XXXVIII. Salvador

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Tres días llenos de ansiedad, tres días en los que apenas pude pegar el ojo. Sentía un bullir en mi estómago de anticipación que me tenía emocionada, nerviosa y temerosa al mismo tiempo. No sabía lo que iba a suceder ni mucho menos podía asegurar si estaba preparada para la que fuera que fuese a pasar, pero ese era un riesgo que estaba dispuesta a tomar con tal de ser libre.

El tercer día llegó como cualquier otro, la misma rutina de cada día y las mismas personas a mi alrededor, con la única diferencia de que ese domingo estaban los familiares de Julen en casa, celebrando alguna cosa que no entendía y tampoco me importaba.

Estaba su madre, que parecía bastante feliz por un negocio que le salió bien y no entendía de qué se trataba, su tío junto con su esposa y sus dos hijas. Julen estaba igual de emocionado que su madre y tío, festejando algo que solo ellos comprendían.

El almuerzo fue por lo grande pese a que en la mesa había pocas personas. Me centré lo más que pude en mi comida, pero no iba a negar, estaba alerta a cualquier situación fuera de lugar, viendo de tanto en tanto a los guardaespaldas sin levantar demasiada sospecha, deseando ver la oportunidad que me había dicho ese hombre, pero todo estaba como siempre, en completa normalidad.

Suspiré, quizá todo había sido un engaño y el hombre solo me estaba probando. Tal vez el mismo Julen era el que me estaba poniendo a prueba. Dejé de pensar y comí en completo silencio, escuchando las risas de los hombres, la madre de Julen y las voces de cuanto en cuanto de las niñas.

La esposa del tío de Julen estaba en completo silencio al igual que yo, comiendo sin muchos ánimos, pero sin levantar la cabeza de su plato.

Intuí que algo estaba pasando con ella cuando nuestras miradas se cruzaron por breves segundos. No fue mucho lo que me sostuvo la mirada, pero pude darme cuenta de lo infeliz y triste que se veía. Ella poco hablaba, y si lo hacía, eran frases cortas y en voz sumamente baja.

Suponía que también vivía un infierno y el hecho de que tuviera dos hermosas pequeñas con ese hombre que aparentaba ser bromista, encantador y risueño, me hacía estremecer el alma.

Yo no quería esa vida para mí. No quería hijos con un abusador por más que los deseara con todas las fuerzas de mi ser. Verme en el lugar de esa mujer que dudaba mucho que fuera mayor, me hizo entrar en pánico. Todas las veces que Julen había estado conmigo, en ninguna de ellas usó protección. Y había estado tan sumida en mi dolor y deseando morir que ya no recordaba cuándo fue la última vez que tuve mi periodo. Ni siquiera tenía la noción del tiempo que había estado encerrada, quizá eran varios meses.

El miedo que sentí ante tal posibilidad fue inmensa y me cerró el apetito ipso facto. Un bebé era un ser inocente, pero solo podía pedirle  a Dios que no me permitiera traer un hijo a ese ser tan despreciable. No lo soportaría y dudaba que fuera capaz de darle amor o ternura.

Comí hasta donde el estómago me lo permitió y me puse en pie, atrayendo la mirada de todos.

—Voy a la habitación por el medicamento, lo dejé encima de la mesita de noche —mentí y Julen se levantó de inmediato, dándome una sonrisa encantadora.

—Yo voy por tu medicina, mi amor. Tú quédate aquí y trata de comer algo más.

—Ya quedé muy llena y no hace falta que dejes de hablar con tu madre y tu tío. Iré a la habitación y volveré en breve.

—Bien —dejó un casto beso sobre mis labios—. No tardes que aún hace falta el postre.

Asentí y me apresuré a ir a la habitación. Una vez cerré la puerta, tomé una honda respiración y me acerqué a la mesita de noche. Había varías medicinas, por lo que tomé un tarro cualquiera y me senté un momento en la cama, tratando de ordenar mis pensamientos y de no verme tan alterada.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora