XXII. Cena

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Con el paso de los días me convencía cada vez más de que Julen Black tenía todo que ver con lo que le había pasado a mi esposo, que era el culpable de que mi vida se hubiese acabado e incluso empezaba a dudar de que mis padres y mis suegros estuviesen con bien, porque si ese fuera el caso, ya me hubiese permitido hablar al menos con mi madre.

Luego de ese día no lo volví a ver y no iba a mentir, no verle la cara era un alivio, porque así me podría serenar y pensar con calma un plan para escapar de este lugar, solo que no había mucho que hacer sabiendo que yo lo detestaba y lo aborrecía en todos los sentidos.

Pese a que no me volvieron a encadenar, seguía estando presa en esas cuatro paredes. Lo único que podía hacer era caminar por la habitación y mirar por la única ventana que había, con la esperanza de ser libre, pero temerosa de que la paciencia de ese hombre acabara y terminara haciéndome daño.

La mujer que siempre me traía la comida entró con una bandeja en mano y la miré desde donde me encontraba sentada. Aunque al principio me negaba a comer, empecé a hacerlo a pequeños bocados. Debía mostrarles que poco a poco empezaba a ceder.

—¿Le puedo hacer una pregunta? —le dije, viéndola dejar la bandeja encima del escritorio.

—Por supuesto.

—¿Podría hablar con mis padres? Necesito saber cómo se encuentran, si aun siguen en el hospital o algo que me dé calma.

Me miró por unos instantes y luego suspiró.

—Aunque me gustaría ayudarte, lo cierto es que no tengo autorización de dejarte hablar por teléfono.

¿En serio? Si me quisiera ayudar, primero no permitiría que un maldito loco me tuviera secuestrada.

Permanecí en silencio, obligándome a no decir lo que en realidad pugnaba por salir de mi boca. Ella misma me lo dijo, llevando la contraria y teniendo una mala actitud no conseguiré nada, así que lo único que podía hacer era tragarme el odio y la furia y demostrarle a ese lunático que iba en camino a su supuesto corazón.

—Pero podrías intentar pedírselo a Julen —mencionó, esbozando una sonrisa—. Sé que si se lo pides de buena manera él te permitirá hablar con ellos.

Lo dudaba, pero debía hacer el intento.

—No ha vuelto a venir —indiqué y asintió—. A la única persona que veo a diario es a usted... por eso pensé que podría ayudarme.

—Hablaré con Julen para que venga a verte —su sonrisa mostraba una dulzura que me hacía sentir nauseas—. Sé buena con él y no lo provoques, ¿sí? Ahora bien, come.

En completo silencio me levanté del sofá y me senté frente al escritorio. Comí lo más que pude bajo su atenta mirada, soportando las ganas de escupirle la cara y golpearla con la bandeja, pero eso sería muy riesgoso, puesto que estaba más que vigilada.

Desde la ventana podía ver a todos los hombres que custodiaban la casa, haciendo rondas por el espeso bosque que se extendía a lo largo de la propiedad, un hecho que me detenía a cometer una estupidez con la vieja lunática. Además de que estaba segura de que había cámaras, no me constaba, pero podía sentirme observada todo el tiempo a pesar de estar sola.

Cada día era igual. Dormía y comía poco, daba vueltas en la habitación y observaba el cielo por horas, sin darme cuenta de cuando amanecía o anochecía. El espeso bosque en las noches era tan oscuro y aterrador, pero no lo era más que estar encerrada y sin saber lo que podría llegar a pasarme, siendo torturada por mi propia mente.

Pasaron muchos días luego de mi pedido, hasta que Julen al fin vino a verme. Pensé que esa vieja no le había dicho nada, pues hasta ahora es que venía.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora