Capítulo 74: Regreso a Rocadragón

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Después de días a la deriva, Lucenya había sobrevivido a lo imposible. En un mar de oscuridad y dolor, su cuerpo herido arrastraba el peso de la angustia, pero su voluntad era más fuerte. La batalla en el Gaznate, la caída de su dragón Drakar, las flechas que perforaron su carne, todo eso había quedado atrás, como una pesadilla que se desvanecía con cada paso. El mar, gélido y vasto, había reclamado su caída, pero la marea no la había vencido. Contra todo pronóstico, Lucenya había logrado llegar a la orilla, desangrándose pero con la determinación de un tigre herido.

Ahora, con el rostro marcado por la tristeza y la pena, ella caminaba con el corazón dividido, una mezcla de amor y dolor. Su cuerpo ya no le respondía como antes, y el mar la había dejado fría y exhausta, pero había un lugar al que debía ir. Un lugar al que nunca pensó que regresaría. Rocadragón.

A pesar de las cicatrices de la batalla y el sufrimiento que marcaba cada movimiento de su cuerpo, Lucenya había tomado la decisión de regresar a su familia. Jacaerys, su amado Jacaerys, y su madre Rhaenyra. Rocadragón era el único refugio que podía ofrecerle algo de paz, pero el nudo en su pecho era evidente. ¿Cómo regresaría a un lugar tan lleno de dolor, tan marcado por su separación de Aegon? Aunque amaba a su hija Jaehaera y sabía que Aegon también la amaba profundamente, su corazón seguía buscando la paz en lo que conocía. Y lo que conocía era el amor de Jacaerys, el amor de su familia.

Lucenya no podía permitirse el lujo de rendirse. Su dragón ya no estaba a su lado, pero su fuerza interior la empujaba, igual que los recuerdos de los momentos más felices con Jacaerys. Habían compartido tanto. Su amor había sido intenso y puro, y aunque las circunstancias parecían haberlos separado, en lo más profundo de su alma sabía que su conexión nunca había desaparecido. A pesar de todo lo que había sucedido con Aegon, el hombre que había compartido su cama y su hija, su amor por Jacaerys nunca se apagó. Ella amó profundamente a Aegon y Jaehaera era la prueba viviente de ese amor, pero la conexión que tenía con Jacaerys era algo que ni el tiempo, ni el dolor, borrarían de su corazón.

A lo lejos, las torres de Rocadragón comenzaron a delinearse en el horizonte. Su respiración se hizo más pesada, su cuerpo ya no podía soportar mucho más, pero los pensamientos de Jacaerys, de su madre, de su hija, fueron el combustible que necesitaba para seguir adelante. Llegaría allí. A Rocadragón. Y si no era su destino, al menos encontraría algo de consuelo con los suyos.

Cuando finalmente entró a Rocadragón, agotada y dolorida, los guardianes la reconocieron al instante. Nadie podía creer que Lucenya estuviera viva. Sus ropas estaban rasgadas, y su rostro tenía la palidez de la muerte misma, pero sus ojos reflejaban una chispa de vida que hacía temblar los corazones de quienes la veían.

Jacaerys estaba en el jardín, con la vista perdida en el mar, cuando una figura cansada y tambaleante apareció en su campo de visión. Su corazón dio un salto, y cuando vio el rostro de Lucenya, con sangre aún en sus ropas y sus ojos reflejando el mismo amor y dolor que él sentía, no pudo evitar correr hacia ella.

-Lucenya...- susurró, con la voz quebrada, mientras sus manos la tomaban con suavidad. No le importó que su piel estuviera fría o sus ropas hechas jirones. Lo único que importaba era que ella estaba ahí, con él, viva.

-Lo siento...- susurró Lucenya, entrecortada por el dolor físico y emocional.- Lo siento por todo... me dejé llevar por la guerra, por el odio. Pero... nunca dejé de pensar en ti.

Jacaerys la abrazó con fuerza, sus manos recorriendo su espalda, sintiendo su cuerpo tan frágil como el cristal.-;No tienes que disculparte. Yo... yo también he sido un tonto. Siempre supe que tu corazón estaba conmigo. No importa lo que haya pasado, estamos juntos ahora. Y lo estaremos siempre.

Con Jacaerys a su lado, Lucenya sintió por primera vez en mucho tiempo que podía respirar con calma. El dolor no se iba a ir fácilmente, y las cicatrices que marcaban su alma seguirían siendo parte de ella. Pero había algo que había cambiado. La paz, aunque tenue, la rodeaba. Podía volver a ser ella misma, al menos con Jacaerys, el hombre que siempre había amado.

Pero la guerra seguía. La batalla no había terminado, y aún quedaban muchas decisiones difíciles por tomar. Aunque su corazón se sentía a salvo en los brazos de Jacaerys, la responsabilidad de proteger a su hija Jaehaera y la lealtad a su familia seguían siendo una carga pesada. Aegon aún estaba allá afuera, en King's Landing, y aunque Lucenya sabía que su hija necesitaba su presencia, el abismo que se había abierto entre ella y Aegon era aún más profundo de lo que había imaginado.

-Jacaerys, tengo que recuperarla- le dijo, con un nudo en la garganta. -Tengo que encontrar una forma de proteger a Jaehaera. Ella necesita a su madre, y no puedo seguir ignorando eso. No sé qué futuro me espera aquí... pero mi hija necesita estar a salvo. No puedo quedarme en Rocadragón sin saber que está bien.

Jacaerys la miró con comprensión, el dolor reflejado en sus propios ojos. -Lo sé, Lucenya. Pero debes saber que, pase lo que pase, yo siempre estaré contigo. No importa el camino que elijas. Si quieres luchar por tu hija, lucharemos juntos.

Lucenya lo abrazó nuevamente, las lágrimas mezclándose con el dolor que aún sentía. Sabía que la batalla más grande no era la que enfrentaba en el campo de guerra, sino la que enfrentaría con su corazón, dividido entre dos mundos. Pero, por ahora, tenía algo que hace mucho no había tenido: el amor de Jacaerys. Y eso le daba la fuerza para seguir luchando por su familia, por su hija, y por lo que quedaba de ella misma.

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