LXXIII. FINAL

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***

Estaba cansada y con mucho sueño, pero deseosa de sostener a mi pequeño Will en mis brazos, cobijarlo y darle todo mi amor. Pero desde que me llevaron a una habitación estaban tardando tanto en traerlo que ya empezaba a sentirme ansiosa.

—Buenas tardes, mamá. Aquí está nuestro pequeño campeón —mencionó la enfermera, entrando a la habitación con mi hijo en sus brazos y haciendo que mi corazón se disparara como un loco—. Mira, pequeñín, te presento a tu mami.

Lágrimas llenas de felicidad se deslizaron por mis mejillas mientras estiraba los brazos y sostenía a mi hijo. Todo se redujo a la nada en el segundo que lo vi, que su pequeño cuerpo me dio todo el calor y las fuerzas para seguir luchando.

Mi bebé era tan pequeño, tan hermoso. Sus ojos estaban cerrados, privandome de ver el color de ellos. Sus mejillas rosadas y regordetas, su piel blanca y un espeso cabello castaño claro que era la mezcla perfecta entre el rubio de mi esposo y mi cabello castaño oscuro. Sus manitas estaban a los costados de sus mejillas y se veía tan tranquilo, durmiendo plácidamente, como si aún estuviese en mi vientre y no en el mundo exterior.

Lloré sin poder contenerme, demasiado feliz por alcanzar mi mayor sueño. Hacía mucho tiempo deseé ser madre y no podía explicar el sentimiento que me embargaba en ese momento que tenía a mi bebé entre mis brazos.

También lloraba por la ausencia de Will, aun así, podía sentirlo con nosotros, tan feliz como yo con la llegada de nuestro hijo. Aquí, estando presente de corazón.

—Tu papá, desde donde quiera que se encuentre, debe estar muy feliz con tu llegada, mi amor —susurré, grabando cada parte de su angelical rostro en mi memoria—. Él te amó sin poder tener el  privilegio de verte, pero estoy segura de que te ama desde donde nos está observando y cuidando.

Se removió tan solo un poco y sonreí, dejando un tierno beso en su frente y apretándolo contra mi pecho. Mi corazón quería salirse de su lugar con toda esa felicidad que lo rebasaba y lo hacía latir muy fuerte y rápido.

No podía explicar el amor que sentía en mi corazón y la felicidad que me envolvía. Nada podía ser más que perfecto en ese momento donde éramos mi pequeño y yo, juntos al fin, dispuestos a construir un mundo lleno de colores y ser muy felices. Por supuesto que de la mano de las personas que se habían convertido en mi familia y siendo protegida y cuidada por mis padres y mi esposo desde el cielo.

Cada segundo que me perdía en su bonita y pura carita, más enamorada y dichosa me sentía. Así no había planeado mi futuro, jamás quise sufrir y perder tanto en tan poco tiempo, pero mi mayor recompensa estaba entre mis brazos, dándome motivos para sonreír y ver la vida de otra manera. Quizá aún vivía para darle a mi pequeño bebé un ejemplo a seguir, no sabía cuál, pero quizás este era mi propósito en esta vida, velar, amar, guiar y proteger a un ser inocente que había llegado como una luz de esperanza en medio de tanto dolor y sufrimiento.

Me aferré a mi bebé largos minutos en los que el silencio era tan pacífico y hermoso. Éramos él y yo, fortaleciendo nuestro primer vínculo entre madre e hijo, cómodos con la presencia del otro y sintiendo que no había nada más perfecto y bello en la vida que ese momento tan especial y único.

Minutos después, enteraron las personas que ahora consideraba como mi familia, emocionados y felices con el nacimiento del pequeño Will. Sheyla fue la primera en sostener a mi bebé y darle mimos en medio de sus lágrimas, le siguió Freya, la Sra. Suzanne y, un poco reservado, Bruno, pero igual diciéndole al pequeño que era precioso y esperaba que creciera rápido para que jugaran juntos. El último en cargarlo fue Nick, quien se veía igual de feliz que los otros.

Los miré unos segundos y recordé ese fugaz beso que me dio. De momento no fue nada más que un toque donde quedé sorprendida y sentí la textura de sus labios, pero con la misma velocidad que me dio el beso, este mismo quedó en un segundo plano. Quizás se trató la emoción del momento que terminó por darme un beso, pero me hizo pensar en si aún guardaba sentimientos por mí y solo los había ocultado para que nuestra amistad no se viera afectada.

Nick no mencionó nada al respecto y yo tampoco quise decir nada. En ese instante solo podíamos ver al pequeño Will, demasiado felices con su llegada como para pensar en un beso que no tuvo mayores intenciones que la de la emoción y la felicidad.

—Creo que el pequeño Will tiene hambre —mencionó Nick y, antes de que dijera cualquier otra cosa, mi bebé empezó a llorar—. Sí, supongo que es hombre.

Sonreí al verlo dejar un beso en su frente y pasármelo con toda la calma y delicadeza del mundo. Sostuve a mi bebé entre mis brazos y, al segundo que bajé mi camisón, se pegó a mi pecho, hambriento y desesperado. Mi familia me dio la privacidad que necesitaba y aseguraron que vendrían después, cuando ya estuviera más tranquila y descansada, además de que sabían que era un momento muy íntimo, una conexión que solo podía tener una madre con su bebé recién nacido.

Acaricié su rostro, soportando el dolor en mi pezón, pero demasiado cautivada con mi bebé. Era precioso y cada vez que lo miraba me terminaba de enamorar de él. Ese día, el día en que mi mayor deseo y el amor más hermoso y puro que hubo entre dos corazones que se amarán más allá de la eternidad, quedará en mi memoria como el más bello y maravilloso de mi existencia. Ese día quedaría marcado en mi alma como uno de los acontecimientos más importantes y especiales que haya podido tener.

No deseaba más en mi vida, solo tener mucha salud y ser tenaz para guiar a mi hijo por el mejor de los caminos. Amor nunca le faltaría por más que le hiciera falta el de su padre y sus abuelos, porque a su alrededor tenía personas maravillosas que lo adoraban sin siquiera llevar su sangre en las venas.

Palpé aquel momento, atesorando en mi corazón ese instante en el que mi hijo y yo creábamos un vínculo que jamás, nadie en la vida, podría romper. Acariciando sus mejillas regordetas que se movían con gracia y sincronización en cada succión que dejaba y esos quejidos suaves que soltaba, como si quisiera decirme que no lo molestara mientras estaba comiendo.

Un suspiro salió de mis labios, cerrando los ojos y dejándome envolver por todas las hermosas sensaciones que me llenaban el corazón de dicha. No podía pedir más en la vida, solo una eterna felicidad en compañía de las personas que me querían y de mi bebé.

—Te amo, mi pequeño rayo de esperanza —le dije, dejando un beso en su frente y perdiéndome en su inocencia mientras seguía comiendo.

Una nueva etapa empezaba, así como una nueva vida se daba paso a la mía y me complementaba en todo el sentido de la palabra, llenando vacíos y pintando de cientos de colores todas esas partes grises que aún no recuperaban sus tonalidades por sí solas. No tenía ni la menor idea de cómo ser madre, pero lo maravilloso de este proceso era que aprendería con cada paso a serlo y que no había nada más importante que mi felicidad y la de mi hijo.

Nada nos detendría, nadie nos privaría de ser plenamente felices.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora