LXII. Abrazo

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Sacudí la cabeza y aparté la mirada de ella. ¿Qué se supone que fue eso? ¿Qué clase de pensamiento era ese? Es decir, Amanda es una mujer preciosa de pies a cabeza y, en definitiva, se veía muy linda sonriendo.

Pero ¿por qué estaba teniendo el mismo pensamiento? ¿Qué me pasaba? Es bonita, y sí, me alegraba verla sonreír y reír, no es como que estuviera pensando en otras cosas que ni al caso venían. Pero incluso en mi propia mente me estaba ahogando en un vaso de agua. No podía tener ese tipo de pensamiento con ella. Estaba mal.

Seguí comiendo, ignorando los raros pensamientos que estaba teniendo hablando con todos, disfrutando de la carne que habíamos hecho a la parrilla, de la ensalada, de la limonada y del pastel de arándanos que Bruno le había conseguido a Freya para comer luego del almuerzo y cantarle el feliz cumpleaños.

La tarde fue divertida y estuvo llena de tanta paz. Caminamos por el lago, avistando todo tipo de aves y disfrutando del buen clima y la compañía. Todo estaba siendo perfecto y divertido, reíamos y hablábamos de diversas cosas, hasta que Amanda confesó que estaba lista para asistir a la primera terapia grupal el próximo fin de semana, algo que sin duda me alegro suficiente. Poco a poco y sin darse cuenta estaba saliendo de esa oscuridad, se estaba permitiendo vivir.

—Me alegro tanto, ahí estaremos contigo —le aseguró mi madre y ella agradeció con una pequeña sonrisa.

Freya, Sheyla y Amanda se nos adelantaron en la caminata. Las tres iban tomadas del brazo, con mi hermana en el medio, hablando en voz baja ya que no se escuchaban sus voces. Hasta que Sheyla dio un grito que nos asustó junto a una risita que me hizo sonreír. Era muy probable que mi hermana les estuviera contando lo del beso con Bruno y aquello me pareció bastante gracioso.

Esperaba que ellas pudieran ayudarla a esclarecer sus sentimientos, si es que sentía algo por mi amigo. Puesto que se había escondido detrás de ese muro de acero que había creado hacía años, era difícil saber lo que sentía y lo que pensaba. Se había vuelto toda una experta en camuflarse, en ocultar su verdadero sentir.

Paseamos y hablamos hasta que la tarde cayó y llegó el momento de regresar a la cabaña. De camino a la cabaña mi mirada se desviaba cada cierto tiempo hacia Amanda, estaba justo en el medio de mi madre y mi hermana, apoyando la cabeza en el hombro de mi progenitora, con sus ojos cerrados probablemente dormida y cansada del día que tuvimos. Su rostro se veía tan tranquilo y en calma, como si no padeciera de ningún dolor.

Cuando llegamos fue difícil despertarla, así que la tomé en brazos y la llevé hasta su habitación para no molestarla. Sabía que dormía poco y, que, cuando lo hacía, dormía muchas horas seguidas.

Ella no se inmutó ni se movió, todo lo contrario, cuando la deposité en la cama se acurrucó y buscó la comodidad sin despertarse. Se veía tierna y tranquila. La cobijé con una sábana y solté su cabello de la apretada cola que se había hecho, sintiendo en mis manos la suavidad de su pelo y viendo su bonito rostro tener algo de descanso. Esperaba que durmiendo fuese feliz y nada la atormentara.

Sonreí sin pensar, pero así mismo salí de la habitación, como alma que lleva el diablo, como si hubiese visto un fantasma. ¿Qué demonios me pasaba? ¿Por qué me aprovechaba de ella? Amanda no era una mujer a la que pudiese ver con otros ojos, eso jamás.

Mi mamá y Sheyla se encargaron en hacer una cena ligera, así que me senté a ver una película con Freya y Bruno. La tensión estaba presente entre ellos, aún así, no dijeron ni una sola palabra. Además de que mis pensamientos estaban torcidos y extraños, algo que empezó a incomodarme. ¿Por qué de la nada pensaba en la sonrisa de Amanda, en lo bonita que se veía durmiendo e incluso en lo bien que olía? Estaba enloqueciendo, y viendo la película y siendo testigo de la tensión entre mi amigo y mi hermana no me estaba ayudando en nada.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora