XXXIII. Te quiero tanto

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•JULEN•

Necesitaba calmarme o no estaba seguro de lo que sería capaz de hacer, así que una vez llegué a casa y dejé a Amanda en el medio del salón, bebí un largo trago de whisky directamente de la botella, aumentando el calor en mi cuerpo y la furia en mi ser. Verla llorar de esa manera no me ayudaba en lo absoluto a mermar la ira que en ese momento me corroía.

Lejos de sentirme en calma, la ira bullía en mi ser, como un sentimiento maligno que estaba deseoso de destrozar todo a su paso.

Me preguntaba qué había hecho de mal como para que ella siguiera pensando en el hijo de perra de su exmarido, lo siguiera llorando con tanto dolor y, por más que no quería pensar, no dudaba en que lo siguiera amando, algo que en definitiva terminaba por cegarme.

Me encargué muy bien de él, de alejarlo para siempre de su lado para que no estropeara mis planeas, pero incluso estando muerto era una maldita sombra en la vida que estábamos empezando juntos.

¿Qué más debía hacer para que ella se fijara en mí? ¿Cómo más podía enamorarla? Había hecho todo por ella, incluso deshacerme de todos los que estaban dispuestos a alejarla de mí, pero eso no parecía serle suficiente.

Bebí otro poco más de whisky y dejé la botella sobre la mesa, antes de soltar un profundo suspiro y volver con ella. Seguía llorando acurrucada en el sillón como un conejito asustado, completamente destrozada y con la mirada perdida en sus pensamientos, tan distante de mí pese a que la tenía tan cerca.

—Lo sigues recordando —dije y me molestó que no levantara la cabeza y me mirara—. Ay, Amanda, realmente pensé que ya habíamos saltado esta etapa de ir llorando por un maldito e insignificante muerto.

—¡Él es mi esposo y siempre lo será! —rugió con furia y derramando lágrimas sin cesar—. Y no está muerto... No puede estarlo.

Sonreí torcido, aunque por dentro hervía de furia y deseaba cerrarle la boca para que dejara de nombrarlo. Me acerqué a ella a paso lento y sujeté su barbilla, acariciando su mejilla con mi dedo pulgar, viendo caos y miedo en su mirada. Una mirada muy diferente a la que me había dado hacía unas horas, cuando la besaba y la acariciaba.

Justo cuando pensé que ya la tenía, que al fin me pertenecía y era solo mía, tenía que volver a traer en colación a ese maldito cabrón a arruinar lo poco que habíamos avanzado.

¿Acaso estaba jugando conmigo y mi cordura o se fingió enamorada para soportarme? No quería pensar mal de ella, puesto que desde hacía mucho en su mirada solo podía ver un ardiente fuego que me consumía cuando estábamos juntos. Sus gemidos, su forma de recibirme; tan caliente y húmeda, los suspiros e incluso como balanceaba la cadera en busca de más me dejaba muy en claro que su cuerpo y su alma eran solo míos.

No podía negar que al principio fui muy tímida y hablaba poco, pero después comenzó a soltarse, hablarme más, acariciarme, abrazarme y besarme por su cuenta. Me negaba a creer que todo lo que había hecho por ella y le demostraba día a día no había servido de nada.

—¿No crees en lo que te dijo mi tío? —inquirí y sus hermosos ojos conectaron con los míos—. Jamás mentiría con algo como eso, te lo juro. Te lo dije una vez, pero no quisiste creerme. A Will se lo deben de estar comiendo los gusanos.

—¡¿Cómo puedes ser tal maldito infeliz y bromear con la muerte de un ser humano?!

—No estoy bromeando, solo estoy diciendo la realidad de los hechos, ¿o acaso crees que los gusanos se van a resistir a no comer esa carne putrefacta y que les debe saber tan exquisita?

—¡Está enfermo!

—Pero de deseo y amor por ti —acaricié su rostro y se apartó lo más lejos que pudo—. No entiendo a qué viene todo esto cuando estábamos tan bien. Solo fue que lo recordaras y olvidaras que eres mi mujer.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora