XLIX. Emboscada

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—¿Qué tienes para mí? Espero que hayas puesto de todo tu empeño —le dijo Julen al mismo policía de hacía dos días, el tal Nach. 

—Investigué todo y no hay ninguna investigación abierta, en proceso o próxima a tu familia. Esas personas que te atacaron deben ser enemigos, no policías ni mucho menos detectives —explicó, dejando en silencio a Julen—. Piénsalo, nadie es tan estúpido como para meterse con alguien de tu familia, eso sería ponerse en bandeja de plata. Pero nunca sobran los idiotas que creen poder derrocarlos para quedarse con todo lo que ustedes han logrado por muchos años. 

—Si no son de los tuyos, ¿quién mierda quiere vernos caer? —se quedó pensativo—. Lo peor de todo es que me dieron mi punto más débil. Blatz. 

—Señor —me acerqué a él de inmediato.  

—Redobla la seguridad. Los enemigos están cada vez más cerca de nosotros —dijo—. Debo encontrar a Amanda cuanto antes o esos malditos perros se atrevan a ponerle un dedo encima. 

Por más que investigara, nunca iba a encontrar información. Nadie conocía de nuestra misión, ni siquiera la misma DEA. Mi jefe me había dado la mano porque éramos viejos amigos y estaba dispuesto a ayudarme a cobrar mi venganza siempre y cuando le retribuyera a Koorine Black, la cabeza mayor de esa organización dedicada al crimen, la mujer más poderosa de toda Australia. 

***

Estuve buscando la oportunidad para enviarle la ubicación a Bruno, pero Julen estaba cada vez más paranoico y fuera de sí, así que tuve que esperar varios días para poder hacerlo.

Había conseguido el teléfono con uno de los muchachos nuevos que había contratado para la seguridad, y en vista de que ahora parecía el perro faldero del jefe, algunos me tenían gran respeto y no se atrevían a contradecir mis órdenes, tampoco se involucraban demasiado. Ellos estaban para proteger al hombre y hacer lo que se les ordenara. 

Lo primero que hice fue enviarle un mensaje en clave a Bruno y la ubicación exacta, antes de tirar la línea y conseguir otra. No podía darme el lujo de arriesgarme demasiado o podría morir en mi intento de conseguir venganza. Ya no quedaba más que esperar a que mi compañero y mejor amigo desatara todo el caos como se había planeado desde un principio.

Los días y las horas fueron pasando con gran lentitud. Pero esa mañana el día se sentía diferente. Un manto gris se había cernido sobre nosotros, avecinando una tormenta, pero solo se oscurecía cada vez más sin caer una sola gota de agua. El aire se sentía pesado, como si algo fuese a pasar, y yo más que nadie lo sabía. Tenía el presentimiento de que Bruno estaba cerca y que pronto la tormenta se desataría.

La madre de Julen y este se encontraban dentro de la casa, hablando entre sí como si hace unos días no se hubieran amenazado. Así funcionaba esa familia y no entendía cómo podían hacer como si nada hubiese pasado y hablar y reír como si nada. El viejo Weiss estaba con su esposa en el jardín, jugando con sus dos pequeñas niñas, algo que no estaba en mis planes, pero me ideaba un plan para protegerlas por si todo el caos se formaba y ellas terminaban en el medio del enfrentamiento. Eran dos pequeñas inocentes que no tenían por qué estar allí, en esa familia tan enferma y mal de la cabeza.

Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer sin previo aviso y sin darle tiempo a la familia que jugaba en el jardín, antes de que el chaparrón cayera sobre ellos y todos nosotros. Llovía con tanta fuerza que era imposible no terminar completamente empapado por más rápido que se corriera a refugiarse de la lluvia.  

—¡Entren rápido o van a enfermar! —gritó Weiss a sus hijas, pero las pequeñas reían mientras corrían al interior de la casa.

Miré a las niñas unos segundos más en los que su madre les pasaba una toalla y les sonreía con dulzura y amor, un gesto que se vio arruinado cuando de su boca brotó hilos de sangre que hicieron gritar con todas sus fuerzas a las pequeñas y alertarnos a todos allí. El cuerpo de la joven cayó al suelo y lo siguiente que se desató fue un caos que nadie vio venir. 

Llegué hasta ellos lo más rápido que pude con la intención de protegerlos, guiándolos al interior de la casa hacia el pasadizo secreto mientras escuchaba los gritos y los llantos hacer eco en mis oídos, combinándose con el rugir de los disparos y la furiosa tempestad.

—¿Qué demonios sucede? —inquirió la madre de Julen, desenfundando su arma—. ¿Cómo mierda pasaron las líneas de seguridad sin que primero nos avisaran? 

—Es obvio que tenemos soplones entre nosotros y nunca nos habíamos dado cuenta —farfulló Weiss, luciendo impasible pese a que su esposa la habían asesinado ante sus narices—. Sacaré a mis hijas como sea de aquí, háganse cargo ustedes dos. 

Caminamos el largo túnel y salimos a una pequeña casa de herramientas en el medio del bosque, pero tan pronto el viejo abrió la puerta, al menos veinte hombres uniformados nos tenían bajo su mira, apuntándonos directamente e imposibilitando nuestro escape. 

—Mierda —musitó Julen, mirando de nuevo al túnel, pero era demasiado tarde para volver. Seguramente los hombres del otro lado ya lo estaban cruzando. 

—Estoy segura de que esa tal Amanda tiene que ver con esto. Desde que ella llegó a nuestra vida todo ha ido de mal en peor y nunca nos había pasado algo así —mencionó Koorine. 

—quisieras callarte, madre. Este no es momento ni lugar para decir tremendas estupideces. ¿No te das cuenta de que tenemos un pie más cerca a la tumba? En lugar de estar echándole culpa a mi mujer, ¿por qué mejor no te pones de carnada para que podamos escapar? 

—Pareciera que no fueras mi hijo. 

—No puedo compartir un sentimiento de tal magnitud, madre —cargó sus armas y la posicionó de lado, sonriendo de una manera viciosa—. Bueno, que se salve quien pueda. Ya veremos qué tan mala salió esta hierva. 

Detonó sus armas sin encomendarse a nadie y nos vimos en medio de una cruzada de tiros donde el viejo Weiss recibió múltiples disparos en sus piernas, Koorine apenas si la rozó una bala y Julen salió bien librado, pero al darse cuenta de que eran muchos hombres contra nosotros, no había más opción que rendirse por el momento. 

Hasta ultimo minutos fingí estar con ellos, al menos hasta que del túnel salieron el resto de los uniformados y nos encañonaron con facilidad. La pasividad y calma de los Black daba qué pensar, pero ya no había nada más que hacer. En ese momento ellos estaban derrotados, no tenían cómo defenderse y salir bien librados. El viejo Weiss se desangraba y maldecía en el suelo, Koorine se mantenía con la cabeza en lo alto y sonriendo como si fuese a recibir una buena noticia y Julen solo se limitaba a mirar a cada hombre, estoico y sin mostrar ningún tipo de expresión. Las pequeñas lloraban en un rincón de la casita, así que me acerqué a ellas sin pensarlo y las tomé de las manos.

—¡No te muevas o mis hijas morirán, imbécil!

—Nadie aquí les hará daño a dos pequeñas inocentes —le dije, sonriendo ladeado—. Vinieron por las malditas ratas que se escondían en sus madrigueras, no por ellas.

Julen me miró de inmediato, frunciendo el ceño y ladeando la cabeza. 

—Mira, qué sorpresa que tú seas el soplón —ironizó Koorine, lanzándome una mirada de muerte—. Nos guiaste por este camino porque sabías que aquí nos emboscarían. ¿Por cuánto te vendiste, Blatz?

—Me gustaría decir que por millones de dólares, pero lo cierto es que me mueve algo mucho más grande —le entregué las pequeñas a dos agentes, quitándome esa máscara que tanto me estaba costando usar en los últimos meses—. Ya no tengo que seguir fingiendo ni mucho menos trabajando para unos hijos de perra. Ahora por fin podré cobrar mi venganza y hacerles pagar por todo el daño que hicieron. 

—¿Para quién trabajas? —preguntó Julen, sin apartar su mirada afilada y decepcionada de mí. 

Sonreí malicioso, acercándome a él y quedando a pocos centímetros de su cuerpo. 

—Para Freya Koller, mi hermanita —revelé, tomándolos a todos por sorpresa—. Y créanme que lo que le hicieron vivir será poco a comparación de lo que en mis manos les haré pagar. 


Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora