XX. Secuestro

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Cada una de sus palabras hicieron eco en mi cabeza, haciéndome sentir un miedo tan intenso que no me permitió emitir sonido alguno, ni siquiera fui capaz de alejarme de él cuando hizo el intento de acercarse a tocar mi mejilla.

Mi corazón latía con demasiada fuerza, y los nervios fluyendo por todo mi ser se concentraron en mis manos que no dejaban de temblar. El dolor que sentía en el cuerpo y de cabeza incluso quedaron en un segundo plano ante su mirada, que ahora no escondía la malicia y la perversión.

Lo miré horrorizada, incapaz de conectar mi lengua con mi cerebro e increparlo. Mis pensamientos iban a mil por segundo, no dejaba de decirme a mí misma que todo lo que me había dicho era una locura, una alucinación que era provocada por el fuerte golpe que recibí en la cabeza.

—¿Q-Qué quiere decir, Sr. Black? —cuando encontré mi voz, esta era vacilante y muy baja.

—No te alteres, ¿sí? El medico dijo que recibiste un fuerte golpe debido al choque, pero nada grave como para alarmarnos. Con reposo y mucho cuidado estarás bien —dijo, omitiendo mi pregunta—. Apenas te den el alta te llevaré a casa y cuidaré de ti.

Negué con frenesí, mirándolo con los ojos bien abiertos y el terror adueñándose de mí.

Pese al dolor que sentía en mi cuerpo, especialmente en la cabeza, traté de levantarme de la cama para salir de la habitación, solo que mis pies no respondieron de inmediato y me fui hacia adelante, pero el Sr. Black me alcanzó a sostener entre sus brazos antes de que cayera al suelo.

—¡No me toque! —grité, alejándolo de mí con las pocas fuerzas que tenía—. No iré con usted a ninguna parte... Iré con mis padres y mis suegros.

Me vi sujeta por el cuello de un rápido movimiento y todo mi cuerpo tembló de miedo ante la suave, pero firme presión que ejerció con su mano. No me hacía daño alguno, pero sentía como si me estuviera arrebatando todo el aire.

—No hay necesidad de alterarnos, preciosa —acarició mi piel con la yema de sus dedos mientras mis ojos se llenaban de lágrimas—. Quiero hacer las cosas bien y no me estás dejando otra opción.

—Usted está demente.

Su sonrisa torcida no se hizo esperar.

—Puede que lo esté y mucho, así que no tientes al diablo si no estás dispuesta a enfrentarlo —susurró y se acercó tanto que creí que me iba a besar, pero solo descansó su frente de la mía y soltó un suspiro cansino—. Amanda, mi amor, déjame hacer las cosas bien, ¿sí? Pon de tu parte y seremos muy felices, pero, en cambio, si decides hacerte la difícil, no tendré más opción que mostrarte un lado de mí que no te gustará ni un poco.

Guardé silencio ante su amenaza, viendo al hombre ante a mí con verdadero horror. La mascara había caído y ahora que mostraba su verdadero ser no podía ni imaginar en lo siguiente que haría.

Siempre me pareció un hombre raro, retraído y estoico, pero amable y bondadoso, que me tomaba en cuenta mis opiniones y hasta me pareció que era alguien alegre. Solo que esa fachada que me mostró era una falsedad. Podía sentir lo peligroso que era, no solo por la mirada que me estaba dando, sino también por su forma de hablarme y en la que apretaba mi cuello.

—Quiero ver a mis padres —dije y sonrió, soltándome poco a poco—. Quiero saber que están bien.

—Confía en mí, ellos están bien.

Las lágrimas que estaba conteniendo salieron sin más después de esas palabras. Por supuesto que confiaba en él, pero eso era cuando estaba haciendo todo lo posible por ayudarme, por hacerme caer en su red de mentiras.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora