XXIX. Nada que perder...

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Tres meses después…

He vivido todo un infierno en ese lugar, un infierno tortuoso que en muchas ocasiones me ha hecho cuestionar si podré, algún día, escapar de las garras de ese hombre.

He querido luchar contra él y conmigo misma, he querido ser fuerte y no dejarme vencer tan fácilmente, pero de nada ha valido entregarle todo lo que ha querido si he seguido encerrada en una isla hermosa, pero alejada de la sociedad.

Tenía la libertad de pasearme por donde quisiera, incluso de estar todo el día en la playa si se me diera la gana, de hacer uso de todo lo que había en la casa, pero por más que hiciera una cosa u otra me sentía como un ratón de laboratorio encerrada en una inmensa caja lujosa y extraordinaria.

Mi mente era un completo caos, era mi enemigo a muerte. Me hacía pensar en escenarios que no tenían nada que ver conmigo, que este sería mi fin, que incluso si llegaba a escapar moriría sin más, ya fuera en manos de ese psicópata o por alguno de los hombres que me custodiaba día y noche.

Esto era un martirio, el peor de los calvarios que algún ser humano podría vivir…

Me levanté como cada mañana y me di un largo baño, tratando de limpiar de mi piel todo rastro de ese aroma varonil que tanto asco me causaba, pero por más que restregara mi piel a tal punto de causarme heridas, ese olor seguía penetrado en mi piel. Era como si lo hubiera absorbido y ahora todo mi ser destilara aquel aroma tan asqueroso.

Hacia mucho había dejado de llorar, si es que las lágrimas no solucionaban absolutamente; todo lo contrario, hacían que me sintiera mucho más miserable de lo que era. En perspectiva se podría decir que era un cascarón, ya no quedaba nada de mí, quizá un pequeña esperanza que iba muriendo con el paso de los días.

Bajé tiempo después y me senté en silencio a comer el desayuno que Selina ya me tenía preparado. Agradecía a los cielos que Julen no estuviera, puesto que se iba desde muy temprano y regresaba hasta la tarde o muchas veces en la noche. En algunas semanas tardaba tres días en regresar y no podía estar más en calma cuando él no estaba. Mi corazón sentía el alivio así fuera por unas cuantas horas.

Selina me preguntaba lo que quería de almuerzo, pero mi mente estaba en otro lugar, muy lejos y rememorando los momentos más felices de mi vida, aquellos que me daban fuerzas y no me hacían rendir cuando ya había tirado la toalla por mi cuenta.

Will era mi fuerza, mi soporte, mis ansias de escapar, mi motor para continuar y no rendirme. Él, junto a mis padres, eran todo en lo que necesitaba pensar para seguir en pie. Ellos eran mi fortaleza.

—Lo que decidas preparar para mí está bien —respondí, dejando de lado el desayuno a medio terminar y levantándome de la mesa—. Iré a caminar un rato por la playa.

—De acuerdo… pero deberías comer otro poco más, ¿no crees?

—Estoy llena. Comeré después.

Asintió en silencio e indicó a uno de los hombres de seguridad que me acompañara a mi caminata diaria.

Era estúpido pensar que podría llegar a escapar, si es que a nuestro alrededor no había más que agua. Por más que quisiera, no podría llegar nadando a otro lugar.

Antes de salir de la casa, fui hasta la biblioteca y tomé tres libros a la zar. Ese día me apetecía estar en la playa, leer con la música que provenían del mar y las olas al chocar. Necesitaba ese aire marino para dejar de pensar un segundo en el infierno en el que me encontraba enjaulada.

Salí con los pasos del guardaespaldas detrás de mí, mortalmente silencio, pero ya acostumbrada a tener dicha presencia que ya no me provocaba tanto pánico.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora