XLII. Querido Will

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JULEN

El dolor que sentía en el brazo y en la pierna me estaba desesperando a más no poder, pero no era eso lo que me tenía irritado y a punto de perder la cabeza. Estaba furioso por cómo habían salido las cosas, en especial, cuando desperté luego de haber recibido una ráfaga de disparos y no encontré a Amanda a mi lado ni en ninguna parte de la puta casa donde mi madre me había traído.

Sí, en definitiva, mi mal humor radicaba en el hecho de que mi mujer se había escapado con alguno de mis hombres, que los malditos agentes de la DEA se la hubiesen llevado o simplemente ella decidiera alejarse de mí. Me enfurecía a más no poder pensar en la última posibilidad, aunque si se trataba de la primera, mataría al puto bastardo que se atrevió a ponerle una mano encima a mi mujer y a ella le daría una lección de por vida, para que nunca olvidara quién era su dueño y a quién pertenecía.

Uno de mis mejores y más leales hombres entró a la habitación en la que me encontraba, trayendo en sus manos una inyección que tenía que ponerme para no sentir este puto dolor en el cuerpo. Me dispararon con toda la intención de matarme, pero por más que lo intentasen, nunca podrán acabar conmigo.

—¿Encontraste información valiosa que me diga dónde mierda está mi mujer? —inquirí, impaciente—. Han pasado dos putas semanas y ella no está aquí.

—Es difícil, señor, pero he hecho todo lo posible para encontrar a la Sra. Amanda —dijo, calmo, preparando las inyecciones—. Pero de lo que sí estoy muy seguro es que no ha salido del país. Ninguno de nuestros hombres ha informado que una mujer con sus características haya abordado algún vuelo.

—Esos hombres son unos inservibles —gruñí, tratando de levantarme de la cama, pero el dolor en la pierna me lo impidió—. ¡Si no me hubieran dado yo mismo la buscaría por cielo, mar y tierra! No sé cómo carajos vas a hacer, pero tienes veinticuatro horas para que me traigas a mi mujer, si no lo haces, tendré que prescindir de tus servicios por más leal que seas.

—Cuente con ello, señor, sabe que jamás le he fallado, pero considero que por mi lealtad hacia su persona debería darme un poco más de tiempo para encontrarla.

—Haz lo que se te dé la gana, pero tráela cuanto antes.

—Sí, señor.

El dolor cesó cuando me puso las inyecciones, pero la desesperación por saber de Amanda no me permitía estar tranquilo.

¿Dónde estás, mi diosa? ¿Fuiste capaz de abandonarme o esos perros te apartaron de mi lado a la fuerza? Cerré los ojos por unos minutos y suspiré, tratando de encontrar la calma para poder pensar con cabeza fría, pero la necesidad de ella me tenía la mente nublada. No tenía ni la menor idea dónde podía estar, si ella aquí solo me tenía a mí y dudaba que buscara a sus padres, aunque si los buscaba, jamás los encontraría.

El dolor de cabeza aumentó a grandes decibeles. Primero fue el bastardo de su marido, ahora sus padres y sus suegros, y para rematar mi maldita suerte, mi madre solo venía a incordiar cuando se le antojaba.

—Te dije que esa mujer sería un problema más adelante y no quisiste hacerme caso, Julen. Ahora no solo debemos cuidarnos de esos agentes que quieren nuestras cabezas, sino debemos buscar a la novilla que se te escapó del corral antes de que suelte la lengua y todo lo que hemos construido en años se vaya a la mierda —me increpó mi madre en cuanto entró a la habitación—. Tienes que deshacerte de ese hombre lo antes posible.

—No lo vas a tocar, déjamelo ahí que no sabes cuanto disfruto torturándolo. Además de que no sería divertido perder lo único que me quita el maldito estrés. En cuanto pueda levantarme de esta cama le haré una grata visita y relajaré los puños y este puto mal humor con él.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora