XXVI. Culpa

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Julen me bajó al suelo con suavidad, pero no me dejó ir ni mucho menos se apartó de mí. Todo lo contrario, su boca volvió a la mía a la vez que sus manos recorrían mi cuerpo.

Acarició mi cintura, apretó mis caderas, masajeó mis nalgas mientras su lengua saqueaba mi boca y se enredaba con la mía.

Llevó sus manos bajo mi blusa y apretó mis pechos con certeza, haciéndome sentir el calor que la palma de sus manos emitían y dándose cuenta que no traía sostén puesto.

Sus dedos trazaron la forma de mis pezones y los retorció a su antojo, haciendo que de lo más profundo de mi garganta saliera un lastimero gemido que se ahogó en su boca.

Se entretuvo lo suficiente en mis pechos, masajeando con suavidad, pellizcando y tirando de mis pezones, todo sin dejar de besarme y de frotarse contra mí.

Una de sus manos descendió por mi vientre hacia mi pantalón y no fui consciente de nada al separar mis piernas y darle cabida a sus dedos, que expertos y deseos, no tardaron en acariciar mi punto más sensible.

Gemía sin poder controlarme o evitarlo. Sus besos y las mordidas que dejaba en mis labios, el constante estímulo a mi pezón causándome dolor y placer, más sus dedos saliendo y entrando de mí con extrema facilidad y profundidad eran demasiado, era algo que me estaba rebasando por completo.

Era contradictorio lo que sentía y en ese momento no era como si pudiese pensar con claridad. Lo odiaba con mi ser, él me lo arrebató todo, me quitó a mi esposo, a mi familia y mi preciada libertad, aún así, mi cuerpo parecía no entender el motivo de mi odio, el solo podía percibir el calor y unos sentires que hacía mucho no sentía.

—Estás tan mojada y lista para mí —succionó mi labio inferior, curvando sus dedos y presionando de una manera que me hizo soltar un audible gemido—. Eres tan caliente y tan estrecha… Eres mi jodido paraíso, toda mía…

Me arqueé al mismo tiempo que todo un cúmulo de sensaciones me azotaban con fuerza y me hacían vibrar bajo su poderío.

—Pero mira como me aprietas y palpitas, mi diosa —pellizcó mi pezón y movió los dedos con rapidez en mi interior sin sacarlos—. Qué bien te ves mientras te corres en mis dedos.

Mi mente quedó en blanco y mi cuerpo se siguió sacudiendo hasta que la nubosidad del placer mermó.

Cuando tuve conciencia, Julen sonreía de lado, de manera perversa y satisfecha sabiendo lo que había logrado hacerme por más renuente que había estado.

Sus ojos estaban empañados por el deseo y el gran bulto en sus pantalones y que se presionaba contra mi muslo me aclaró que mi tortura aún no había acabado, por lo contrario, apenas si comenzaba.

En ese instante caí de lleno en la realidad y me sentí tan asquerosa que no pude emitir palabra alguna.

Le fallé a Will.

Me fallé a mí misma.

—Preciosa —dijo, sacando su mano de mi pantalón y llevando sus dedos a la boca, probando mis fluidos sin apartar su mirada de la mía—. Y deliciosa, tal como lo imaginaba.

Sentí tantas ganas de vomitar y quise arrancarme la piel a tirones para dejar de sentir sus manos por mi cuerpo, pero ya no había vuelta de hoja y por más que me recriminara a mí misma por disfrutar del hombre que me tenía secuestrada y me estaba haciendo vivir un infierno, lo mejor sería terminar con mi sufrimiento y acostumbrarme a esta vida, después de todo, estaba segura que mi esposo ya no me vería con los mismos ojos cuando supiera lo que había hecho.

Mi suciedad no debía alcanzarlo…

Era una asquerosa que había caído en lo más bajo, que se arrepentía y lloraba, pero que sabía que nunca más podría tener una vida plena y feliz.

—Cancelaré todos mis compromisos, esta tarde tengo un deber mucho más importante que atender, y empezaré con llevarte a la cama.

En cuanto me fue a levantar en sus brazos, Selina entró a la biblioteca y agachó la cabeza con rapidez al vernos.

—Lo siento tanto, no sabía que estaban ocupados —se excusó.

Reaccioné y empujé a Julen lejos de mí, acomodando mi ropa y mi cabello lo mejor que pudiera. Me sentía tan avergonzada que no era capaz de levantar la cabeza y darle cara a alguno de ellos.

La risita del hombre se escuchó como respuesta y me enfureció a más no poder.

—Solo tenía un breve intercambio amoroso y pasional con mi mujer, algo de lo que estoy seguro te acostumbrarás —no sabía si lo decía en broma o no, pero para mí, sus palabras eran una burla a mi orgullo y voluntad quebrantados—. Dile a Tristán que cancele mis compromisos, no volveré más a la oficina.

—Sí, señor —respondió la mujer y mi corazón latió de miedo, sabiendo que ya no tendría escapatoria alguna—. Por cierto, el almuerzo ya está servido.

—Entonces primero comamos —se acercó a mi oído y susurró para que solo yo lo escuchara—: Tenemos que tener fuerzas y energías para el resto de tarde, ¿no crees, mi diosa?

No le respondí ni mucho menos fui capaz de mirarlo a los ojos, pero tampoco pude escapar como quería porque su mano se aferró a la mía y me instó a seguirle el paso.

La culpa se instaló en mi pecho como una daga que me oprimía con mucha fuerza y no me dejaba respirar. Todo lo que estaba pasando era por mi culpa, si yo no hubiese buscado trabajo nada de esto habría pasado. Debí hacerle caso a Will cuando me dijo que no era necesario que trabajara, que él podía hacerse cargo de todo sin problema alguno, pero mi maldita terquedad y mis deseos de ser independiente me llevaron a esta situación. Yo misma tenía la culpa de lo que me pasó, y mi mayor castigo fue haber disfrutado de esos estímulos aunque fueran por unos minutos y ahora solo quedaban en mi mente y en mi corazón como la peor de las torturas.

Sentía tantas ganas de salir corriendo y llorar en algún rincón donde nadie me viera, pero debía fingir y no permitirme demostrar lo mucho que me había flagelado aquel demonio con su toque.

Debía tragarme mi dolor y mi culpa, encerrar todos mis malos sentimientos de odio y resentimiento no solo por Julen sino por mí y fingir que me había gustado, aunque aquello nunca lo fingí, quizá por eso me odiaba tanto, porque lo había disfrutado cuando no debía ser de esa manera.

Estando en el comedor, Julen pidió servir el almuerzo para los dos, pero en ese momento lo menos que tenía era hambre. Mi estómago estaba revuelto y cerrado. Necesitaba tanto darme un baño, quitarme del cuerpo el rastro de sus toques y besos, pero, en especial, aquella incomodidad que sentía entre mis piernas y me recordaba segundo a segundo lo que acababa de pasar.

—Buen provecho —Selina interrumpió el silencio y se marchó sin esperar respuesta.

—¿Te gustaría ir a caminar por la playa luego del almuerzo? —inquirió Julen como si nada, instándome a comer después de tomar en mano sus cubiertos—. El día está fresco.

—Me encantaría —respondí sin pensar y sonrió satisfecho.

Todo fuese por detener lo inevitable, aunque ya me hacía a la idea de que no tendría más escapatoria y ya no habría más largas. Pero si podía demorar el encuentro tan solo un poco más con la tonta esperanza de que nada sucedería, lo haría una y mil veces más con tal de que ese enfermo no me pusiera una mano encima de nuevo.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora