LVIII. No estás sola

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«El tiempo lo cura todo», me había dicho Sheyla en un susurro esa tarde, cerrando nuestra conservación, pero ¿realmente lo hacía?

Quizá en el pasado hubiese creído que sí, que el tiempo lo curaba todo; no obstante, cuando se estaba tan destruido en este mundo, ¿qué iba a curar? ¿Qué cura había para un alma que estaba muerta en vida?

En realidad el tiempo se encargaba de hacernos olvidar todo, y podía sentirlo cada vez que intentaba recordar el rostro de mi familia e incluso rememorar sus voces. Escudriñaba en mi mente todos los momentos que había vivido con ellos, pero algunos no los podía recordar del todo.

Sus rostros empezaban a desdibujarse en mi cabeza y sus voces no eran más que ecos en mi corazón, haciéndome sangrar muy lentamente. Solo en sueños podía tener una imagen clara de ellos, por eso me encantaba desconectarme de todo y dormir, porque sabía que en sueños los podía encontrar, podía estar con ellos, podía abrazarlos y sentirlos pese a que, al despertar, su ausencia me quemaba el corazón.

El tiempo haría que olvidara sus rostros y sus voces, pero jamás podría hacerme olvidar todo el suceso que me llevó a perderlos. ¿Cómo olvidaría si estaba condenada a arder en el infierno aún estando viva? Mis días en la tierra no eran más que una tortura.

Yo solo esperaba que con el tiempo Dios se apiadara de mí y me llevara con ellos, que entendiera que no quería estar un segundo más en este lugar llamado tierra.

Me encontraba paseando por el jardín, aunque, en realidad, solo caminaba del brazo de Freya, completamente en silencio mientras el sol nos calentaba un poco. Esa era una rutina de casi todas las tardes, paseabamos en silencio hasta que la noche caía y nos obligaba a entrar de nuevo a la casa.

La Sra. Suzanne y Niklas estaban en el interior de la casa con mi amiga, dándonos el espacio para estar solas. Bruno se había ido hacia dos días, pero pronto regresaría, después de todo, no se alejaba por demasiado tiempo de Freya.

—Tomé la decisión de someterme a una cirugía —Freya rompió el silencio de repente—. Bueno, en realidad son varias. 

—Si te hace feliz y es lo que quieres hacer, te felicito. Es un gran paso —le dije.

—Tengo mucho miedo de quedar peor de lo que estoy, pero... —guardó silencio por breves instantes—. Nick, mi madre y Bruno tienen razón, es hora de surgir de las cenizas. Iré con Bruno a Estados Unidos, él me acompañará en todo el proceso. De hecho, fue él quien buscó la clínica, es la mejor en su campo y bueno...

Sonreí, realmente feliz por ella. Lo estaba logrando a pasos cortos y lentos, quizá porque el amor había tocado su corazón una vez más y, aunque temerosa de salir herida, se veía dispuesta a intentarlo con tal de ser feliz.

—Ese hombre está enamorado de ti, así que ve y sé feliz. Es tu hora.

—¡No! —suspiró—. ¿Cómo podría estar enamorado de mí? Eso es... ridículo.

—¿Por qué lo dudas? —inquirí—. Freya, eres una mujer hermosa, y más que la belleza exterior, eres un gran ser humano. Mírate, por más que trates de ocultarte, todos vemos lo bella que eres. Cada vez que Bruno te mira, es como si nadie más a su alrededor existiera para él.

—Estás exagerando —murmuró en un hilo de voz—. Él me trata como si fuese una hermanita más... Sé que es lástima lo que siente por mí.

—Por supuesto que no —negué—. En su mirada se nota lo mucho que te adora —susurré, nostálgica—. En sus ojos hay amor... Ese mismo amor que vi por años en la mirada de mi esposo.

Me dolía el corazón pensar en Will, en nuestra vida juntos y en todos los recuerdos que tenía a su lado. Me dolía el alma pensar en su amor y saber que ya no tenía la dicha de verlo ni sentirlo.

—Amanda —dijo y sacudí las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos.

—Llegó tu hora, Freya. Aún tienes grandes y hermosos motivos para ser feliz. Tienes una madre que ha dado y seguirá dando todo por ti, un hermano que te cuidará hasta la muerte y un hombre que te ha querido y te seguirá queriendo sin importar nada en este mundo. Ellos te tienen a ti y tú los tienes a ellos —un nudo se formó en mi garganta—. No desaproveches el tiempo y sé feliz junto a ellos, en especial, sé muy feliz tú. Te lo mereces.

—Ven con nosotros —me pidió y me negué de inmediato—. Tú también mereces ser feliz y aprovechar el tiempo que tienes para reconstruir tu vida.

—Yo ya no tengo vida alguna, pero créeme cuando te digo que seré feliz por ti y todo lo que vas a lograr de ahora en adelante. Freya, no tengas miedo de volver a sentir.

—Podría decirte lo mismo, no temas a vivir y sentir. Entiendo que el dolor que llevas en tu corazón es muy fuerte y difícil de superar, pero hazlo por ellos. Vive, ríe, sueña y sé feliz por tu familia. Estoy segura que, como todos, lo único que desean es verte bien y feliz desde dónde quiera que se encuentren.

No dije nada, en cambio, mi llanto dejó en claro que aquello sería muy difícil de lograr. ¿Cómo podría vivir, reír, soñar y ser feliz sin ellos, quienes eran mi mayor motivación en este mundo? Mis padres eran mi motor y mi esposo mi fortaleza. Sin ellos nada de esto tenía sentido. Todo había quedado en pausa, suspendiendo en el aire mientras el dolor me consumía muy lenta y cruelmente.

Sentí su reconfortante abrazo y permití que me consolara. Ya no tenía más que dar ni mucho menos más que vivir. No deseaba ni soñaba nada más que la muerte. No habían motivos para reír y tampoco para ser feliz, no cuando me habían arrebatado todo.

Había muerto, no quedaba más de mí más que una cáscara vacía que aún le seguía latiendo un corazón que dolía y se quebraba con cada movimiento.

—El tiempo lo cura todo —me dijo—. Así como han pasado años y me ha ido curando poco a poco a mí, sé que también sanará tu alma y encontrarás la paz mientras vivas. No dejemos que Julen siga moviendo los hilos de nuestra vida, ya le cedimos ese poder por demasiado tiempo. Es hora de que nosotras tomemos el control y le demos justo en el maldito orgullo, que fuimos felices y ni siquiera es importante como para recordarlo o llorar por lo que nos hizo —se separó un poco de mí y me sonrió—. ¿Qué te parece si vamos juntas a terapia con la doctora que atiende a mi madre? Siempre he temido ser juzgada y señalada, pero mi madre me dijo que ella jamás nos juzgará; todo lo contrario, ella está para ayudarnos.

—No lo sé...

—Piénsalo, ¿sí? Hace muchos años recibí terapia, pero no volví porque no tenía motivos para escuchar a nadie cuando yo solo deseaba estar muerta. Pero ahora... con todo lo que he pensado últimamente, quiero sanar desde adentro, aceptarme y no sentir miedo de lo que pueda pasar en un futuro —me tomó de las manos, dejando un suave apretón—. Amanda, quiero que estés conmigo y salgamos juntas adelante. Yo tambien quiero verte bien y feliz, porque lo mereces. Mereces lo mejor de la vida, así como yo también lo merezco. Lo merecemos, y sé que juntas lo lograremos. No estás sola, y sé que nosotros no somos tu familia y no nos podemos comparar con ellos, pero es como si fueras parte de nosotros y nos duele mucho verte tan destruida.

Sus palabras me hicieron llorar aún más. No estaba sola aunque me sintiera así, lo sabía y mi dolor me cegaba, me hacía pensar que no había nadie a mi alrededor cuando todas estas personas me brindaron protección y cobijo cuando no era su deber ni su obligación.

Ellos estaban conmigo y, aunque era poco el tiempo que los conocía, sin su compañía y la fuerza que me daban, hacia mucho hubiese muerto. No podía ser tan egoísta y desagradecida, después de todo, hacían mucho por mí pese a que tenían cargas que pesaban demasiado, lo que dejaba entrever el gran corazón que cada uno poseía. Me habían abrigado en su familia como si siempre hubiese pertenecido a ella, así que no podía darles más dolores de cabeza. Ya les debía demasiado.

—Está bien, vayamos juntas a terapia —acepté, aunque no sabía cómo iban a resultar las cosas, si sería bueno o, por el contrario, me terminaría de hundir.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora