Capítulo 73: El Dolor de una Madre

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En las vastas y sombrías salas de Rocadragón, la ausencia de Lucenya se hacía sentir como un peso insoportable. La guerra no cesaba, pero el corazón de Rhaenyra estaba roto por la desaparición de su hija. No importa cuántos reinos y castillos se apoderara, nada podría reparar la pérdida que la consumía desde dentro.

Rhaenyra había sido una madre fuerte, feroz en la defensa de sus hijos, pero la muerte de Lucerys, Baelor, y la desaparición de Lucenya la habían dejado devastada. En los días posteriores a la batalla, su rostro reflejaba una tristeza profunda, una desgarradora aceptación que no podía compartir con nadie. La corte, preocupada por las tensiones en la guerra, observaba desde lejos, sin comprender la magnitud del dolor que atravesaba la Reina.

Cada vez que la noticia de las batallas llegaba a Rocadragón, Rhaenyra se sumergía en un mar de pensamientos oscuros, buscando consuelo en el silencio de sus aposentos. El lamento de Lucenya aún resonaba en su pecho, como si su hija aún estuviera a su lado, pidiendo ayuda, buscando refugio.

Jacaerys, al igual que su madre, se encontraba marcado por el dolor de la guerra. Había cumplido su deber al salvar a sus hermanos, pero la muerte de Baelor y la pérdida de Lucenya lo habían dejado vacío, como si ya no supiera quién era en medio de todo el sufrimiento.

En las primeras semanas tras la batalla, Jacaerys se mantenía distante. Aunque era el bastión de su familia, había algo en sus ojos que mostraba un vacío profundo. Se sentía impotente, incapaz de haber salvado a su amada. Lucenya, la mujer que amaba y a la que había idolatrado, se había desvanecido ante sus ojos. La culpa lo atormentaba.

Una tarde gris, mientras el viento soplaba fuerte en las colinas de Rocadragón, Rhaenyra encontró a Jacaerys junto a las costas, mirando al horizonte. La mirada perdida de su hijo reflejaba un dolor tan similar al suyo que le dolió en el pecho. Sabía que él había sido testigo de lo ocurrido, que había tenido que elegir entre salvar a sus hermanos o arriesgar todo por Lucenya.

-Jacaerys- susurró ella, acercándose lentamente, como si temiera romper el frágil hilo de esperanza que quedaba entre ellos.

Él giró la cabeza hacia ella, sus ojos rojos por el llanto reciente.- Madre- dijo con voz quebrada- no pude salvarla. La dejé ir.

Rhaenyra se arrodilló junto a su hijo, poniendo su mano sobre su hombro. -Hiciste lo que tenías que hacer, Jacaerys. No es tu culpa.

-Pero ella es la mujer que amo, mi otra mitad. Era... todo lo que quedaba de nosotros. Y ahora...- La voz de Jacaerys se apagó, incapaz de continuar. El dolor era tan grande que las palabras no alcanzaban.

Rhaenyra lo miró, su propio corazón desgarrado al ver la culpa en los ojos de su hijo.- El destino de Lucenya no lo decidiste tú, hijo. Ella eligió el camino que creía correcto. Y siempre la recordaremos como alguien importante en nuestras vidas. Como alguien que luchó hasta el final por su familia.

En ese momento, Jacaerys miró a su madre con una resolución nueva. -Madre, no puedo quedarme aquí. No puedo ver cómo todo se desmorona sin hacer algo. Tengo que luchar. Por Lucenya, por Baelor, por todos los que hemos perdido.

Rhaenyra asintió lentamente, sus ojos brillando con orgullo y tristeza.- Lo sé, hijo. Tienes la fuerza de tu padre y la determinación de tu madre. Pero recuerda que la guerra no solo se gana en el campo de batalla. Hay que proteger lo que queda. A tus hermanos. A tu familia.

Jacaerys respiró profundamente.- Lo haré. Y si alguna vez tengo la oportunidad, no descansaré hasta vengar a Lucenya.

Rhaenyra, aunque orgullosa de la decisión de su hijo, no pudo evitar sentir la presión del peso que recaía sobre ellos. Su familia se desmoronaba ante la guerra, y ahora, más que nunca, debía tomar decisiones que pondrían a prueba su liderazgo. Cada victoria en la guerra, cada avance en el conflicto, parecía tan vacío sin Lucenya a su lado. La guerra estaba lejos de terminar, pero el mayor conflicto en su corazón seguía siendo la pérdida de su hija, y la lucha interna de saber cómo proteger a su familia sin destruirla aún más.

Rhaenyra y Jacaerys se quedaron en silencio durante varios minutos, observando el horizonte. A lo lejos, las nubes oscilaban con la promesa de una tormenta. Nadie sabía qué traería el futuro, pero ambos entendían que tenían un deber que cumplir. La guerra, que los había separado tanto, ahora los unía en un propósito común: luchar por lo que quedaba de su familia.

Mientras la tormenta se aproximaba, Rhaenyra abrazó a su hijo. Aunque el dolor seguía ahí, aunque la pérdida de Lucenya y Baelor los perseguiría siempre, aún quedaba esperanza. Y esa esperanza residía en el amor de una madre y un hijo que, juntos, enfrentarían lo que quedaba por venir.

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