XXXVI. Oportunidad

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Ya no importaba el tiempo que pasara y siguiera encarcelada, si ya no tendría salvación que me diera una pizca de esperanza. Los días pasaban con suma lentitud, una lentitud que me hacía agonizar en manos de un demente.

El cuerpo me dolía a más no poder, no solo se trataba de los golpes que recibía, también se debía a los abusos constantes. Mi cuerpo resistía todo, pero en mi mente ya todo había acabado para mí y solo me quedaba que Dios, que para ese momento empezaba a dudar de su existencia, se apiadara de mí.

Cada vez que Julen estaba en la casa, cerraba los ojos con fuerza y me dejaba hacer todo lo que quisiera hacerme. No valía la pena resistirme, si incluso permanecer quieta era un detonante para que perdiera los estribos y usara una fuerza bruta que quedaba tatuada en mi piel y mi alma.

Me encontraba acurrucada en la cama, tratando de conciliar el sueño, pero por más que tratara de dormir y descansar un poco, algo en mi interior se negaba a perderse en sueños, cuando escuché pasos a mi alrededor. No abrí los ojos y tampoco me moví, sabiendo que podría tratarse de Selina, la madre de ese enfermo que era igual de mala que él o ese demonio. Simplemente esperé que hicieran lo que fuesen a hacer y se marcharan para dejarme en mi soledad.

Sentí un mano en mi frente, un tacto que desconocía por completo, pero que de la misma forma me hizo encoger y desear ser invisible.

—Estás hirviendo en fiebre —una voz masculina y de momento desconocida me hizo abrir los ojos, solo para toparme con una mirada castaña que bien conocía y seguía mis pasos a dónde fuera—. Me encantaría ayudarte, pero no tengo mucho tiempo antes de que todas las cámaras de seguridad se reestablezcan y vengan aquí. ¿Estás bien? Sé que mi pregunta es estúpida y está fuera de lugar, pero quiero asegurarme que estás bien para cuando todo explote y al menos tengas fuerzas para escapar.

Una sonrisa amarga se extendió en mi rostro. Escapar, esa palabra era prohibida para mí, un imposible del cual ya me había hecho a la idea de que jamás sería posible.

—No tengo fuerzas, y si las tuvieras, escapar no es una posibilidad para mí.

—Creas o no en mis palabras tienes una posibilidad para hacerlo, pero para eso necesitas estar saludable, tener fuerzas suficientes para correr.

—Ni aunque corra lo más rápido que pueda, podré escapar de ese demonio. Eso lo tengo bastante claro y ya no aguardo la esperanza de salir con vida de aquí.

—No es fácil…

—¿Qué vas a saber tú por lo que estoy viviendo? —inquirí a punto de quebrarme y soltar a llorar—. Qué vas a saber de todo mi sufrimiento si no eres más que un ser humano que se debe divertir a costa del dolor ajeno.

—Solo te estoy diciendo que tienes una oportunidad para escapar en cuanto llegue el primer golpe, está en ti si decides aprovechar dicha oportunidad o no. No disfruto viendo a un ser humano sufrir, menos a una mujer que ahora está en el mismo lugar en el que estuvo por mucho tiempo mi hermana.

Lo miré en completo silencio, su mirar denotando sinceridad, dolor, impotencia y cientos de sentires que jamás había mostrado. Su semblante siempre había sido serio, parco e indiferente frente a mí. Incluso en las pocas ocasiones que cruzamos palabras siempre demostró una gran indiferencia. ¿Por qué ahora me decía todo eso, como si quisiera ayudarme sin habérselo pedido? ¿Quién era su hermana y por qué tenía esa expresión tan afligida tatuada en su rostro?

Aunque quise hacerle varias preguntas, no tuve tiempo de hacerlo porque la puerta de la habitación se abrió y entraron varios hombres junto a la madre de Julen y Selina, apresurados y mirando cada espacio de la habitación con minuciosidad, como si alguien estuviera escondido en algún rincón no visible a sus ojos.

—Aquí todo en orden, Sra. Black —informó el guardaespaldas, volviendo a lucir parco e indiferente.

—¿Qué haces aquí? — Indagó, dando pasos lentos y sigilosos hacia mí.

—El jefe me encargó de que la vigilara si se llegaba a presentar una situación de estas, así que tan pronto nos informaron que habían entrado en nuestra seguridad y desactivado las cámaras, vine inmediatamente.

—Muy bien —asintió, aunque se veía dudosa y desconfiada—. Quédate con ella y vigílala de cerca en lo que la seguridad se restablece.

—Sí, señora —dándole un asentimiento, se paró junto a la cama y se quedó en silencio mientras ella salía de nuevo.

Quise hablar y creo que él noto mi intención, pero me abstuve de hacerlo cuando llevó sus dedos a sus labios, haciéndome una señal de que guardara silencio, que no era momento de hablar porque podían seguir cerca.

Me acurruqué de nuevo en el colchón, pero ahora las palabras de ese hombre no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Hacía mucho había perdido la esperanza, pero él me acababa de asegurar que tenía una oportunidad de escapar; sin embargo, temía que fuera una trampa para ponerme a prueba. No sabía si confiar en ese hombre era lo correcto o me llevaría más rápido a la muerte.

Por más de que quería hablar con él y preguntarle sobre aquella oportunidad, no pude, puesto que Julen llegó en menos de lo que esperaba; agitado, desesperado y luciendo una expresión desconcertante que se borró de su rostro en cuanto me vio. Un suspiro llenó el lugar y sus brazos no tardaron en acunarme, pegándome a su cuerpo y besando sin cesar mi frente, mi mejilla o mis labios.

—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cómo es posible que se hayan infiltrado en nuestra red? —preguntó, en su voz se denotaba la molestia y la furia que contenía.

—Aun no lo sabemos, señor. Su madre se encuentra investigando qué fue lo que sucedió y cómo fue posible que nos hackearan.

—Ya decía yo que volver era un error. Son demasiados los enemigos que quieren vernos caer —divagó y fruncí el ceño, interesándome en lo que decía—. Prepara la casa de seguridad que tenemos destinada para estos casos. Lo mejor será quedarnos quietos por un tiempo y no exponernos demasiado. Además, estoy seguro que ellos saben de Amanda y no dudarán ni un segundo en usarla en mi contra.

Todo me parecía extraño. ¿Qué clase de enemigos podría tener un empresario exitoso y de renombre?

El hombre, cuyo aún desconocía su nombre, dejó órdenes por el intercomunicador que tenía, antes de asegurarle a Julen que todo estaba seguro para partir a la casa de seguridad.

Fue cuestión de minutos en los que una fila de autos, blindados hasta los dientes y hombres nos rodearan en cuanto salíamos de la casa y subíamos a una camioneta negra.

Julen y su madre hablaban de algunos negocios que no comprendían ninguna de sus empresas, por lo que empezaba a dudar y pensar que estaban involucrados en negocios ilícitos, tratando de no hablar más de lo debido, quizá porque me encontraba presente.

En todo el camino me mantuve alerta, pero fingiendo estar desinteresada de todo lo que ocurría. Me hacía miles de preguntas y tenía la certeza de que nada bueno se avecinaba.

Además de que no dejaba de pensar lo que me había dicho ese hombre. ¿Será que, luego de la desesperanza, al fin podré tener una oportunidad de salir de este infierno? No podía ilusionarme demasiado, después de todo, una vez libre, no sabía a dónde ir ni mucho menos cómo salir de este país para regresar a casa, pero en lo más recóndito de mi corazón nacía una pequeña esperanza ante tal oportunidad, solo que no tenía ni la menor idea cuándo se me iba a presentar. Ese hombre tenía razón, debía tener fuerzas para cuando ese momento llegara.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora