LVII. A la espera

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AMANDA•

Despertar, ver el cielo gris o luminoso, ver la lluvia caer, el día y la noche pasar como un soplo, sentir el aire en el rostro, el sol calentar mi piel. En eso se habían convertido mis días, en simples e insignificantes cosas irrelevantes pasando a mi alrededor, cosas que antes agradecía y que me encantaba ver, pero que en ese momento solo podía aborrecer con todas las fuerzas de mi ser, deseando no ver ni sentir absolutamente nada.

No tenía sentido vivir y ser testigo de cómo el tiempo pasaba y me sumía cada vez más hondo en un pozo que no tenía salida alguna. A donde fuese que mirara todo estaba oscuro, vacío, sin color alguno. Todo a mi alrededor estaba muerto... Yo misma lo estaba, aunque mi corazón se negaba a dejar de palpitar.

No tenía ni la remota idea de qué día era, y tampoco me importaba si salía el sol o si llovía, si me bañaba o me pasaba un peine por el cabello. No había nada que me importara en ese momento más que morir. Contaba los segundos para dejar de hacerlo, pese a que había fallado en cada uno de los intentos para dejar de respirar.

Cuando no era la Sra. Suzanne, era Freya, sino Niklas o Bruno. Todos queriendo salvarme de alguna u otra forma, escondiendo incluso hasta los cuchillos de la cocina. Era tan patética, no podía cumplir ese deseo que latía como fuego ardiente en mi pecho.

Si Niklas no me hubiera sacado hacia unos días de la bañera, me habría ahogado y toda mi tortura habría llegado a su fin, pero él me salvó cuando yo no deseaba ser salvada. Tras ese último intento no había dejado de mantenerme vigilada, siempre estando cerca de mí, buscando algún pretexto para no dejarme sola por mucho tiempo.

No es que pensara todo el tiempo en la muerte, había instantes del día que los recuerdos azotaban mi corazón con una fuerza arrolladora y me destruían un poco más, alentándome a dejar ese mundo en el cual empezaba a sobrar y a odiar. Ya no merecía estar allí, pero Dios no se apiadaba de mí y terminaba de una vez por todas con mi sufrimiento.

Julen había muerto, ya no estaba y eso me daba algo de paz, después de todo, ya no podría destruir a nadie más, pero con su muerte no volvería mi familia y ese hecho me hacía odiarlo un poco más de ser posible.

¿Cuánto más podría soportar? Ya no tenía fuerzas para luchar. No había nada por lo cual salir adelante. Estaba cansada, aburrida, demasiado destruida como para continuar de pie y hacer un intento de vivir.

La vida para mí ya no tenía significado alguno, entonces, ¿por qué Dios no me llevaba también a mí? ¿Por qué me dejaba aquí, sola, triste, vacía, sin propósitos y sin nada? ¿Por qué me seguía castigando de esta manera? Eran preguntas que me hacía cada segundo del día.

Anhelaba un descanso, que mi mente se apagara de todo lo malo y lo bueno que había vivido. Soñaba con reencontrarme con mis padres, mis suegros y mi esposo. No quería seguir estando sola en ese mundo gris y vacío que me rodeaba, los quería a ellos y nada haría que volvieran a mí... Por lo que yo tenía que ir con ellos.

Poco lloraba, de hecho, ya no me quedaban lágrimas que derramar. Ahora me encontraba abstraída de la realidad, en un mutismo donde no me importaba lo que sucediera, enajenada incluso de mi propio cuerpo. Estaba presente físicamente, pero mi corazón y mi alma estaban muertos mientras mi mente no dejaba de recordar y de martirizarme.

La noche llegó con su habitual calma, la luna llena resplandeciente y hermosa iluminaba el jardín, dándole un tono lúgubre y melancólico. Mis ojos estaban perdidos en algún punto oscuro del frondoso bosque que rodeaba toda la propiedad, viendo sin interés alguno las hojas de los árboles meciéndose con la ligera brisa.

—Tienes visita, Amanda —oí la voz de Niklas a mi espalda, pero no me inmuté a responderle o mirarlo—. Te dejaré con tu amiga para que puedas hablar con ella, ¿de acuerdo?

—Amanda —el suave y lloroso susurro de Sheyla me sacó de mis pensamientos y me rasgó el corazón—. Realmente eres tú...

Su fuerte abrazo me rompió en cientos de pedazos, haciéndome estallar en un llanto silencioso que duró largos minutos donde la opresión en el pecho se hacía cada vez más intensa.

No podía dejar de llorar, aferrándome a los brazos de mi mejor amiga. Ella lloraba por igual y me apretaba tan fuerte que su agarre dolía, pero no importaba, luego de tanto y de todo lo que había pasado, pensé que no la iba a volver a ver... Y por un instante me sentí egoísta, pues no estaba del todo sola, aún la tenía a ella, pero ¿por qué no era suficiente?

—Siento tanto no haber podido estar aquí cuando más me necesitabas. Incluso tardé en venir, pero tuve que hacer malabares para que me dieran el pasaporte. Sin ayuda del Agt. Stevenson y el Agt. Koller no habría podido venir...

—Estás aquí, que es lo que más importa.

—Y no te dejaré sola nunca más —me tomó de la cara y me hizo mirarla a los ojos—. Me duele todo lo que pasó, verte así, tan... diferente a lo que eras hacia unos cuantos meses.

Más lágrimas se deslizaron por mis mejillas y ese dolor en el pecho se agudizó, recordando lo feliz que había sido y ahora ya no quedaban ni las cenizas de mi vida.

—Estoy viviendo un infierno y quiero que pare, Sheyla —susurré—. No sé qué estoy pagando o qué hice de mal, pero yo no merezco nada de esto.

—Claro que no, tú mereces lo mejor de esta vida.

—¿Entonces por qué me lo arrebataron? —quise saber, envuelta en llanto y desesperada—. Lo mejor de mi vida era mi familia, mis padres, mi esposo. ¿Por qué me los quitaron? ¿Por qué?

—Oh, cariño... No tengo respuestas para todas tus preguntas. Solo te puedo decir que la maldad no tiene límites —soltó a llorar, abrazándome de nuevo y con mucha más fuerza—. Daría todo lo que fuera por no verte sufrir de esta manera tan horrible.

—Ya no quiero vivir más... No lo soporto, no aguanto tanta soledad y vacío a mi alrededor. No puedo seguir, no tengo fuerzas —dije, sintiendo que el fuego quemaba mi pecho—. Deseo tanto la muerte.

Ella no dijo ni una palabra, pero su fuerte abrazo trataba de darme un consuelo que no era suficiente, como si con el pudiese decirme que aquella no era la solución.

—Regresa conmigo a Estados Unidos —me pidió, separándose un poco de mí—. Buscaremos ayuda y juntas saldremos adelante.

—No soy capaz de volver y darme cuenta de que no tengo nada. Me fui de casa pensando que mi vida sería mejor, pero ya ni casa tengo. Volver sería lo peor de este mundo. Darme de bruces con la realidad al ver que mis padres ya no están y que mi esposo solo es un hermoso y triste recuerdo —me negué, no estaba lista para regresar y no sabía si algún día lo estaría—. Aquí no es tan malo y, aunque duele como un demonio... Me siento un poco más cerca de ellos. Yo solo espero el momento en que los vuelva a ver, que toda esta pesadilla termine.

—Amanda —me miró con dolor, haciendo el esfuerzo por no llorar más, pero sus lágrimas brotaban sin parar de sus ojos—. Entonces buscaremos la ayuda que necesitamos aquí.

—No necesito ayuda, en realidad—dije, escalofriantemente calmada—. Estoy a la espera de que llegue mi fin y pueda volver a los brazos de mis padres y mi esposo. Sé que un día, uno no muy lejano, nos volveremos a ver y la paz llegará a mi alma.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora