estaba mintiendo. Él no jugaría con algo tan delicado como eso.

No sé por cuánto tiempo lloré y grité en brazos de Freya, haciéndole preguntas que ella no me respondía, hasta que sentí un pinchazo en mi brazo y poco a poco la calma fue llegando hasta que el dolor se adormeció, la oscuridad me consumió y todo lo ocurrido se apagó de mi mente y corazón, dejándome en un estado donde todo ocurría a mi alrededor sin que yo tuviera conciencia alguna, pero teniendo la plena certeza que jamás podría recuperarme de este duro golpe de realidad...

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora