Advertencia de contenido violento y sensible...
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Volví a la bodega con toda clase de herramientas y armas cortopunzantes, dispuesto a empezar y terminar con ese asunto que había alargado por años de una vez por todas. Mi hermana merecía su libertad y yo necesitaba hacer pedazos a esos tres seres despreciables para continuar con mi vida.
Los tres estaban en silencio cuando entré, dándole miradas largas y profundas a Bruno que jugaba con un encendedor en sus manos, sabía muy bien, que calmando la rabia que lo dominaba en ese instante.
Dejé todo en una mesa metálica y la arrastré hasta situarla cerca de ellos, quienes desviaron la vista hacia mí y no se perdieron ni uno solo de mis movimientos. Estaba aparentemente calmo preparando todo, pero solo Dios sabía lo mucho que me contenía para no rebanarles el cuello una vez otra hasta verlos morir en mis manos, pero de nuevo, morir de un solo golpe sería un premio para ellos.
Desplegué sobre la mesa una de las fundas que había traído, donde tenía toda clase de cuchillas: pequeñas, largas, puntiagudas, con espirales, otras especiales que tenían puntas de diferentes formas y tamaños, pero todas con un mismo fin.
Hacia años había confiscado ciertas herramientas de tortura que, en un principio, se me hicieron demasiado aterradoras y sádicas, pero en ese momento solo podía pensar en usarlas contra ellos.
Siempre me había considerado un buen hombre, por eso había elegido proteger a la humanidad de todo lo malo que pudiese existir, pero no podía dejar de tener malos pensamientos, algo que me aterraba en cierta medida. Toda clase de imágenes sangrientas, retorcidas y enfermizas se reproducían en mi mente sin parar, lo más curioso era que solo ellos eran los protagonistas de dichos pensamientos.
Me mantuve organizando cada cuchilla e implemento por largo rato, teniendo en la cabeza todas esas imágenes y cuestionándome si realmente era correcto lo que iba a hacer. Sabía que no, pero ¿quién más podría librar al mundo de esas malditas ratas? Si no tomaba cartas en el asunto por mi cuenta, ellos irían por mí y no tendrían compasión alguna conmigo, así como no la tuvieron con ninguna de sus víctimas.
Me puse unos guantes negros y cogí la primera cuchilla, su hoja era pequeña pero lo suficientemente afilada como para hacer un corte fino.
—¿Están listos? —inquirí, mirándolos uno a uno.
—Asegúrate de dejarnos bien muertos, puto traidor —habló por primera vez Julen con ese semblante parco e imperturbable.
No le respondí nada, solo le dediqué una sonrisa burlesca. En ese momento no estaba para tener charlas con alguno de ellos. Los minutos corrían a gran velocidad y no contaba con mucho tiempo como para sentarme a dialogar, cuando mi alma lo que pedía era su asquerosa sangre, además de que sus hombres podían estar en camino y buscando rescatarlos.
Me acerqué al viejo Weiss, él sería el primero en morirse. Mi hermana me había hablado poco de ese cerdo, pero era suficiente para entender lo que había hecho. Jamás había sentido tanto asco de un tipo, sabiendo que disfrutaba de violar a las mujeres cuando le daba la gana o cuando la perra de Koorine se lo ordenaba solo para su deleite. No dudaba de que su esposa hubiera sido una víctima más, después de todo, en su mirada siempre se notó lo infeliz que era junto a ese hombre que era mucho mayor que ella.
Estaba malherido, quejumbroso y sangrando por las heridas de bala y por los golpes que Bruno le había propinado. Cualquiera diría que estaba a punto de morir, pero su mirada estaba alerta a cualquier movimiento, quizá la adrenalina corriendo por sus venas en un intento de seguir con vida, solo que hasta aquí había llegado su asquerosa presencia.
Realicé cortes poco profundos en sus brazos, piernas y rostro, marcando toda su piel con una X que después utilizaría para mi verdadero propósito. Con cada corte se quejaba más y su sangre era tan escandalosa que no tardó en empezar a manchar toda su ropa y hasta la mía.
Temblaba sin control, se retorcía cada vez que la hoja abría con cierta ligereza su piel, causando dolor y ardor a su vez. Me tomé el tiempo de realizar los cortes con lentitud, y en varios puntos me dejé llevar por la rabia que tenía atorada en el pecho al recordar las lágrimas de mi hermana cuando me contó las veces que había abusado de ella, las palabras que le decía al oído, la satisfacción que reflejaba su rostro cuando la estaba tomando a la fuerza y sin contemplaciones, me llevó a hundir con más fuerza la cuchilla en su piel, sacándole un grito que me estremeció por lo bien que se sintió.
La rabia y la impotencia de no poder salvar a mi hermana me hizo clavar la cuchilla en una de sus piernas, atravesando toda su carne y escuchando con gozo el alarido de dolor que soltó. La retorcí tanto como pude, dándole vueltas en el interior de su carne, sintiendo como la hoja cortaba cada capa con suma facilidad.
Su cuerpo se sacudió debido al primer golpe que Bruno le propinó en la espalda con una bate grueso y metálico, fue tan fuerte que mi mano se movió por sí sola y la punta de la cuchilla salió del otro lado de su pierna, arrancándole un grito mucho más sonoro que el anterior.
Para ese momento el viejo asqueroso temblaba sin control, lloraba y se dejaba arrastrar por el inmenso dolor que le estaba haciendo experimentar. La sangre brotó sin cesar y salpicó mis brazos. A este paso, este cerdo no soportaría y se moriría por la pérdida de sangre.
Saqué la cuchilla con fuerza de su pierna, puesto que la carne parecía haberse adherido a la hoja y volvió a emitir un grito que me hizo sonreír.
—Chillas peor que cerdo en matadero —dejé caer la cuchilla al suelo y sostuve en mi mano otra, una que tenía la punta en estilo de gancho.
—Me la vas a pagar, hijo de puta —logró decir, con los dientes apretados y tembloroso.
Reí al verlo sacudirse de dolor con un nuevo golpe que Bruno dejó, pero esta vez en su cabeza. Los golpes siguieron cayendo en su cuerpo, uno detrás del otro y sin darle tregua a nada. Solo podía aullar y temblar de dolor.
Hundí la cuchilla en la primera X que había hecho a la altura de su muslo derecho, dejándola fija allí antes de coger otra cuchilla similar y hacer lo mismo en otra de las marcaciones. Sus gritos eran lo único que se escuchaba a la par que los golpes en su cuerpo, sus huesos al crujir y su carne al abrirse.
—Esta va por mi hermana —dije, clavando una de las cuchillas en su ingle, y fue allí donde ese hombre perdió todo control de sí mismo.
Su grito fue tan satisfactorio que no pude dejar de ver su expresión y de hundir la punta de la cuchilla cada vez más hondo. Escuché un crujido y removí la cuchilla por el mango, pero esta había quedado incrustada y no podía sacarla, lo que provocó que sintiera mucho más dolor y gritara aún más fuerte.
Para ese momento el viejo ya estaba más allá que acá, aún así, al hundir dos cuchillas en sus mejillas, se quejó apenas en un hilo de voz y sus ojos se fueron en blanco. Fui testigo de cómo perdía la vida segundo a segundo, como su piel palideció cada vez más y su voz se apagó hasta que su cuerpo cayó lánguido de los amarres.
Puse dos de mis dedos en su cuello y verifiqué su pulso. Aún estaba vivo, aunque era cuestión de segundos para que dejara de estarlo. La última cuchilla la atravesé en su garganta, la hoja larga ayudó a que abarcara todo lo que quería y terminara con su asquerosa y despreciable vida.
—Uno menos y me quedan dos —susurré.
Miré el cuerpo del viejo todo atravesado por cuchillos, no había ninguna parte donde no tuviese clavado uno. Tenía una necesidad atroz de sangre que no me permitía sentirme completamente en calma, aunque una parte de mí se sentía satisfecha de haberlo matado con mis propias manos.
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Deseo Enfermizo[✓]
Misterio / SuspensoAmanda es feliz junto a su esposo, sin embargo, su perfecta y maravillosa vida se empieza a desmoronar a medida que su nuevo jefe; Julen Black, hace hasta lo indecible para poseerla y tenerla en sus manos, sin importar el tipo de trucos que use para...