XVI. Pesadilla

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En medio de mi desesperación, preocupación y angustia las horas se fueron pasando con una lentitud que me estaba matando poco a poco. Sentía en mi corazón que algo muy malo había pasado, pero a la vez me decía una y otra vez que debía confiar en lo que todos me decían: que todo estaba bien y solo se debía a la paranoia que me había carcomido la mente y el corazón.

Pero ¿cómo poder explicar la desesperación que siento aquí en mi pecho? ¿Cómo tener calma cuando han pasado tantas horas y no he sabido absolutamente nada de mi esposo?

No sé qué diablos sucedió, todo a mi alrededor perdió importancia alguna. En este momento donde me encuentro al borde del colapso, no tengo cabeza para absolutamente nada. De no ser por mi jefe, el Sr. Black, no podría conseguir algo de sosiego y tratar de pensar con más calma.

Tan pronto terminó todos sus compromisos, se puso en contacto con la empresa para la que trabaja Will, y allí le aseguraron que todo el equipo con el que mi esposo viajó abordó el avión, incluyéndolo a él. Eran cuatro personas: Will, su secretaria, el gerente de la sede de Perth y su respectiva secretaria. Todos volaron junto con tres azafatas, el piloto y un auxiliar de vuelo.

Con su ayuda y todo el poder que tiene en la ciudad, regresamos a Canberra y nos dirigimos hasta el aeropuerto donde mi esposo abordó el avión privado de la compañía para la que trabaja, solo que ansiosa por obtener alguna información que me indicara su paradero, no estaba lista ni siquiera para las malas noticias por más que sentía un mal augurio en mi corazón.

Según la información que nos dieron es que el vuelo salió hace dos días en horas de la noche, más no hay registro alguno de que aterrizara en Estados Unidos o en algún otro aeropuerto de emergencia. Es como si el avión hubiese desaparecido en los cielos como por arte de magia con todo y pasajeros.

Mi corazón se hundió hasta mi estómago, no podía siquiera respirar como era debido. Mi pecho dolía, sentía como si me lo estuvieran desgarrando con una lentitud pasmosa y dolorosa. De no ser porque mi jefe estaba a mi lado, acompañándome, hubiera caído al suelo en cuanto nos aseguraron que iniciarían una búsqueda desde que el avión despegó hasta donde fue la última localización que quedó registrada, puesto que la señal daba rastros a no sé cuántos kilómetros de distancia.

Estaba en un estado de shock que no me permitía emitir palabra alguna. Es como si mi alma hubiese abandonado mi cuerpo y no escuchara más que la voz de mi esposo, tantas cosas que me dijo a lo largo de los años, tantos momentos vividos y maravillosos hacían que no pudiera respirar.

Me costaba hablar, expresar lo que sentía en ese momento que no tenía nombre o llorar. Tenía un nudo en la garganta que se hacía cada vez más denso, impidiendo que pudiera liberar todo lo que me estaba azotando sin piedad alguna.

Me encontraba presente en una sala del aeropuerto, viendo los rostros distorsionados de los policías y de los mismos trabajadores del lugar corriendo en cámara lenta mientras mi dolor se acentuaba en mi pecho con una rapidez atronadora, pero sus voces eran lejanas a mis oídos. No tenía ni la menor idea de lo que hablaban, me había desconectado por completo del mundo y hasta de mí misma.

Veía al Sr. Black hablar; no obstante, su voz era un eco lejano que no podía distinguir en medio de tanto aturdimiento.

El pecho me dolía en demasía, tenía la vista borrosa debido a las lágrimas que contenía y no soltaba y mi corazón latía tan fuerte y rápido que pensé que explotaría en cualquier instante.

De repente y sin que pudiera decir palabra alguna porque el aire incluso me hacía falta en los pulmones, solo pude estirar mi mano para sujetarme de algo con el temor de caer al suelo pese a estar sentada, antes de sucumbir en la profunda oscuridad y dejar de sentir tanto dolor como angustia en mi corazón...

◊◊◊

Desperté desorientada y en una habitación que no reconocí en absoluto. El dolor que sentía en la cabeza se hizo presente, así como un mareo intenso que no me permitió mantener los ojos abiertos por mucho tiempo ni levantarme de la cama cuando hice el amague de ponerme en pie.

—Tranquila, no te fuerces de más —una voz suave y ronca llegó a mis oídos, pero no la reconocí de momento.

Respiré hondo antes de abrir los ojos y encontrarme con una mirada intensa y azulada. Parpadeé varias veces seguidas, tratando de disipar el mareo y el dolor de cabeza, y conforme cobraba consciencia, el rostro de mi jefe se hacía más claro, así como toda la situación que me llevó a desmayarme.

Volví a sentir dolor en el pecho, que el aire me faltaba y una aguda angustia que no me permitió hablar. Todas esas emociones contenidas fueron liberadas de manera despiadada, desgarrando mi corazón a medida que las lágrimas corrían por mis mejillas. Sentía que me ahogaba en llanto, así que dejé que saliera con fuerza y dolor.

Lloré como nunca, haciéndome cientos de preguntas en la cabeza que no tenían respuesta alguna, pero que seguían torturándome sin parar.

Sentí un abrazo que, en lugar de darme calma, me alteró aun más. No eran esos brazos los que necesitaba ni mucho menos esa voz que susurraba a mi oído la que ansiaba oír.

Necesitaba a mi esposo, que viniera a mí con esa sonrisa jodidamente sensual y esa mirada chispeante a decirme que estaba bien, que no había sucedido nada más que un percance. Anhelaba sus brazos alrededor de mi cuerpo, porque ellos eran los únicos en darme calma y calor a la vez, una seguridad que nadie jamás en la vida podría brindarme.

—Amanda, debes tranquilizarte —el Sr. Black me tomó del rostro y me hizo mirarlo a los ojos, pero me negaba a ese azul que, aunque parecido al de el amor de mi vida, jamás podría llegar a ser el mismo—. Sé que no es nada fácil afrontar esta situación, pero debes guardar la calma. Las autoridades ya están investigando y no descasarán hasta encontrar cualquier rastro del avión y los que viajaban en el...

—No, dígame que no es cierto, que solo me están haciendo una maldita broma para nada graciosa —sollocé con más fuerza, aferrándome a los brazos del Sr. Black—. Dígame que Will está bien, que en unos segundos entrará a la habitación y se reirá de mí y me dirá que solo quería darme un pequeño susto. Dígame que esto es una pesadilla, de la cual despertaré pronto. Por favor, dígame que es mentira lo que está pasando.

—Amanda...

—Por favor, Sr. Black —lo miré suplicante a los ojos y guardó silencio—. Vinimos a Australia a cumplir sus sueños y a formar una linda familia, a seguir enamorándonos el uno del otro y ser felices hasta que fuéramos un par de viejos testarudos pero enamorados de haber vivido toda una vida juntos —dije, atacada en llanto—. Dígame que mi esposo no desapareció así como así, que esto no es más que una mala pasada del destino. Will jamás me dejaría sola, él jamás se iría sin mí, él nunca dejaría de amarme... Dígame que está bien y que volverá pronto.

En lugar de decirme que solo se trataba de un sueño, me miró estoico y fijamente por unos cuantos segundos, antes de abrazarme con más fuerza y decirme con su silencio que todo era real y que esto no se trataba de una horrible pesadilla.

Lloré y supliqué respuestas, pero no hubo nada que me diera la calma que tanto necesitaba. Lloré hasta quedarme sin fuerzas ni lágrimas, pidiéndole a Dios que me devolviera a mi esposo lo antes posible y con bien, porque aun teníamos mucho camino que recorrer juntos y sueños que cumplir, hijos que tener, momentos que vivir, sonrisas que dar y lágrimas que derramar. No podía simplemente arrebatármelo de esta manera tan cruel y despiadada.

Dios no podía ser tan desalmado al arrebatarme parte de mi alma y dejarme a la deriva y completamente destrozada.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora