Capítulo 75: El Dolor de Aegon

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El aire de King's Landing estaba pesado con la quietud de la guerra. Aegon había pasado noches enteras sin descanso, mirando desde los muros del Red Keep, sumido en sus pensamientos oscuros y su dolor. La desaparición de Lucenya lo había dejado marcado, y aunque su hija Jaehaera era la luz de sus días, su corazón seguía en pedazos por la pérdida de la mujer que amaba. La sensación de vacío se había apoderado de él, y aunque la vida continuaba en el reino, para Aegon nada era igual sin ella.

Pero esa tarde, todo cambió.

Un emisario llegó al Red Keep con noticias que, aunque lo llenaron de esperanza, también lo destrozaron. -Mi rey- dijo el hombre, con una mirada cautelosa- hemos recibido informes... Lucenya está viva. Se encuentra en Rocadragón.

El aire se le cortó a Aegon, y por un momento, el tiempo se detuvo. Los ecos de su nombre resonaban en su mente, y su corazón latió con fuerza, como si hubiera vuelto a la vida. Lucenya. No estaba muerta. No había muerto en el mar como todos pensaban. En ese instante, el peso de la culpa y el dolor que lo había consumido por su muerte se desvaneció, reemplazado por una emoción que no sabía cómo manejar: la esperanza.

El emisario continuó: -Se ha reunido con su familia en Rocadragón. El principe Jacaerys velaryon está con ella.

Esas palabras caían sobre él como un golpe, aunque la alegría de saber que Lucenya estaba viva lo empujaba a caminar hacia la esperanza, el recordatorio de su separación con ella lo hundía nuevamente en el dolor. Jacaerys. La presencia de él entre Lucenya y su hija era algo que Aegon no podía ignorar. La traición de su propia familia, el hecho de que Lucenya había elegido a Jacaerys por encima de él y Jaehaera, lo destrozaba por dentro.

Pasó días atormentado por la noticia. Por un lado, sentía que el mundo le había devuelto lo que más amaba: a Lucenya. Pero por otro, sabía que esa vida ya no era la que podría compartir con ella. Lucenya había tomado su decisión, había elegido a su familia. Aegon había sido un hombre de guerra, atrapado en las maquinaciones del poder y la política. Lucenya, sin embargo, no había quedado atrapada en esos lazos. Ella había regresado a los suyos, a Jacaerys, a Rocadragón.

Aegon se sumió en su tristeza, buscando consuelo en su hija Jaehaera. La pequeña era un rayo de luz en su vida, pero cada vez que la miraba, veía la presencia de Lucenya en sus ojos, en sus gestos, en la forma en que sonreía. Jaehaera era la razón por la cual Aegon aún se levantaba cada mañana, pero al mismo tiempo, verla lo llenaba de un dolor insoportable. La niña lo recordaba constantemente a Lucenya, y cada vez que su hija pronunciaba su nombre o hablaba de su madre, Aegon sentía cómo su corazón se deshacía aún más.

Aunque Aegon intentaba mantener una fachada fuerte frente a su hija, sus momentos juntos se sentían vacíos. La niña no entendía por qué su madre no estaba a su lado, o por qué las cosas parecían diferentes. Aegon la cuidaba, le leía historias, la abrazaba antes de que se fuera a dormir, pero el peso de la ausencia de Lucenya lo ahogaba en cada gesto.

Aegon se sentaba junto a Jaehaera en los jardines del Red Keep, mirando cómo la niña jugaba con una pequeña figura de dragón, su madre. La forma en que Jaehaera la recordaba lo destrozaba por dentro, y sin poder contenerse, Aegon susurró- Tu madre... era increíble, ¿verdad?

Jaehaera lo miró con sus ojos azules brillantes y asintió con la cabeza, sin entender completamente el dolor que su padre sentía.- Sí, papá. Ella siempre sonreía cuando me abrazaba. ¿Por qué no puede venir? Quiero que ella esté aquí.

El nudo en la garganta de Aegon se hizo más grande. Lucenya. La mujer que había amado con todo su ser. Ahora, ella estaba con Jacaerys, y él... Él solo podía abrazar a su hija, sin saber cómo explicarle lo que había sucedido, lo que su madre había elegido.

Las noches se volvían cada vez más solitarias. Aegon caminaba por los pasillos vacíos del Red Keep, sus pensamientos fijos en Lucenya. No podía evitarlo. Pensaba en su risa, en su voz, en la forma en que su mirada siempre había buscado consuelo en él. El amor entre ellos había sido real, o al menos eso había creído. Pero ahora, todo estaba destruido. Ella ya no quería nada de él, y el amor que había compartido con ella se desvanecía, dejado atrás por la elección de Lucenya de regresar a los brazos de Jacaerys.

Cada día que pasaba sin ella, sin saber qué había sucedido en Rocadragón, sin poder estar con Jaehaera y ver a Lucenya de nuevo, Aegon sentía que moría un poco más por dentro. La vida parecía una condena. Jacaerys había ganado. Y a pesar de que Lucenya estaba viva, él había perdido.

Sin embargo, el amor de un padre por su hija seguía intacto. Y aunque no podía controlar lo que había sucedido con Lucenya, Aegon aún tenía un papel que jugar en la vida de Jaehaera. Decidió que, aunque su corazón estuviera roto, nunca dejaría que la niña lo sintiera. Se convertiría en el padre que necesitaba, porque al menos eso podía darle a la hija que había compartido con la mujer que había amado.

La incertidumbre seguía rondando su mente, pero Aegon sabía que, aunque su amor por Lucenya jamás desaparecería, debía encontrar un propósito por el bien de su hija. Quizás, algún día, el tiempo curaría las heridas, pero mientras tanto, él sería el padre que Jaehaera necesitaba, el padre que él nunca pudo tener.

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