XXXIV. A un paso

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Lo único que se escuchaba en medio de la habitación era el golpe de nuestros cuerpos al chocar, mis gemidos y sus llantos y gritos que alimentaban al animal hambriento que había despertado de su letargo y ahora estaba sediento de ella y todo lo que me brindaba.

Me sujetaba de su cabello con mucha fuerza y las palmas de mis manos estaban marcadas en sus nalgas mientras me perdía en la estrechez de su culo. Apenas si la había tomado, llevándome la gran sorpresa de ser el primero en profanarlo, y ya me recibía de una manera tan exquisita que no podía dejar de ir más profundo y rápido, sacando en ella gritos roncos que me volvían loco y me aseguraban lo mucho que estaba disfrutando.

Las horas habían pasado y la había hecho mía en todos los sentidos habidos y por haber, pero aún no me sentía satisfecho por completo. Cada que terminaba, verla así de bien cogida y llorosa me despertaba al instante y terminaba por fundirme una vez más en sus ricos y apretados adentros. No solo era su boca lo que me enloquecía, también lo eran su coño y culo. Era perfecta, exquisita y me recibía como si hubiera sido hecha para mí.

—Eres mía —no dejaba de repetirle al oído, yendo más profundo en ella y sintiendo que el cuerpo me exigía cada vez más rudeza—. Toda mía.

Me corrí en su culo tiempo después y permanecí en su interior unos minutos, sintiendo como palpitaba a mi alrededor y me estrangulaba deliciosamente. Es que ella misma tenía la culpa, siempre provocándome incluso cuando ya todo terminaba. Era tan hambrienta como yo y eso no era algo que pudiera ocultarme o fingir.

Salí de ella y escuché su inaudible quejido, antes de que se desplomara en mis brazos, cansada y sudorosa. Dejé un beso en su frente y la cobijé como pude, antes de irme al baño y tomar una ducha larga que me quitó todo el cansancio del cuerpo.

Me vestí en cuanto salí y me dirigí a mi despacho a beber y fumar viendo de tanto en tanto las cámaras que estaban instaladas en nuestra habitación, Amanda dormía profundamente, eso era lo que parecía puesto que su cuerpo no se movía de donde la había dejado. Estaba envuelta entre las cobijas, apenas si se veía su larga cabellera sobresalir de ellas.

Sonreí, qué mentirosa y buena actriz salió mi mujercita. Tanto que dijo odiarme, pero mientras la cogía no hacia más gritar pidiendo más y recibirme con una humedad sorprendente y muy digna de ella.

Quisiera entenderla ahora que la calma había llegado, después de todo, el muerto había sido su esposo y era de lógica que los sentimientos no morirían junto a él ni mucho menos de la noche a la mañana, pero me enfurecía que lo siguiera llorando, que esperara que volviera y lo añorara con tanta devoción cuando yo me había encargado de no dejar ni su rastro para que no tuviera la necesidad de pensarlo siquiera. Aun muerto era un maldito estorbo en mi camino.

Suspiré y encendí otro cigarro cuando el primero acabó, pensando en lo siguiente que haría. Probablemente volveríamos como al principio y en parte estaba preparado para su rebeldía, pero no me importaba. Ella era mía y no iba a durar toda una vida fingiendo un odio que sabía muy bien no sentía.

Antes de irme a la cama junto a ella, le dejé las ordenes a mis hombres y todo mi personal. Amanda no tenía permitido salir de la casa ni mucho menos hablar con alguno de ellos. La única con la que podía tener algún tipo de contacto era con Selena, y no era más porque confiaba en ella ciegamente, de no ser así, la llevaría con mi madre para que se ocupara de ella mientras yo salía a hacer mi trabajo.

Desperté muy temprano como cada día, me bañé y me alisté y antes de salir de la casa me cercioré de que Amanda tuviera todo lo que necesitaba. Ella aun dormía y no era para menos, si había quedado completamente desmadejada en la cama luego de tanto sexo desaforado que tuvimos en la noche.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora