XIII. Miedo

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Quería descansar, dormir, ver televisión, leer un libro, incluso comer helado. Tenía en mente ir a cenar con mi esposo, pero con lo que ocurrió en la clínica, apenas si he podido analizar bien la situación. La doctora no mencionó que fuese grave o que no pudiéramos tener hijos, pero era de lógica sentir ciertos temores. Además de que me preocupaba más como estaba mi esposo que cualquier otra cosa.

Durante el día traté de no pensar demasiado, pero cuando menos lo esperaba mi mente ya se encontraba divagando nuevamente, haciéndose escenarios tanto buenos como malos. Ahora entendía lo que decían, que la mente es el peor enemigo que pueda existir.

Lo que debió ser un día para descansar del estrés del trabajo, se volvió en uno donde estuve dando vueltas por todo el apartamento sin encontrar sosiego alguno, tratando de no pensar en lo malo, y sin poder sacar de mi mente esa mirada acongojada de mi esposo.

La noche llegó más rápido de lo que pensé y con ello la desesperación al ver correr las horas y que Will no apareciera. Su trabajo es mucho más demandante que el mío, pero jamás ha llegado a casa pasada la medianoche. Estaba en vela y con el corazón en la mano, ya que no había respondido a mis mensajes y llamadas.

Me senté en el sofá a esperarlo, envuelta en una manta y con mi teléfono en mano. La noche estaba tan fría y desoladora, que fue imposible no sentir que mi corazón se quebraba. Es la primera vez que Will hace algo como esto, y realmente lo entiendo y me pongo en su lugar, pero él sabe más que nadie que siempre estaré ahí sin importar la circunstancia en la que nos encontremos.

Es cierto que tengo muchos deseos de ser madre y tener una hermosa familia; sin embargo, primero estamos nosotros. Y no pienso anteponer mis deseos por encima de él, eso jamás.

No sé por cuanto tiempo estuve esperándolo, pero el sueño me venció en algún momento de la noche. Solo pude sentir un cálido abrazo y un suave beso en mi frente antes de que la alarma de mi teléfono me despertara y me dejara sentada en la cama con brusquedad.

Miré a mi alrededor, completamente desorientada, pero consciente de que me había quedado dormida en el sofa y en la cama. Me levanté a toda prisa y tropezando con mis propios pies, buscando a Will en algun rincón del apareramento, pero todo estaba enblueto en un denso silencio que me tenía el corazón alebrestado.

Solté una profunda bocanada de aire al verlo sentado en su oficina, completamente irreconocible. Su camisa impoluta estaba maltrecha, la corbata estaba tirada en el suelo al igual que su saco de vestir. El cabello la traía revuelto, como si hubiese pasado sus manos incontables veces por este, y su rostro denotaba cansancio.

Sus orbes azules no poseían ese brillo tan característico suyo cuando se posaron en mí, y una minima sonrisa (que no llegó a sus ojos) no ilimunop mis mañanas como hacía ochos lo estaba haciendo.

Me acerqué a él con cautela y en silencio, pasando la vista por la botella vacía de licor que estaba sobre el escritorio. No le dije ni una palabra, tampoco le reclamé absolutamente nada, tampoco es que como si hubiese algo qué reclamar. Solo lo abracé fuerte, acariciando su cabello con suavidad, como si fuese un niño perdido buscando refugio y algo de amor.

Lo apreté aun más fuerte contra mí al sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo, a su vez que hundía el rostro entre mis senos y tomaba una honda respiración.

—Lo siento mucho, mi amor —susurró, con voz ronca y apagada—. Dijimos estar preparados para cualquier resultado, pero, siendo sincero, yo no lo estaba completamente.

—No tienes que decir nada, cielo, te entiendo perfectamente. Yo tampoco estaba lista para el resultado que nos dio la doctora —acaricié sus cabellos, ahuyentando las lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos—. Deseamos ser padres, pero si esto es demasiado para ti, podemos dejarlo por un tiempo...

—No, Amanda —levantó el rostro de mi pecho y acunó mi rostro en sus manos—. No quiero que por mi culpa no puedas ser madre.

—No es tu culpa, Will.

—Lo es —dijo y negué con fuerza—. Créeme que no me importa tener que someterme a cualquier tratamiento que me diga la doctora. Yo solo quiero que seamos felices y tener entre mis brazos a nuestros hijos. Reaccioné mal, supongo que cualquier hombre hubiese reaccionado igual que yo, pero estuve investigando y puede que mi problema se deba al estrés al que he estado sometido en los últimos años. Hasta ahora me doy cuenta que me consumí por completo para obtener este puesto en el que estoy hoy en día —cientos de emociones nublaron sus ojos de lágrimas—. He sido tan egoísta, solo pensando en mí y deseando alcanzar el éxito sin importar absolutamente nada, sabiendo que tú también tienes tus sueños. He sido tan egoísta contigo, la única mujer que ha estado para mí y me ha amado por encima de todo, que ni siquiera me he tomado un minuto para preguntar lo que deseas para tu vida en un futuro. Incluso te traje a Australia pensando únicamente en mí. Te alejé de tu familia por mi puto egoísmo...

—Basta, William —imploré, atacada en llanto—. Las cosas tampoco son así. En ningún momento has sido egoísta; todo lo contrario, sin importar el paso que has dado, siempre me has tenido en cuenta. Estamos juntos aquí porque nos amamos, porque eso es lo que hace una pareja, ¿no? Apoyar, ayudar y estar ahí siempre sin importar si fallamos u obtenemos éxito. Estoy aquí, a tu lado, porque te amo y soy feliz al ver tu sonrisa cada día, esa sonrisa que me enamoró desde el primer instante y hoy se ha desvanecido —ahora fui yo quien lo tomó del rostro y lo obligué a mirarme a los ojos—. Tenemos sueños por aparte, pero también los tenemos juntos, y uno de ellos es ser padres. El día que nos casamos prometimos ser padres una vez alcanzáramos nuestros propósitos personales. Tú estás en el lugar que siempre soñaste, y yo igual, porque, aunque lo creas, siento que aprendido mucho en este poco tiempo aquí en Australia.

—¿Qué caso tiene si no puedo darte un hijo?

—Sí puedes —le aseguré firmemente—. Haremos todo lo que la doctora nos diga. A mí no me importa si concebimos bajo un tratamiento de fertilidad, lo que importa es que será nuestro hijo, llevará nuestra sangre y seremos tan felices como hasta ahora e incluso más. No pienses más de esa forma, te lo pido. Juntos, de la mano, vamos a someternos al tratamiento, y vamos a agotar hasta las últimas de las esperanzas para ser padres, ¿de acuerdo?

Asintió y se aferró con fuerza a mi cuerpo, de la misma forma en que yo me aferré del suyo y le dejaba en claro que siempre estaría para él, que nada haría que nos distanciáramos. Los obstáculos existen y siempre habrá uno nuevo cada día, pero juntos podremos saltearlos victoriosos.

—Ahora bien, Sr. Lester, será mejor que tomes una ducha mientras te preparo un café bien cargado. De momento no podrás hacer la toma hasta que la última gota de alcohol no salga de tu sistema, pero te recuerdo que debes ir a trabajar. Un gerente tan importante como tú, no puede fallar por nada del mundo, no puedes darles ese ejemplo a tus empleados ni mucho menos a nuestro hijo, ¿o sí?

—Por supuesto que no —sonrió divertido y me tomó del mentón con suavidad, antes de unir nuestros labios brevemente—. Tengo miedo de que siempre no sea suficiente para ti...

—Shhh, cariño, no digas tonterías —susurré—. Eres más de lo que pude desear y eres más de lo que cualquier mujer anhela. En realidad, tengo tanta suerte, me gané la lotería sin haberla jugado.

Besé sus labios una vez másy con todo el amor que tenía en mi pecho y solo pertenecía a él, tratando deborrar de su mente y de su corazón cualquier miedo que estuviera sintiendo y loestá agobiando. 

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora