XXXVII. Larga y eterna espera

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La casa a la que nos llevaron no era tan grande como la anterior, pero sí igual de ostentosa. Gritaba lujo y poder por doquier. Era de dos plantas y un jardín que no se podía comparar con el tamaño del bosque que rodeaba toda la propiedad.

Si la anterior casa me había parecido lejana y escondida de la sociedad, esta era mucho más inhóspita. De camino no vi ni una sola propiedad que estuviera cerca así fuese unos cientos de kilómetros. Desde allí todo sería mucho más complicado, por lo que empezaba a dudar de lo que me había dicho aquel hombre.

Julen me bajó en sus brazos y caminó unos pocos pasos hacia el interior de la casa, antes de que su madre lo detuviera.

—Encárgate de ella. No necesitamos una carga más en este momento, Julen —se oía muy seria.

—Amanda no es una carga, madre.

—Pues lo está siendo aunque no lo quieras ver. Está mucho más débil y se nota a simple vista que en cualquier momento se va a desmayar. No sé qué harás, pero no quiero un problema más o me encargaré de ella.

—Guarda tus amenazas para otro —su tono era frío y severo—. No quiero que te le acerques a mi mujer porque sabes que no amenazo en balde, y si le llega a aparecer aunque sea un solo rasguño en su hermosa piel, no querrás conocerme en realidad.

—¿Me estás amenazando? —rebatió ella con el mismo tono que él había usado, aumentando la tensión en el ambiente—. No se te olvide que soy tu madre y que te di la vida.

—Nunca he olvidado que lo eres, pero no permitiré que le hagas algo a mi mujer. Solo te lo estoy diciendo con anticipación.

—No me vengas a sacar los ojos, pequeño cuervo, porque sabes que hace mucho que me los sacaron y de la peor forma que te puedas imaginar. Eres mi hijo, pero haré todo por defender el legado de mi familia —fue todo lo que dijo.

—Si las cosas son así, entonces ocúpate de que tu legado familiar no se mezcle con el mío, porque sabes que por lo que me pertenece mataría incluso a quienes me dieron la vida misma.

El silencio que los rodeó fue tan denso que me hizo encoger entre los brazos de Julen. Sí me sentía muy débil y cansada, pero escucharlos hablar y lanzarse ese tipo de amenazas me quitaba todo el malestar que tenía. Tanto la madre como el hijo eran sumamente peligrosos, de eso ya no me quedaba ni la más mínima duda. No importaba quién de los dos me matara primero, lo que debía hacer era cuidarme de ellos a toda costa para que no lograran su cometido.

—Faltaba más, que mi propio hijo me venga a amenazar por una mujer —enojada, escuché el resonar de sus tacones, dejándonos solos y en completo silencio.

—No dejaré que nadie te aparte de mi lado ni mucho menos te hagan daño —me dijo y besó mi frente—. Pero, Amanda, mi amor, necesito que pongas de tu parte y me ayudes. Eres muy importante para mí y me preocupa mucho tu estado de salud, así que haz el esfuerzo de recuperarte. En este momento te necesito más fuerte que nunca, porque si los enemigos llegan hasta aquí, te atacarán a ti primero y no a mí.

—¿Qué enemigos? —pregunté en un hilo de voz—. ¿Qué es lo que está pasando, Julen?

—Ya sabes que en este mundo el mal existe en todo lado. Muchos nos quieren ver caer, extorsionarnos de alguna manera o quedarse con lo que hemos construido por mucho tiempo —acaeixi9 mi mejilla con la punta de su nariz—. No es nada grave, así que no te preocupes por esas cosas. Aquí estaremos a salvo y nadie llegará a nosotros. Por el momento preocúpate por ti, ¿de acuerdo?

Asentí y dejé entrever una pequeña sonrisa que me dio como resultado que me besara en los labios. Esta vez fingir era demasiado imposible, pero necesitaba hacer un último esfuerzo, esperanzada de que el guardaespaldas fuese sincero con sus palabras. Desconfiaba, no lo iba a negar, pero una pequeña parte de mí le daba el voto de confianza y esperaría con calma a que ese supuesto golpe llegara y así poder escapar.

Deseo Enfermizo[✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora