XXIII. Te deseo

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Miré al hombre frente a mí en completo silencio, ataviado en un elegante traje gris que lo hacía ver muy guapo. Su cabello bien engominado hacia un lado estaba perfecto, a excepción de un mechón rebelde que descansaba en su frente y acentuaba todo su atractivo, sobre todo esos ojos tan azules y feroces que brillaban con suma intensidad. Sus cejas pobladas y oscuras le conferían un aire más rebelde y a la vez parco. Las facciones de su rostro eran perfectas, como las de aquellos modelos que posaban en las revistas. Sus labios delgados eran finos y rosas. Era tan alto que tenía que levantar la cabeza para mirarlo con detenimiento.

Bajé la vista por su cuello, detallando esos tatuajes que resaltaban su piel y le daban aquel toque de chico rudo. Sus hombros y pecho eran anchos, seguramente por todo el ejercicio que hacía, era bastante evidente que se mantenía en forma. Sus brazos eran grandes y la tela del traje los estrujaban de una manera que resultaba excitante a simple vista. Su presencia emitía tanto magnetismo y sensualidad.

Nunca lo había visto a completo detalle, pero tampoco negaría que el hombre era todo un adonis. Joven, guapo, sexi, adinerado, seguro de sí mismo y prepotente. Era todo lo que una mujer podría llegar a desear, menos yo, puesto que para mí todo ese físico era una fachada que sabía esconder ese verdadero ser que se mantenía oculto tras la máscara. Para mí no era más que un lunático, queriendo poseer y controlarlo todo a su divino antojo, un cascarón llamativo y que atraía, pero que no estaba más que podrido por dentro.

¿De qué servía toda esa apariencia si solo era eso, un empaque bonito con nada bueno que ofrecer en su interior?

Los comentarios que decían las chicas de la empresa sobre él llegaron a mi mente y me hicieron sentir un sinsabor de boca. Todas lo deseaban, anhelaban que el sexi presidente las viera y cumpliera todas las fantasías que se hacían con él, pero ninguna sería capaz de pensar un poquito más y de dudar de un hombre con tan buena apariencia física.

De hecho, nadie podría sospechar que un hombre con buena posición económica y que se mostraba comprensivo y amable, en realidad fuese un psicópata, ni siquiera yo, y lo que más rabia me daba era que había creído en él. En muy poco tiempo se ganó mi confianza y ahora estaba entre la espada y la pared, deseando morir o escapar de su yugo.

—Esa miradita que me estás dando me está tentando a más no poder —su voz me sacó de mis cavilaciones, así fue como me di cuenta de que se había acercado a mí—. Me está haciendo pensar tantas cosas que he deseado hacerte.

Me obligué a no hacer ningún gesto de desagrado, solo me limité a bajar la mirada un poco y hacerme la chica tímida y remilgada, aunque por dentro reventaba de ganas por partirle la cara y borrarle esa sonrisa pervertida que tanto me estaba asqueando.

No sabía si podría soportar esto, pero debía hacer el intento por mi propio bien. Debía escapar de sus manos a como diera lugar, pese a que eso implicaba someterme a lo que estuviera dispuesto a hacerme.

—Pero seguiré siendo paciente —susurró en mi oído, abrazándome por la cintura—, aunque si me sigues tentando de esa manera será muy difícil controlarme.

Tragué saliva y el nudo que se había formado en mi garganta, pero no fui capaz de decir absolutamente nada. Tantas cosas que quería gritarle en la cara y nada salía de mi boca, después de todo, no quería que me pusiera una mano encima. Ya había intentado propasarse conmigo, mas eso no quería decir que siempre correría con la misma suerte de salir bien librada.

—Ven, siéntate —me guio hasta mi lugar y, luego de ayudarme a sentar, él lo hizo frente a mí, dándome una sonrisa ladeada—. Estuve planeando esta cena en los últimos días, así que espero te diviertas y te sientas cómoda. Sé que no es fácil permanecer encerrada por tanto tiempo...

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora