•AMANDA•
El cuerpo me dolía y no era para menos, si había recibido una golpiza brutal que me había hecho bajar directo al peor de los infiernos, pero más me dolía el alma ante el hecho de haber sido violada de una manera tan aberrante.
Era muy consciente de que no era la primera vez que Julen abusaba de mí, después de todo, jamás quise que me tocara por más que mi cuerpo reaccionara a sus estímulos, pero nunca se había comportado de esa manera tan violenta, donde no solo me maltrató físicamente a su antojo, sino que también terminó de acabar con la poca estabilidad emocional que aún me quedaba.
Recordar cada beso, cada golpe y cada embiste era la peor de las torturas. No podía sacarme de la cabeza las palabras que me decía al oído y esa forma tan brusca en la que me mancillaba, creyendo que mis gritos y mis lágrimas eran de placer y no porque me generaban gran dolor en el cuerpo y el corazón.
En ese momento estaba aislada nuevamente, encerrada en una habitación mucho más amplía y cómoda que cuando estaba en la isla, pero nada de esos lujos me reconfortaban. Todo lo contrario, verme allí, aun de pie y con heridas que jamás podría sanar y olvidar, solo podía desear una muerte rápida y no tan lenta como la que me estaban dando.
Si ese era mi destino, solo le pedía a Dios que terminara mi sufrimiento cuanto antes, porque no importaba cuanto pudiese resistir mi cuerpo, si mi alma y mi corazón estaban completamente destrozados. Yo ya me sentía muerta, aunque aun estuviera viva.
Selina me traía comida y me negaba a probar algún bocado, por lo que poco a poco empecé a sentir la debilidad en el cuerpo, un dolor de cabeza agudo y un mareo que no me permitía siquiera mantenerme mucho tiempo con los ojos abiertos. No luchaba y tampoco suplicaba que me liberaran, pero tampoco me resignaba a seguir viviendo para que siguieran destrozando lo que quedaba de mí, si es que aún tenía algo más que un cuerpo magullado y un alma herida y a la deriva.
Julen venía cada noche y me sometía a su voluntad, haciendo de mí un completo desastre. Algunas veces me decía palabras bonitas, me trataba con ternura y me decía que debía luchar por lo que teníamos, pero, otras, simplemente perdía la compostura y me trataba peor que a un perro callejero, golpeándome, abusando de mí y asegurándome que nunca me dejaría libre.
Me sentía tan agotada, mi alma pedía un descanso, un poco de paz para dejar de sentir tanto dolor, pero mi cuerpo seguía luchando. No sabía por qué se resistía tanto a dejarse ir, si en mi cabeza no dejaba de añorar el día que dejara de respirar. Tal vez la esperanza de ver a mis padres una última vez me hacía luchar inconscientemente, aun así, tampoco sería bonito ni justo que ellos vieran el cascarón roto y marchito en el que se había convertido su hija.
Escuché que la puerta se abría, mas no me inmuté en ver de quién se trataba. Fuera quien fuera, sabía que mi destino ya estaba trazado en ese maldito infierno.
—Tienes que hacer algo para que ella coma o va a enfermar, bueno, más bien empeorará —la voz femenina que oí la sentía lejana—. Y sabes que eso ocasionaría que la llevemos a un hospital para que la atiendan y no podemos darnos ese lujo o nos traerá muchos problemas.
—Traeré al médico de la familia, no es necesario llevarla a un hospital para que la atiendan —dijo esa voz suave e intimidante que ya no me provocaba miedo, más bien era un eco que deseaba arrancar de mi mente y de mi alma para siempre. No quería seguir escuchando esa voz por más tiempo—. Esto no es más que un berrinche que pronto se le pasará. Está haciendo lo mismo que hizo en la isla, solo es cuestión de días para que lo entienda de nuevo.
—Se ve muy pálida, delgada y mal. No creo que esto solo sea un berrinche —la mujer suspiró—. Cielo, sabes que nunca me metería en tus asuntos, porque no soy quien para decirte lo que es correcto e incorrecto, pero tengo el presentimiento de que Amanda nos traerá muchos problemas a largo plazo. Es de ese mismo tipo de persona que era el inútil de tu padre, y sabes que ellos no encajan con nosotros, en nuestro mundo.
—Ella es mi mujer, madre, así que hazte a la idea de que sí o sí encajará, ¿de acuerdo?
Me revolví tan solo un poco al sentir un toque en mi mejilla y una suave presión en mis labios. El aroma de ese demonio me llenó la nariz, provocando unas incontrolables nauseas. Su perfume nauseabundo más el olor a la comida que me pusieron prácticamente en la cara hicieron que me doblara y vomitara sin poder controlarlo más, pero debido a que no había comido nada durante días, solo expulsé la bilis.
—Estás enfermando por no alimentarte, mi amor —me susurró esa voz demoniaca al oído—. Haré que te preparen un caldo, algo ligero que no te sienta tan pesado —me tomó en sus brazos y me recostó sobre el sofá, antes de limpiar mi boca con alguna suave tela húmeda—. Llama al médico, madre.
Cerré los ojos y me mantuve quieta mientras oía voces y pasos a mi alrededor, enajenada de mi realidad y deseando ansiosa sucumbir a esa oscuridad que se me hacía bastante tentadora, pero que no se atrevía a arrastrarme a ella por más que se lo suplicara en silencio.
Bastante tiempo después sentí que unas manos me tocaban y una voz desconocida de hombre llenaba mis oídos, seguidas de otras dos que estaban ahí conmigo, pero me aturdía tanto escucharlos que no comprendía en lo más mínimo lo que estaban diciendo. Igual no hacía falta escuchar lo que decían.
Un ligero pinchazo en mi muñeca me hizo estremecer, antes de empezar a temblar como una hoja bailando al viento ante el escalofríos que me recorrió. Hacía mucho frío, más del que se había grabado en mis huesos desde hacia meses.
No quise abrir los ojos pese a que el doctor que me estaba revisando me pedía que lo hiciera. Necesitaba que la oscuridad me llevara, no quería ver más la luz del día y seguir presa en el maldito infierno.
El cansancio, el sueño y la falta de alimento me hizo caer en un profundo sueño, donde tuve el mejor de los sueños en brazos de Will. Él estaba conmigo, me abrazaba, me besaba y me susurraba al oído que todo estaba bien. Su calor era tan reconfortante y me hacía sentir tan segura que no necesitaba de nada más para sentir mi alma en calma. Pero no era más que un sueño, porque al despertar, todo el cuerpo me dolía y el infierno seguía ardiendo a mi alrededor. Aquel sueño tan bonito y que se sintió tan real había sido muy efímero.
Abrir los ojos en esa maldita realidad me hacía desear la muerte a más no poder.
¿Por qué seguía respirando el mismo aire que ese desgraciado monstruo? ¿Por qué Dios no escuchaba mis ruegos y terminaba con mi tortura?
Esa mirada que tanto despreciaba estaba fija en mí y esa sonrisa que provocaba repulsión en mi ser me tenía los nervios punta.
—¿Lograste descansar, mi diosa? —ante mi silencio, dejó un beso sobre mis labios—. Espero que sí, porque dormiste largas horas. Debes tener hambre, así que prepárate para comer. Yo mismo me encargaré de alimentarte.
—No tengo hambre —dije en voz baja, sintiendo la boca y la garganta seca.
—Quieras o no tienes que alimentarte, ¿de acuerdo? Selina te preparó un rico caldo que te dará fuerza y energía suficiente para que te recuperes. No tienes que ponerte más en mi contra, ¿o es que acaso no aprecias tu vida?
Su pregunta solo causó que mis lágrimas se deslizaran por mis mejillas. ¿Qué vida era esa, siendo abusada, violentada y recluida en un infierno? Sí a eso se refería como mi vida, prefería mil veces la muerte que seguir así, pero ese demonio estaba tan enfermo que ignoró todo mi dolor y dijo un sinfín de palabras que me llenaban de más dolor y me hacían pedir un poco de calma, aunque él ya me había arrebatado todo y no me quedara absolutamente nada.
Parecía que no tenía posibilidad alguna de escapar de ese infierno, así que no me quedaba más que esperar con desesperación pasmosa el día en que mi cuerpo dejara de luchar por algo que ya no tenía sentido ni mucho menos valía la pena y mis ojos se cerraran para siempre.
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Deseo Enfermizo[✓]
Mistero / ThrillerAmanda es feliz junto a su esposo, sin embargo, su perfecta y maravillosa vida se empieza a desmoronar a medida que su nuevo jefe; Julen Black, hace hasta lo indecible para poseerla y tenerla en sus manos, sin importar el tipo de trucos que use para...